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II. A partir de ahí el mundo occidental, en este caso, se instala en la autosatisfacción. El triunfo del capitalismo es total y definitivo -se afirma-, como si el fin del comunismo y de la Unión Soviética hubiese supuesto la superación de todas las quiebras o contradicciones que padece la humanidad. Las crecientes desigualdades en el reparto de las riquezas, la degradación paulatina del medio ambiente, la insoportable discriminación de las mujeres, la explotación de la infancia, las matanzas que originan las viejas y las nuevas guerras y enfermedades, habrían desaparecido del mapa. Al mismo tiempo, la hegemonía política y militar de los EE UU deviene absoluta, de tal suerte que la pax americana se globaliza y no surgen, de momento, poderes políticos globales que permitan nuevos equilibrios y matizaciones. Incluso el éxito de la nueva economía -Internet, etcétera- convertía en obsoletas las teorías sobre los ciclos económicos, pues los aumentos continuos de productividad, que las nuevas tecnologías proporcionaban, garantizaban un crecimiento sostenido, al resguardo de los vaivenes de las recesiones de otros tiempos. Se habían terminado para siempre las 'utopías de los ilusos' que desde Tomás Moro en adelante habían pretendido voltear la historia de los humanos. Y la historia, como ha demostrado más de una vez, no es proclive a dejarse empujar y mucho menos cuando las condiciones no están maduras. En esos casos, la utopía puede perderse en los vericuetos que conducen al crimen.
Lo curioso del caso es que hasta tiempos recientes la utopía era patrimonio de las mentes progresistas, de la izquierda, o de todo tipo de revolucionarios de diferente pelaje. Las ideas utópicas siempre estaban referidas a proyectos, más o menos irreales, de cambios y transformaciones sociales, económicos, políticos e incluso religiosos. Pero a partir de 1989 ha vuelto a reverdecer la vieja utopía que da título al presente escrito: la utopía de los necios, es decir, la de aquellos que pretenden frenar la historia. No me refiero especialmente a las ideas de un pensador de segunda fila, más o menos ligado al Departamento de Estado americano, que sigue predicando el fin de la historia, en versión revisada. Me refiero a la idea, bastante extendida, consciente o no, de que el sistema actual -en su versión global- es el estadio definitivo de las sociedades modernas y que, en consecuencia, otro mundo no es posible. Es decir, que los miles de millones de seres humanos que viven en la más absoluta de las miserias se tienen que resignar definitivamente a su suerte o emigrar en masa a los países ricos, cuyo bienestar es inalcanzable sin un nuevo orden mundial. Se habría impuesto así una especie de utopía al revés, la de los conservadores infinitos que son, desgraciadamente, los que se permiten hoy tener y defender utopías.
Utopía que ha durado la vida de un suspiro, pues ya estamos otra vez en recesión, los despidos empiezan a ser copiosos y en Occidente hemos entrado en trance de confusión con ribetes de histeria, que podría conducir, de no remediarse, a recortes de libertades. Situación que ya existía antes del 11 de septiembre y que este espantosocrimen no ha hecho más que agravar.
III. La duda que podría asaltar en estas circunstancias es si este sistema -tal cual lo conocemos- será capaz de proporcionar condiciones de bienestar global, es decir, una vida digna al conjunto de la humanidad o si, por el contrario, como señalaban los clásicos, el desarrollo cada vez más desigual forma parte de su naturaleza y condición de su propia subsistencia. Igualmente, se podrían tener dudas más que razonables sobre su capacidad para generar ese bienestar a nivel mundial sin depredar y, a la postre, dañar de forma irreversible el propio planeta en el que habitamos. De momento, y aunque no se conozca alternativa contrastable, pues las ensayadas han fracasado, no ha demostrado ninguna de las dos cosas. Y quizá no convenga olvidar que los sistemas sociales perduran mientras son capaces de seguir generando riqueza dentro de un mínimo orden de cohesión social y, hoy también, de sostenibilidad medioambiental. De esta suerte, lo más sensato cara al futuro sería oponer a la utopía de los ilusos y a la de los necios la utopía de los cuerdos, es decir, aquella que comprende que la mejor manera de transformar las sociedades y la vida es implantando y profundizando cada vez más en la democracia, entendida como síntesis de procesos crecientes de libertad e igualdad, o si se prefiere -y yo lo prefiero- de procesos de libertad entendida como liberación humana en todas las direcciones. Pienso que quizá ésta sea la utopía del siglo que comienza, la de garantizar de una vez por todas el protagonismo de los propios ciudadanos, de los poderes democráticos, que sean capaces de conducir la evolución del conjunto de la humanidad -y no sólo de una parte- por el camino de la cohesión social, de la sostenibilidad medioambiental, de la liberación personal, en fin, de un nuevo orden mundial que sea racional.
Nicolás Sartorius (2001) El País (05/XII/01)
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