jueves, 1 de mayo de 2008

Edgar Morin: "Fronteras de lo político"

Introducción

Al reflexionar sobre este título, “Fronteras de lo político”, me he preguntado si la política tiene todavía fronteras, no porque haya devorado todo lo que no es política, sino porque se ha hecho difícil circunscribir con claridad el ámbito de lo político. Bien podemos decir que, en el transcurso de aquella evolución iniciada en el siglo pasado que se ha acentuado a lo largo de nuestro, la política ha impregnado todos los problemas de la sociedad y se ha dejado impregnar por ellos.

Ante todo, esto se ha hecho notar especialmente en lo (que atañe a la economía: la política protege a la economía, tal y como ocurrió en el siglo XVII en Francia con el colbertismo y en el siglo XIX con el proteccionismo alemán, y el fenómeno dura todavía. Se puede afirmar que la política controla cada vez más la economía, establece leyes anti-tnist en los Estados Unidos e incluso la toma a su cargo, esforzándose en orientarla, en estimular su crecimiento. Como caso extremo, en el totalitarismo de tipo soviético la política ha puesto la economía totalmente bajo su mundo.

En Occidente las cosas ocurren hoy de otra manera, casi a la inversa: se tiene la impresión de que a partir de ahora es la política la que debe estar al servicio de la economía, de la tasa de crecimiento, de la balanza de pagos, etc., y que tal vez se dé una reducción de lo político a lo económico. Así que nos enfrentamos a dos tipos de fenómenos al parecer opuestos, pero en los que siempre se produce una pérdida de autonomía, bien de lo económico, bien de lo político.

Hay UN concepto que ha adquirido una importancia fundamental a partir de la segunda guerra mundial: el concepto de desarrollo. Parecería que creemos que se debe poner en práctica una política de desarrollo económico, y que éste dará origen a UN desarrollo social, que a SU vez provocará UN desarrollo humano, que, por su parte, suscitará UN desarrollo político.

Se tiene la impresión de que economía y política se muerden la cola una a otra. Por tanto, resulta muy difícil trazar la frontera entre ambas. Diré a continuación algo sobre la economía. En lo que se refiere al problema de la sociedad y de los ciudadanos, la política ha tenido siempre UN aspecto asistencias, de protección, de mantenimiento del orden, etc.

Pero en el transcurso de este siglo hemos visto cómo se multiplicaba la seguridad social en relación con la vida, el trabajo, la enfermedad, las jubilaciones, la maternidad, la infancia, las pompas fúnebres. Hemos visto incluso que la política se hacía cargo del costo de catástrofes naturales como inundaciones o temblores de tierra. Y sabemos también que no sólo controla, a través del Estado, una gran parte de la educación, sino que la política de educación se ha ampliado hoy a la cultura, al tiempo libre: mientras que el libro y la prensa han sido durante mucho tiempo víctimas de lo político a causa de la censura que se les imponía, en la actualidad existe una normatividad de lo político en lo que se refiere a los medios de comunicación y, sobre todo, a la televisión. En definitiva, podemos decir que la prosperidad y el bienestar se han convertido en fines políticos fundamentales.
La complejización de los problemas

Pero lo que está ocurriendo es algo mucho más profundo: la introducción de lo político en lo biológico, o lo que es lo mismo, en el vivir. Es verdad que la preocupación demográfica, es decir, el problema de la disminución galopante de la población, o bien, por el contrario, el de su expansión no menos galopante, se remonta a varios decenios atrás. Pero además hemos visto que la asistencia a personas enfermas o inválidas ha dejado paso a una política de sanidad mucho más amplia. Y la sanidad no existe sólo en relación con la enfermedad: la sanidad apunta al conjunto de las condiciones de vida, la higiene, la contaminación, etc.

No olvidemos tampoco que la política se implica en la lucha contra el cáncer, contra el sida, que desde UN primer momento se ha convertido en UN problema eminentemente politizado, y contra lo que denominamos drogas, incluidas aquellas sustancias que no son consideradas como tales pero que resultan igualmente nocivas, como el tabaco, por ejemplo. En algunos países todo ello es objeto de prohibiciones, de prescripciones. Por otra parte, el problema de la droga no es únicamente el planteado por los toxicómanos, sino también el que suponen las gigantescas mafias y organizaciones internacionales que la producen y la distribuyen.

Estos son problemas que han entrado dentro del dominio de lo político. Lo mismo puede decirse de la lucha contra el hambre. Y, desde los años setenta, existe también una política de la biósfera, limitada en UN principio sobre todo a lo local: problemas de degradación urbana o rural, de medios ecológicos limitados. A partir de los ochenta, esta política se ha extendido a la biósfera en su conjunto, dando origen a una primera conferencia internacional.

Una conferencia que ha tratado de dar respuesta a dos imperativos contradictorios: el primero es la preservación de la biósfera, cuya degradación, en caso de ser irreversible, podría llegar a provocar el suicidio de la humanidad; el segundo es la necesidad del desarrollo económico, que tiene una importancia vital para la mayor parte de las regiones del mundo.

Vemos que todos los aspectos de la vida han sido progresivamente penetrados por los problemas políticos. Así ocurre también con lo relativo al sexo. Los primeros debates sobre el aborto y el establecimiento del derecho a la interrupción del embarazo tuvieron lugar en Francia en 1973. Hoy puede decirse que sexo y Fecundación plantean enormes problemas, como los de la conservación de los espermatozoides, el carácter anónimo o no de la donación de esperma para la fecundación artificial, la posibilidad de madres portadoras, la posibilidad de futuras manipulaciones genéticas sobre el óvulo o el embrión.

Todo ello tiene consecuencias políticas, sociales y humanas que podrían ser enormes, pues aquello que durante milenios ha sido lo más fácilmente verificable del mundo, el hecho de ser padre, madre, hijo o hija, sufre tina perturbación. ¿Quién es el padre cuando el esperma es anónimo? ¿Cuál es la madre cuando existe una madre portadora? ¿ qué es ser hijo? ¿De quién? ¿De qué? Como saben, son muchos los que se interrogan sobre las manipulaciones genéticas, cuyo aspecto benéfico es perfectamente percibido cuando se aplican a la eliminación de determinados defectos en los genes que producen enfermedades incurables. Pero también se teme que sirvan a UN propósito de normalización, es decir, para fabricar niños de encargo, a la medida del deseo de los padres, y quizá del Estado, sobre todo si éste llegase a ser UN Estado dictatorial. La supresión del peligro es también, al mismo tiempo, supresión de la posibilidad, pues es seguro que Holderlin o Rimbaud hubieran sido eliminados por padres supuestamente -normales. Y, sin duda, Einstein también, ya que él mismo decía que en su juventud tenía una cierta lentitud mental, que no llegaba a entender que era el tiempo. Vemos, pues, que todo esto nos plantea enormes problemas. La misma muerte plantea UN problema con la posibilidad de prolongar la existencia de UN ser humano en una situación de coma que lo reduce a UN estado vegetativo, es decir, UN estado en que se produce una disociación entre el existir y la persona: si ya no hay persona, si ya no hay posibilidad de pensamiento, de lenguaje, de amor, de odio, de sentimiento, y el existir está ahí, ¿qué podemos hacer? ¿Hay que aceptar la eutanasia, hay que aceptar las extracciones de órganos, o por el contrario debemos respetar ne varietur la exhortación de Hipócrates, salvar la vida, la vida ante todo? ¿Pero es que eso sigue siendo vida? Y a continuación, nos hacemos algunas preguntas: ¿qué es el ser humano? ¿Cuándo nace?

No podemos saberlo, ya que no nace en el momento del nacimiento, sino que va formándose mediante embriogénesis. François Jacob proporcionó una respuesta interesante al afirmar que la vida no nace, que simplemente continúa desde el momento de su origen, que desde hace cuatro mil millones de años va transmitiéndose, multiplicándose... En cuanto a la muerte, se ha desplazado desde el corazón, es decir, la máquina de bombeo, el hardware, al cerebro, al software: es la irreversibilidad de los deterioros cerebrales la que finalmente produce la muerte.

Ahora bien, hay que subrayar que estos problemas están politizados y, al mismo tiempo, subpolitizados. Politizados cuando el Estado se preocupa como fue el caso en Francia, por ejemplo, donde el Estado sigue desempeñando UN importante papel- de crear UN Comité de Bioética. Constituido hace ahora una docena de años, este organismo reúne a personalidades pertenecientes, como suele decirse, a familias espirituales diversas, así como a biólogos y médicos. Su papel es formular advertencias que el Estado tiene o no tiene en cuenta. Se produce, así pues, una cierta politización.

Pero también existe una infrapolitización consistente en que el debate se lleva a cabo prescindiendo por completo de los ciudadanos. Estos son informados a través de los debates televisivos, los reality shows, etc., pero los partidos políticos no hacen suyos estos problemas, no los incluyen en sus programas. Son estas cuestiones que han llegado a convertirse en políticas en el sentido más hondo de la palabra, el que se refiere a la vida de la ciudad, y que escapan todavía al debate y a la reflexión política. De todas formas, se puede afirmar que lo relacionado con el patrimonio hereditario, su conservación o su modificación, y por tanto con la idea de naturaleza humana, con la idea de naturaleza de la familia, no sólo ha entrado a formar parte de los problemas filosóficos o sociológicos, sino que son ya cuestiones políticas. Y las ideas de padre, madre, hijo, masculinidad, feminidad, vida, muerte, que figuraban hasta hoy entre las más seguras y claras, han sufrido grandes perturbaciones.

La antropolítica

Así, sin darse cuenta, la política -con unos medios atrofiados y una conciencia subdesarrollada- se a hecho problemática, se ha cargado con los problemas de la persona, y a mi parecer debería transformarse en antropolítica, es decir, en una política del ser humano.

Más aún: del ser humano en el mundo, ya que también el planeta se politiza con todos los problemas ligados a nuestra época planetaria de la interdependencia mutua; y si el planeta está politizado, es seguro que la política se ha planetarizado, lo que, significa que hay que tener en cuenta el conjunto del planeta. Esa planetarización se ha producido no sólo a causa de las interacciones múltiples que hacen que todas las partes del mundo se hayan vuelto solidarias entre sí, tanto en el conflicto como en la cooperación, sino en razón igualmente de ese armamento termonuclear que cada vez aparece más diseminado, y que extiende por el planeta su espada de Damocles.

El problema de la biosfera se ha politizado, luego también ha resultado planetarizado. El problema del porvenir de la humanidad es inseparable de los problemas del desarrollo, vinculados a su vez a los problemas del avance técnico y de las dificultades ecológicas; y, además, la marcha acelerada y el futuro tumultuoso de la tecnociencia en el mundo se han convertido hoy en una cuestión clave. También ahí nos enfrentamos a UN asunto dramático, pues se trata de problemas que están relacionados, y todos son enormes; e incluso aunque el porvenir no se presentase tan acelerado como el nuestro, seguiría existiendo una dificultad permanente y fundamental: el retraso de la conciencia respecto a lo que está ocurriendo.

Permítanme que cite Ortega y Gasset: “No sabemos lo que pasa, y eso es lo que pasa”. Esta es nuestra situación, si bien tendríamos que añadir aquellas palabras de Hegel: “El pájaro de Minerva levanta el vuelvo al crepúsculo”, lo que significa que la conciencia, la sabiduría llegan inevitablemente tarde. En medio de la aceleración del mundo, ¿acaso demasiado tarde? En mi opinión, éste es el mayor problema que se nos plantea. Pues este retraso inevitable de la conciencia y del pensamiento se encuentra hoy planteado en términos trágicos: la política se ve hoy confrontada al destino, al porvenir de la humanidad y del planeta.

Y, por esta razón, ha adquirido UN carácter que a muchos les parece providencial. Ya la Revolución americana y la Revolución francesa asignaban a la política la finalidad de garantizar la felicidad; como se sabe, Saint Just creía orgullosamente que la felicidad era una nueva idea aportada por la Revolución Francesa. Y más tarde, siempre en esta misma línea según la cual la política debe desempeñar UN papel providencial, podría decirse que Marx transformó el socialismo en una política de salvación terrenal, en algo que en su versión socialdemócrata, trajo consigo el providencialismo del welfare sate, del Estado asistencias, pero que en la versión calificada de marxista-leninista llevó a la aparición de una auténtica religión de salvación, por más que evidentemente se camuflase como ciencia a los ojos de sus propios creyentes, sus propios inquisidores, sus propios teólogos. Había en ella, efectivamente, UN Mesías, que era el proletariado; UN Apocalipsis, que era la Revolución que debía hacer surgir el mundo nuevo, y uno avatares de esta idea fue la política totalitaria tal como la forjó el estalinismo partir de los principios leninistas. La política lo devoraba todo, reducía todo lo no político a lo político , sin concebir que hubiese algo que no tuviese que estar dictado por la política, fuese ello UN cuadro, una obra musical, una novela y, por supuesto, todo lo que fuese ciencia social.

Pero esta enloquecida pretensión hubo de cesar ante la exigencia de UN mínimo de realismo en materia militar: la condena de la física cuántica o de la microfísica, bajo pretexto de que eran idealistas y no marxistas, cedió rápidamente ante el interés por la fabricación de bombas termonucleares. Pero, en fin, si no hubiese existido esa necesidad práctica, todo hubiera sido devorado por la política. La lección de esta experiencia es que se trataba de una política que buscaba controlar todos los sectores de la vida social e individual. Pero la misma experiencia nos ha demostrado también que cuando la política se vuelve totalitaria, ya no es capaz de resolver los problemas humanos fundamentales. Esto es efectivamente lo que ocurrió: lo más importante de la descomposición de la Unión Soviética ha sido UN acontecimiento interno.

Por supuesto que ha habido condicionamientos exteriores, como la guerra de las galaxias y demás, pero en lo fundamental ha sido el sistema el que ha implosionado desde el interior, lo que constituye UN maravilloso hecho histórico -el Imperio romano se vino abajo por la acción de fuerzas interiores, pero también existieron factores de descomposición externos. Se trata de UN fenómeno extraordinariamente interesante, y, por otra parte, incluso en su momento álgido, el poder totalitario ha tenido UN limite objetivo. Ese límite objetivo era la complejidad social.

Esto quiere decir que las normas abstractas elaboradas arriba por el Politburó, por los organismos del plan, etc., eran inaplicables, y sólo podían funcionar porque los directores de empresas hacían trampas, emitían informes falsos, y porque, en la propia vida de las empresas, la gente salía del paso llevando a cabo algún pequeño robo, practicando el absentismo, haciendo chapuzas. Dicho de otra manera, el sistema totalitario funcionaba no sólo a causa del orden implacable que trataba de imponer, sino en razón de la anarquía de la anarquía de la base, necesaria para que aquél se mantuviese vivo. Con mucha frecuencia resistirse a UN sistema es la mejor forma de hacer que continúe existiendo, pues uno mismo sigue vivo, perpetuando así la vida del sistema. Es otra lección que debemos sacar de esta experiencia.

Como ustedes saben, vivimos en una época en que el exceso de información diaria hace que lo olvidemos todo, y la caída del sistema totalitario estalinista les parece a muchos algo que hubiese ocurrido en la prehistoria. 1989 queda muy atrás e incluso la guerra del Golfo es como si hubiese sido completamente olvidada; resumiendo, vivimos en una desmemoria total. Aun así, sigue siendo importante recordar, sacar las lecciones pertinentes, y, en mi opinión, el totalitarismo -a su religiosa, policíaca, terrorífica manera- ha expresado el carácter contemporáneo de la política, que atañe, a todos los aspectos de la vida humana.

Podemos también ver que esta invasión de la política, que en cierto modo conduce al totalitarismo, provoca, por la multidimensionalidad de los problemas abordados, especialmente en el en el mundo occidental, una política vacía y fragmentada. ¿A que es debido esto? Por ejemplo, la importancia adquirida por los problemas económicos hace que los Estados, los partidos, los gobiernos, estén en última instancia dirigidos por lo que dicen los economistas, los técnicos, los administradores, que se convierten rápidamente en tecnócratas, en tecnócratas, en burócratas. Y todos estos especialistas, muy competentes en sus compartimentados ámbitos, no pueden tener sino una visión también parcial de los problemas.

Es decir, que el salchichón de la realidad, si me permiten utilizar UN término tan prosaico, está cortado en rodajas extremadamente finas, y no hay nadie que lo vea en su conjunto, por tener cada uno puesta la mirada en su pedacito de salchichón -. En esta situación los políticos, apremiados por la necesidad de contextualizar los problemas específicos y singulares y de globalizarlos, es decir, de integrarlos en el conjunto de que forman parte, ellos mismos totalmente atrapados en la lógica y el día a día en que se encuentran, contribuyen finalmente a la entronización de los expertos y a la fragmentación de la inteligencia. (Ya saben que cuando la inteligencia se fragmenta, se vuelve ciega, completamente ciega.)

Y, por último, la política, privada de grandes ideas en beneficio de objetivos económicos prioritarios como la estabilidad de la moneda, la productividad, la competencia continúa viviendo al día y provocando la acumulación de fenómenos que, antes o más tarde, plantearán enormes problemas. Al admitir que se produzca el crecimiento, conseguirá evidentemente la creación de cierto número de empleos.

Pero el proceso está relacionado con la mutación tecnológica, que no tiende a reemplazar sólo la energía humana por la energía de las máquinas, sino que también pretende sustituir los procesos intelectuales humanos por máquinas intelectuales o inteligentes -es decir, por ordenadores-, haciendo que los incrementos de la productividad, cada vez más necesarios en UN ambiente de competitividad desenfrenada, provoque gigantescos problemas que tendrán repercusiones en el empleo y en la naturaleza del empleo. Y todos estos problemas no pueden ser, en absoluto, tratados de UN modo inconexo. Por el contrario, hay que considerarlos en su conjunto; ninguno de los actuales países europeos -me re ' fiero a los de la Europa occidental puede abordarlos en solitario, del mismo modo que no puede escapar a la competencia si no es para caer en una regresión todavía mayor. Esos problemas hay que tratarlos en UN nivel asociativo, y como se sabe, no existe-todavía ninguna posibilidad de hacerlo de este modo.

En esto podemos ver la tragedia de la política; está obligada a intervenir en demasiados frentes, y especialmente en el frente político llegamos así a una situación paradójica. El marchitamiento de las políticas tradicionales, que no alcanzan a concebir ni a tratar los nuevos problemas, y al mismo tiempo el auge de tina política que se ocupa de todas estas dimensiones nuevas que han entrado en su ámbito de competencia, aunque de una forma compartimentada y degradada. Y hay procesos específicos de degradación en la en la administración, en la economía, en lo que yo llamo el burocratismo de la administración, es decir, la excesiva compartimentación, la excesiva jerarquización, la ceguera total.

Me he permitido realizar UN estudio, que me parece ilustrativo, sobre el famoso asunto de la sangre contaminada ocurrido en Francia, para mostrar el modo en que esta enorme maquinaria contribuye a hacer a todo el mundo ciego e irresponsable, desde el momento en que cada uno sólo tiene responsabilidad sobre la pequeña parcela que es de su competencia. Y me atrevería a decir que la complejidad de los problemas -complexus, como saben, es aquello que va tejido junto, la complejidad es todo lo que está cada vez más estrechamente relacionado-, esta complejidad creciente hace aumentar también el sentimiento de impotencia y favorece el que a diario se siga funcionando de UN modo miope, tanto más cuanto que en todos estos problemas existe una falta absoluta de inversiones intelectuales por parte de los partidos políticos.

Una política multidimensional y no totalitaria

Nos encontramos, pues, ante UN problema clave. Ante una necesidad doble y contradictoria, UN double binds para emplear la terminología de Bateson. Primer imperativo: la política debe asumir la multidimensionalidad y totalidad de los problemas humanos sin llegar a ser totalitaria. Y, a la inversa, no debe dejarse disolver en lo administrativo, en lo técnico, en lo económico, porque tiene que seguir siendo multidimensional. La política, que ha de penetrar todas estas dimensiones humanas, no debe, por tanto, convertirse en soberana.

Hoy nada escapa a la política, pero todo lo que está polítizado mantiene algún aspecto fundamental fuera de aquélla. La política está en todas partes, pero no todo es política. Lo mismo diré de la ecología: hoy la dimensión ecológica se encuentra en todas partes, eso es absolutamente incontestable, pero no todos los problemas se resuelven a partir de la ecología o de las normas emanadas de los ecosistemas naturales. La política debería convertirse en antropolítica, es decir, tendría que considerar no sólo lo cuantitativo y manipulable, sino la parte de carne, de sangre, de sueño que hay en la realidad humana.

Vivimos siempre con una concepción mutilada del ser humano, homo faber u homo sapiens, cuando éste es algo mucho más complejo, mucho más múltiple. Creo que, en este marco, el respeto a lo que los ingleses denominan privacy es esencial, además de paradójico, pues cuanta más necesidad tenemos de transparencia en las máximas alturas de la política, cuanto más nos preocupa saber qué es lo que allí se hace, si existe o no corrupción en la gestión de los asuntos públicos, más indispensable nos resulta la opacidad en cuanto individuos. Este problema se presenta ahora de UN modo distinto; antes existía UN hábeas hábeas que limitaba los derechos de la policía a fin de salvaguardar la vida privada. Hoy la situación se ha agravado porque, con la aparición de los microdireccionales, con los nuevos procedimientos de escucha, de filmación con video, cualquiera puede controlar a la totalidad de los individuos.

En Francia se ha creado una Comisión Nacional de la Informática y las Libertades CLIYO fin es precisamente limitar las posibilidades que ofrece la técnica de control total, pero ignoro en cuántos países existe una institución similar.

Democracia y Complejidad Humana

Llegamos así a la idea de democracia, que no es otra cosa que el respeto por la complejidad humana, es decir, el, el hecho de no contentarse con simplificaciones maniqueas o tecnicistas, así como a complejidad social, que contiene numerosos desórdenes y antagonismos. La democracia es el sistema que instituye la complejidad política. La democracia no es la ley de la mayoría, es antes que nada la regla del juego que permite que la múltiple diversidad de opiniones se exprese y se confronte, no de una manera física, como ocurriría en una batalla violenta, sino a través de la polémica, de la discusión en foros, parlamentos, etc. En ese momento la democracia se convierte en reguladora del conflicto, y permite incluso que el conflicto sea fructífero, es decir, que de él surja algo nuevo.
Y ésta es la razón de que la democracia no deba sólo instaurar la regla del voto periódico de la mayoría, sino también asegurar la protección de las minorías, que tiene una importancia vital. Saint Just decía: “Todas las artes han producido maravillas, sólo el arte de gobernar ha producido montruod”. Desgraciadamente, son pocas las excepciones a esta fórmula. Pero si puede afirmar que existe una tendencia política a la manipulación que se da también en las democracias, cuando, en mi opinión, el papel de la política debería ser el de despertar y estimular. Los sabios chinos decían que, en última instancia, el gobernante no debe hacer
nada. Pero no hacer nada quiere decir también intervenir con pequeños toques, como se hace en acuputura ¿En qué consiste, en efecto, el trabajo del acupuntor?

En intervenir en UN área periférico para excitar la energía y las fuerzas reorganizadoras del enfermo, o para ayudar al sano a que siga siéndolo, de forma que sea el cuerpo el cuerpo el que se cuide a sí mismo. Por tanto. me atrevería a decir que la política ideal se parecería bastante a la acupuntura.

Cerraré esta panorámica, tanto más breve cuanto que se ve en la obligación de cubrir campos muy alejados del problema de las fronteras ese lo político. En mi opinión, aquello que existía en los confines de la política -el desarrollo de las sociedades, la vida y la invierte de los individuos, el sentido de la evolución humana, la vida y la muerte de la especie e incluso la vida y la muerte del planeta Tierra- tiende a convertirse en núcleo de los problemas políticos.

Es necesario que inscribamos estos problemas dentro de una concepción de la política multidimensional y no totalitaria, que sirva al desarrollo de los seres humanos, UN desarrollo que no sea exclusivamente concebido como algo que puede ser medido a través de la tasa de crecimiento, ¡ciertos sociólogos se han creído capaces incluso de inventar una tasa de crecimiento cultural!.

El desarrollo de los seres humanos es también UN fenómeno multidimensional, que incluye la moral; pues es preciso decir que modelo de desarrollo económico produce también subdesarrollos éticos e intelectuales muy graves. Necesitamos una política que sea consciente de las relaciones entre los seres humanos y de su naturaleza social. Evidentemente, lo que no cabe hacer es sacarse UN programa del bolsillo y decir: ,Aquí tenéis el programa que debe seguir una buena política.

Esta necesita de una inversión considerable; resulta indispensable llevar a cabo una reforma del pensamiento, pues si no contamos con UN pensamiento capaz de recoger el desafío de la complejidad, es decir -lo repito-, capaz de contextualizar, de globalizar, de relacionar lo que está separado, me parece que estamos condenados a que nuestra inteligencia se quede ciega. Resumiendo, vivimos en una época en que se hace necesario UN replanteamiento de la política. Y aún así, quién sabe si el pájaro de Minerva no alzará el vuelo demasiado tarde.

Edgar Morin