domingo, 26 de noviembre de 2006

La Esencia del Neoliberalismo

Como lo pretende el discurso dominante, el mundo económico es un orden puro y perfecto, que implacablemente desarrolla la lógica de sus consecuencias predecibles y atento a reprimir todas las violaciones mediante las sanciones que inflige, sea automáticamente o —más desusadamente— a través de sus extensiones armadas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y las políticas que imponen: reducción de los costos laborales, reducción del gasto público y hacer más flexible el trabajo. ¿Tiene razón el discurso dominante? ¿Y qué pasaría si, en realidad, este orden económico no fuera más que la instrumentación de una utopía —la utopía del neoliberalismo— convertida así en un problema político? ¿Un problema que, con la ayuda de la teoría económica que proclama, lograra concebirse como una descripción científica de la realidad?


Esta teoría tutelar es pura ficción matemática. Se fundó desde el comienzo sobre una abstracción formidable. Pues, en nombre de la concepción estrecha y estricta de la racionalidad como racionalidad individual, enmarca las condiciones económicas y sociales de las orientaciones racionales y las estructuras económicas y sociales que condicionan su aplicación.

Para dar la medida de esta omisión, basta pensar precisamente en el sistema educativo. La educación no es tomada nunca en cuenta como tal en una época en que juega un papel determinante en la producción de bienes y servicios tanto como en la producción de los productores mismos. De esta suerte de pecado original, inscrito en el mito walrasiano (1) de la «teoría pura», proceden todas las deficiencias y fallas de la disciplina económica y la obstinación fatal con que se afilia a la oposición arbitraria que induce, mediante su mera existencia, entre una lógica propiamente económica, basada en la competencia y la eficiencia, y la lógica social, que está sujeta al dominio de la justicia.

Dicho esto, esta «teoría» desocializada y deshistorizada en sus raíces tiene, hoy más que nunca, los medios de comprobarse a sí misma y de hacerse a sí misma empíricamente verificable. En efecto, el discurso neoliberal no es simplemente un discurso más. Es más bien un «discurso fuerte» —tal como el discurso siquiátrico lo es en un manicomio, en el análisis de Erving Goffman (2). Es tan fuerte y difícil de combatir solo porque tiene a su lado todas las fuerzas de las relaciones de fuerzas, un mundo que contribuye a ser como es. Esto lo hace muy notoriamente al orientar las decisiones económicas de los que dominan las relaciones económicas. Así, añade su propia fuerza simbólica a estas relaciones de fuerzas. En nombre de este programa científico, convertido en un plan de acción política, está en desarrollo un inmenso proyecto político, aunque su condición de tal es negada porque luce como puramente negativa. Este proyecto se propone crear las condiciones bajo las cuales la «teoría» puede realizarse y funcionar: un programa de destrucción metódica de los colectivos.

El movimiento hacia la utopía neoliberal de un mercado puro y perfecto es posible mediante la política de derregulación financiera. Y se logra mediante la acción transformadora y, debo decirlo, destructiva de todas las medidas políticas (de las cuales la más reciente es el Acuerdo Multilateral de Inversiones, diseñado para proteger las corporaciones extranjeras y sus inversiones en los estados nacionales) que apuntan a cuestionar cualquiera y todas las estructuras que podrían servir de obstáculo a la lógica del mercado puro: la nación, cuyo espacio de maniobra decrece continuamente; las asociaciones laborales, por ejemplo, a través de la individualización de los salarios y de las carreras como una función de las competencias individuales, con la consiguiente atomización de los trabajadores; los colectivos para la defensa de los derechos de los trabajadores, sindicatos, asociaciones, cooperativas; incluso la familia, que pierde parte de su control del consumo a través de la constitución de mercados por grupos de edad.

El programa neoliberal deriva su poder social del poder político y económico de aquellos cuyos intereses expresa: accionistas, operadores financieros, industriales, políticos conservadores y socialdemócratas que han sido convertidos en los subproductos tranquilizantes del laissez faire, altos funcionarios financieros decididos a imponer políticas que buscan su propia extinción, pues, a diferencia de los gerentes de empresas, no corren ningún riesgo de tener que eventualmente pagar las consecuencias. El neoliberalismo tiende como un todo a favorecer la separación de la economía de las realidades sociales y por tanto a la construcción, en la realidad, de un sistema económico que se conforma a su descripción en teoría pura, que es una suerte de máquina lógica que se presenta como una cadena de restricciones que regulan a los agentes económicos.

La globalización de los mercados financieros, cuando se unen con el progreso de la tecnología de la información, asegura una movilidad sin precedentes del capital. Da a los inversores preocupados por la rentabilidad a corto plazo de sus inversiones la posibilidad de comparar permanentemente la rentabilidad de las más grandes corporaciones y, en consecuencia, penalizar las relativas derrotas de estas firmas. Sujetas a este desafío permanente, las corporaciones mismas tienen que ajustarse cada vez más rápidamente a las exigencias de los mercados, so pena de «perder la confianza del mercado», como dicen, así como respaldar a sus accionistas. Estos últimos, ansiosos de obtener ganancias a corto plazo, son cada vez más capaces de imponer su voluntad a los gerentes, usando comités financieros para establecer las reglas bajo las cuales los gerentes operan y para conformar sus políticas de reclutamiento, empleo y salarios.

Así se establece el reino absoluto de la flexibilidad, con empleados por contratos a plazo fijo o temporales y repetidas reestructuraciones corporativas y estableciendo, dentro de la misma firma, la competencia entre divisiones autónomas así como entre equipos forzados a ejecutar múltiples funciones. Finalmente, esta competencia se extiende a los individuos mismos, a través de la individualización de la relación de salario: establecimiento de objetivos de rendimiento individual, evaluación del rendimiento individual, evaluación permanente, incrementos salariales individuales o la concesión de bonos en función de la competencia y del mérito individual; carreras individualizadas; estrategias de «delegación de responsabilidad» tendientes a asegurar la autoexplotación del personal, como asalariados en relaciones de fuerte dependencia jerárquica, que son al mismo tiempo responsabilizados de sus ventas, sus productos, su sucursal, su tienda, etc., como si fueran contratistas independientes. Esta presión hacia el «autocontrol» extiende el «compromiso» de los trabajadores de acuerdo con técnicas de «gerencia participativa» considerablemente más allá del nivel gerencial. Todas estas son técnicas de dominación racional que imponen el sobrecompromiso en el trabajo (y no solo entre gerentes) y en el trabajo en emergencia y bajo condiciones de alto estrés. Y convergen en el debilitamiento o abolición de los estándares y solidaridades colectivos (3).

De esta forma emerge un mundo darwiniano —es la lucha de todos contra todos en todos los niveles de la jerarquía, que encuentra apoyo a través de todo el que se aferra a su puesto y organización bajo condiciones de inseguridad, sufrimiento y estrés. Sin duda, el establecimiento práctico de este mundo de lucha no triunfaría tan completamente sin la complicidad de arreglos precarios que producen inseguridad y de la existencia de un ejército de reserva de empleados domesticados por estos procesos sociales que hacen precaria su situación, así como por la amenaza permanente de desempleo. Este ejército de reserva existe en todos los niveles de la jerarquía, incluso en los niveles más altos, especialmente entre los gerentes. La fundación definitiva de todo este orden económico colocado bajo el signo de la libertad es en efecto la violencia estructural del desempleo, de la inseguridad de la estabilidad laboral y la amenaza de despido que ella implica. La condición de funcionamiento «armónico» del modelo microeconómico individualista es un fenómeno masivo, la existencia de un ejército de reserva de desempleados.

La violencia estructural pesa también en lo que se ha llamado el contrato laboral (sabiamente racionalizado y convertido en irreal por «la teoría de los contratos»). El discurso organizacional nunca habló tanto de confianza, cooperación, lealtad y cultura organizacional en una era en que la adhesión a la organización se obtiene en cada momento por la eliminación de todas las garantías temporales (tres cuartas partes de los empleos tienen duración fija, la proporción de los empleados temporales continúa aumentando, el empleo «a voluntad» y el derecho de despedir un individuo tienden a liberarse de toda restricción).

Así, vemos cómo la utopía neoliberal tiende a encarnarse en la realidad en una suerte de máquina infernal, cuya necesidad se impone incluso sobre los gobernantes. Como el marxismo en un tiempo anterior, con el que en este aspecto tiene mucho en común, esta utopía evoca la creencia poderosa —la fe del libre comercio— no solo entre quienes viven de ella, como los financistas, los dueños y gerentes de grandes corporaciones, etc., sino también entre aquellos que, como altos funcionarios gubernamentales y políticos, derivan su justificación viviendo de ella. Ellos santifican el poder de los mercados en nombre de la eficiencia económica, que requiere de la eliminación de barreras administrativas y políticas capaces de obstaculizar a los dueños del capital en su procura de la maximización del lucro individual, que se ha vuelto un modelo de racionalidad. Quieren bancos centrales independientes. Y predican la subordinación de los estados nacionales a los requerimientos de la libertad económica para los mercados, la prohibición de los déficits y la inflación, la privatización general de los servicios públicos y la reducción de los gastos públicos y sociales.

Los economistas pueden no necesariamente compartir los intereses económicos y sociales de los devotos verdaderos y pueden tener diversos estados síquicos individuales en relación con los efectos económicos y sociales de la utopía, que disimulan so capa de razón matemática. Sin embargo, tienen intereses específicos suficientes en el campo de la ciencia económica como para contribuir decisivamente a la producción y reproducción de la devoción por la utopía neoliberal. Separados de las realidades del mundo económico y social por su existencia y sobre todo por su formación intelectual, las más de las veces abstracta, libresca y teórica, están particularmente inclinados a confundir las cosas de la lógica con la lógica de las cosas.

Estos economistas confían en modelos que casi nunca tienen oportunidad de someter a la verificación experimental y son conducidos a despreciar los resultados de otras ciencias históricas, en las que no reconocen la pureza y transparencia cristalina de sus juegos matemáticos y cuya necesidad real y profunda complejidad con frecuencia no son capaces de comprender. Aun si algunas de sus consecuencias los horrorizan (pueden afiliarse a un partido socialista y dar consejos instruidos a sus representantes en la estructura de poder), esta utopía no puede molestarlos porque, a riesgo de unas pocas fallas, imputadas a lo que a veces llaman «burbujas especulativas», tiende a dar realidad a la utopía ultralógica (ultralógica como ciertas formas de locura) a la que consagran sus vidas.

Y sin embargo el mundo está ahí, con los efectos inmediatamente visibles de la implementación de la gran utopía neoliberal: no solo la pobreza de un segmento cada vez más grande de las sociedades económicamente más avanzadas, el crecimiento extraordinario de las diferencias de ingresos, la desaparición progresiva de universos autónomos de producción cultural, tales como el cine, la producción editorial, etc., a través de la intrusión de valores comerciales, pero también y sobre todo a través de dos grandes tendencias. Primero la destrucción de todas las instituciones colectivas capaces de contrarrestar los efectos de la máquina infernal, primariamente las del Estado, repositorio de todos los valores universales asociados con la idea del reino de lo público. Segundo la imposición en todas partes, en las altas esferas de la economía y del Estado tanto como en el corazón de las corporaciones, de esa suerte de darwinismo moral que, con el culto del triunfador, educado en las altas matemáticas y en el salto de altura (bungee jumping), instituye la lucha de todos contra todos y el cinismo como la norma de todas las acciones y conductas.

¿Puede esperarse que la extraordinaria masa de sufrimiento producida por esta suerte de régimen político-económico pueda servir algún día como punto de partida de un movimiento capaz de detener la carrera hacia el abismo? Ciertamente, estamos frente a una paradoja extraordinaria. Los obstáculos encontrados en el camino hacia la realización del nuevo orden de individuo solitario pero libre pueden imputarse hoy a rigideces y vestigios. Toda intervención directa y consciente de cualquier tipo, al menos en lo que concierne al Estado, es desacreditada anticipadamente y por tanto condenada a borrarse en beneficio de un mecanismo puro y anónimo: el mercado, cuya naturaleza como sitio donde se ejercen los intereses es olvidada. Pero en realidad lo que evita que el orden social se disuelva en el caos, a pesar del creciente volumen de poblaciones en peligro, es la continuidad o supervivencia de las propias instituciones y representantes del viejo orden que está en proceso de desmantelamiento, y el trabajo de todas las categorías de trabajadores sociales, así como todas las formas de solidaridad social y familiar. O si no...

La transición hacia el «liberalismo» tiene lugar de una manera imperceptible, como la deriva continental, escondiendo de la vista sus efectos. Sus consecuencias más terribles son a largo plazo. Estos efectos se esconden, paradójicamente, por la resistencia que a esta transición están dando actualmente los que defienden el viejo orden, alimentándose de los recursos que contenían, en las viejas solidaridades, en las reservas del capital social que protegen una porción entera del presente orden social de caer en la anomia. Este capital social está condenado a marchitarse —aunque no a corto plazo— si no es renovado y reproducido.

Pero estas fuerzas de «conservación», que es demasiado fácil de tratar como conservadoras, son también, desde otro punto de vista, fuerzas de resistencia al establecimiento del nuevo orden y pueden convertirse en fuerzas subversivas. Si todavía hay motivo de abrigar alguna esperanza, es que todas las fuerzas que actualmente existen, tanto en las instituciones del Estado como en las orientaciones de los actores sociales (notablemente los individuos y grupos más ligados a esas instituciones, los que poseen una tradición de servicio público y civil) que, bajo la apariencia de defender simplemente un orden que ha desaparecido con sus correspondientes «privilegios» (que es de lo que se les acusa de inmediato), serán capaces de resistir el desafío solo trabajando para inventar y construir un nuevo orden social. Uno que no tenga como única ley la búsqueda de intereses egoístas y la pasión individual por la ganancia y que cree espacios para los colectivos orientados hacia la búsqueda racional de fines colectivamente logrados y colectivamente ratificados.

¿Cómo podríamos no reservar un espacio especial en esos colectivos, asociaciones, uniones y partidos al Estado: el Estado nación, o, todavía, mejor, al Estado supranacional —un Estado europeo, camino a un Estado mundial— capaz de controlar efectivamente y gravar con impuestos las ganancias obtenidas en los mercados financieros y, sobre todo, contrarrestar el impacto destructivo que estos tienen sobre el mercado laboral. Esto puede lograrse con la ayuda de las confederaciones sindicales organizando la elaboración y defensa del interés público. Querámoslo o no, el interés público no emergerá nunca, aun a costa de unos cuantos errores matemáticos, de la visión de los contabilistas (en un período anterior podríamos haber dicho de los «tenderos») que el nuevo sistema de creencias presenta como la suprema forma de realización humana.

Notas
1. Auguste Walras (1800-66), economista francés, autor de De la nature de la richesse et de l’origine de la valeur [sobre la naturaleza de la riqueza y el origen del valor) (1848). Fue uno de los primeros que intentaron aplicar las matemáticas a la investigación económica.

2. Erving Goffman. 1961. Asylums: Essays On The Social Situation Of Mental Patients And Other Inmates [Manicomios: ensayos sobre la situación de los pacientes mentales y otros reclusos]. Nueva York: Aldine de Gruyter.

3. Ver los dos números dedicados a « Nouvelles formes de domination dans le travail » [nuevas formas de dominación en el trabajo], Actes de la recherche en sciences sociales, Nº 114, setiembre de 1996, y 115, diciembre de 1996, especialmente la introducción por Gabrielle Balazs y Michel Pialoux, « Crise du travail et crise du politique » [crisis del trabajo y crisis política], Nº 114: p. 3-4.

Publicado inicialmente en Le Monde, Diciembre, 1998


Pierre Bourdieu (1998). Traducción: Roberto Hernández Montoya
Analítica.com - Venezuela

Totalitarismo y Estado de Excepción Permanente

I.- Sobre el Ur-Fascismo
Sería absolutamente bizarro, casi de ciencia ficción, poder observar actualmente un totalitarismo puro, como bien han señalado Federico Welsch en su ponencia de ayer y Fernando Mires en la que se ha leído hace poco.
Históricamente, los sistemas más cercanos al totalitarismo que hemos podido observar y reseñar debidamente fueron la Alemania nazi y la Unión Soviética de Stalin. Actualmente los sistemas totalitarios son aves raras que no se dejan observar y que parecieran en peligro de extinción, afortunadamente....


Pero para los demócratas del siglo XXI, el hecho de que un régimen real no sea un totalitarismo puro no basta. Que en una sociedad se detecten dos o tres características que puedan describirse como tendientes al totalitarismo es razón más que suficiente para encender las señales de alarma.

Umberto Eco, en su texto Fascismo Eterno, dice que con el fascismo –y aquí yo diré ‘con las tendencias al totalitarismo’- ocurre como con los juegos: un juego puede implicar apuestas, otro, puede implicar competitividad, otro puede implicar dos o más jugadores, o un jugador en solitario. Pero al ver a un individuo o a un grupo de individuos practicando este tipo de actividades, enseguida todos entendemos que se trata de un juego, percibimos un aire de familia, independientemente de que las formas y reglas varíen notablemente de uno a otro. Al ver cosas tan distintas como un partido de ping-pong, uno de béisbol, uno de fútbol o uno de naipes, todos sabemos que se trata de un juego.

Eco dice que bastan 3 ó 4 características para que un régimen sea percibido como proto-fascista, como Ur-fascista. No tienen que ser 14 ó 20: no tienen que ser obligatoriamente determinadas características, la 1, la 3 ó la 7 de una lista o baremo que uno siga cual detective democrático: puede tratarse de dos regímenes que tienen –el primero- las características a, b y c, y el segundo las características f, g y h: ello quiere decir que no comparten características comunes, pero sin embargo, podemos percibir, por una especie de transitividad invisible, que esos dos regímenes, tan diferentes, son Ur-fascistas.

Eco menciona 14 características: yo, por razones de tiempo, resumiré 7.

1.- El culto a la tradición. Cuando veamos un régimen que empieza a revivir el panteón de los héroes y semidioses de la historia patria para aplicarlos en la política ordinaria del día a día, hasta para comprar víveres, empieza a oler a tendencias totalitarias, a Ur.Fascismo.

2.- No se acepta el pensamiento crítico, porque éste opera mediante distinciones y matices. Nótese que para la comunidad científica el desacuerdo y el debate son instrumentos para el progreso del conocimiento. Pero para el Ur.Fascismo todo desacuerdo es traición.

3.- A los que carecen de una identidad cultural cualquiera, el Ur.Fascismo les dice que su privilegio es el más vulgar de todos: haber nacido en el mismo país. Por esto, quienes mejor ofrecen identidad a la nación son los enemigos: y a ello se debe que en la raíz psicológica del Ur.Fascismo está la obsesión por el complot, posiblemente internacional como bien ha señalado el profesor Hugo Pérez en su ensayo sobre la teoría de la conspiración en manos de gobiernos autoritarios. Todo eso porque los secuaces deben sentirse asediados por poderosos enemigos externos. Y la manera más fácil de hacer que asome un complot es la xenofobia o el imperialismo.

4.- Los secuaces deben sentirse humillados por la riqueza ostentada y por la fuerza de los enemigos. Pese a todo, los secuaces deben estar convencidos de que pueden derrotar a los enemigos. Los enemigos son simultáneamente demasiado fuertes y demasiado débiles. Los fascismos están condenados a perder las guerras porque no son capaces de valorar con objetividad la fuerza del enemigo.

5.- Para el Ur-Fascismo no hay lucha por la vida sino ‘vida para la lucha’. El pacifismo es pactar con el enemigo. El pacifismo es malo porque la vida es una guerra permanente.

6.- Cada uno está educado para convertirse en un héroe. En la mitología, los héroes son seres excepcionales: pero en el Ur-Fascismo el heroísmo es la norma de vida cotidiana. Esto conlleva a un culto por la muerte. El Ur-Fascista está impaciente por morir y convertirse en un héroe: pero en su impaciencia más a menudo consigue hacer que mueran los demás.

7.- El Ur-Fascismo habla una ‘neolengua’, crea su propio registro, su propio léxico, su propio juego de lenguaje, y cambia las palabras, los nombre de las cosas, cambia los símbolos históricos, para que estos signos pierdan su conexión con el pasado, con otros registros y lenguajes, de manera que se terminen pensando de una manera única: los oponentes son despojados de sus palabras, de su identidad, y se les exhorta a que se sumen a la nueva identidad, a la neo-lengua, so pena de ser molidos por el trapiche de la historia, como dice mi amigo Fausto Masó.

Siguiendo a Eco, si en una sociedad encontramos al menos 3 de estas características ó 3 de las siete restantes, ya no huele, sino que apesta a Ur-Fascismo.

Hay diversos mecanismos para tratar de implementar estos mecanismos totalitarios en una sociedad, ampliamente reseñados por los estudios históricos y políticos. Yo me referiré aquí al estado de excepción permanente.

II.- Sobre el estado de excepción

En su libro Homo sacer: El poder soberano y la nuda vida I3 –y siguiendo la idea de Karl Schmitt de que soberano es aquel que puede decretar el estado de excepción- Giorgio Agamben ha señalado que el estado de excepción se ha convertido en la condición permanente de la política actual.

La teoría política clásica señala que uno de los orígenes del estado de excepción se encuentra en la figura romana del dictador, que ejercía poderes casi ilimitados durante un lapso que el senado considerara suficiente para superar el estado de necesidad o calamidad que motivaba la solicitud a un ciudadano notable para que asumiera tal magistratura.

Otro límite impuesto a esa magistratura era que el dictador no podía modificar las leyes fundamentales, puesto que no ejercía un poder soberano originario sino uno delegado por el senado.

Estos dos límites –lapso prefijado e imposibilidad de modificar la Constitución- son, junto con la inviolabilidad de los derechos humanos, características habituales de los actuales estados de excepción, de sitio o de conmoción, que están tutelados en la mayoría de las Constituciones democráticas del mundo.

Caso paradigmático en el estudio Agamben es la suspensión indefinida de la Constitución de Weimar por Hitler en el momento en que asumió la Cancillería. Hitler usó el estado de excepción permanente para legitimar una serie de medidas –entre ellas la llamada solución final de los campos de concentración- que acaso no hubiera podido ejecutar tan expeditamente sin los poderes plenos de la excepción, que lo liberaban de los límites impuestos en la política ordinaria por las garantías constitucionales.

En América Latina hemos presenciado re-ediciones de esa estrategia: tiranías que persiguieron, torturaron y desaparecieron a sus opositores utilizando un estado de excepción permanente que justificaban aduciendo una amenaza comunista externa o un peligro subversivo interno.

Agamben recurre en primer lugar a Walter Benjamin, quien señala que: “el estado de excepción (...) se ha convertido en regla...” 4También a Tingsten, en un estudio que este autor elabora sobre el problema. Dice Tingsten:

El ejercicio regular y sistemático de la institución (el estado de excepción), conduce necesariamente a la liquidación de la democracia (...) La Primera Guerra Mundial –y los años subsiguientes- aparecen desde esta perspectiva como el laboratorio donde se han experimentado y puesto a punto los dispositivos funcionales del estado de excepción como paradigma de gobierno.5

Otro autor al que recurre Agamben es Rossiter, para sugerir la conversión de lo excepcional en permanente:

Los instrumentos de gobierno que se han descrito aquí como dispositivos temporales de crisis se han convertido en algunos países, y pueden convertirse en todos, en instituciones duraderas incluso en tiempo de paz.6

Su ejemplo más reciente –que le ha valido gran notoriedad a Agamben- es la afirmación de que el campo de detenidos de Guantánamo es una manifestación del campo de concentración, del lager, y que allí se espacializa la condición permanente del estado de excepción. Dice Agamben en una página que le ha dado la vuelta al mundo:

El significado inmediatamente biopolítico del estado de excepción como estructura original en que el derecho incluye en sí al ser viviente por medio de su propia suspensión se manifiesta con claridad en la military order promulgada por el Presidente de los Estados Unidos el 13 de noviembre de 2001, que autoriza la indefinite detention y el procesamiento por military commissions (que no hay que confundir con los tribunales militares previstos por el derecho de guerra) de los no-ciudadanos sospechosos de estar implicados en actividades terroristas Ya el USA Patriot Act, acordada por el senado el 26 de octubre de 2001, faculta al Attorney General “para someter a detención” al extranjero (alien) sospechoso de realizar actividades que se suponga son un peligro para la “la seguridad nacional de los Estados Unidos”; pero en un plazo de siete días debía ser expulsado o bien acusado de violación de las leyes de emigración o de cualquier otro delito.7

Agamben argumenta que Guantánamo adquiere la condición de lager en el momento en que los allí detenidos no son considerados como combatientes de guerra (pues en tal caso los protegerían las Convenciones de Ginebra sobre prisioneros de guerra) y tampoco son aliens detenidos en territorio de USA, porque si lo fueran podrían recurrir a la disposición del General Attorney para ser enjuiciados por algún delito o deportados a sus países de origen.

Esta suspensión permanente del orden jurídico (derechos y garantías constitucionales de los detenidos) argumentando la lucha contra el terrorismo constituye un estado de excepción que ya se prolonga durante años.

A partir de esta denuncia emerge una pregunta importante: ¿existe el riesgo de que una nación tan poderosa como los Estados Unidos vea disminuidas sus libertades –y que además lesione las del resto del mundo- debido a la implementación de medidas excepcionales que se pretenden justificar en la lucha contra el terrorismo pero que pueden ser zarpazos autoritarios de una administración inescrupulosa?

Lo denunciado por Agamben es parcialmente cierto y éticamente censurable, pero pienso que Guantánamo no es homologable con Auschwitz. La amenaza a la libertad, que es real, ha generado resistencias y respuestas oportunas y efectivas.

Afortunadamente para el mundo, la administración Bush no controla totalitariamente ni las instituciones ni la vida civil de los Estados Unidos. Una executive order (decreto presidencial) o una military order tienen que pasar por el control del senado, que las ratifica o deroga. En este caso, el legislativo puede impedir que el Presidente se abrogue un poder excepcional en detrimento de las libertades, de acuerdo a las previsiones de la Constitución.

Pero supongamos teóricamente que –burlando al senado- Bush intenta mantener un estado de excepción permanente. Su intento, sin embargo, tendría otro límite: el tiempo. Le quedan dos años en la Presidencia, y en las situaciones más calamitosas de la historia de los Estados Unidos –sea la Guerra de Secesión o las Guerras Mundiales- esa nación ha realizado las elecciones presidenciales en el momento en que correspondía.

Durante más de 200 años el pueblo norteamericano nunca ha sido privado del derecho de elegir un nuevo Presidente al concluir el lapso del saliente, independientemente de que ciertos grupos –aborígenes, mujeres y negros- hayan sido mantenidos fuera de la categoría de pueblo durante muchos años.

Agamben, citando a Friedrich, ofrece otra vacuna para prevenir la conversión del estado de excepción en estado permanente de la política:

No hay ninguna salvaguardia institucional capaz de garantizar que los poderes de emergencia sean efectivamente utilizados con el objetivo de salvar la constitución. Sólo la determinación del propio pueblo para comprobar que sean utilizados con este objetivo puede garantizar eso.8

Me parece que la prescripción de Friedrich se ha cumplido: una sociedad civil altamente organizada está movilizada para impedir que medidas excepcionales del tipo Patriot Act sean utilizados para objetivos diferentes a los de preservar la seguridad de la nación y salvaguardar la Constitución. También hay una reacción política del pueblo norteamericano en el momento en que el Partido Demócrata le ha ganado la mayoría en la cámara baja y el senado (51 a 49 en el caso de la cámara alta) al gobierno republicano de Bush en las recientes elecciones parlamentarias del mid-term. Ello ha hecho que el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld haya tenido que renunciar ayer.

Y en países como el nuestro, se observa una movilización tanto de las fuerzas políticas como de la sociedad civil –ustedes y nosotros somos una muestra de ello- en lucha por preservar formas de ejercicio de la democracia que han costado muchos años, mucho esfuerzo y muchas vidas.

III.- Sobre la democracia directa y el momento constituyente perpetuo

Constantemente, podemos percibir que se pronuncian discursos en los que se enfatiza una oposición –falsa por supuesto- entre la llamada ‘democracia representativa burguesa’ y la llamada ‘democracia participativa, protagónica y directa’.

Pero quienes defienden la democracia directa y además de corte marxista, seguramente han olvidado lo que dijo Marx acerca de su modelo democrático, un modelo que le da todo el poder a los comités, tomado de la Comuna de París, y que de hecho confunde –o funde- el poder soberano constituyente originario con los poderes delegados de una asamblea.

¿Cuál es el riesgo de una indistinción entre el poder constituyente y el poder soberano si en la teoría y en la praxis están fundidos como en una aleación? ¿Cómo y para qué diferenciarlos? ¿Y qué riesgo puede implicar la permanencia del poder constituyente en el poder constituido?

El riesgo de una indistinción entre el poder constituyente y el poder soberano y de la permanencia del poder constituyente en el poder constituido es que los comités –o un líder carismático revolucionario- pueden –usando tal poder soberano en sus manos- instaurar una constituyente permanente, de manera que refundar el Estado o la revolución se conviertan en una labor sin fin, en un eterno Work in progress.

Creo que Agamben quiere distinguir el poder constituyente del poder soberano para evitar que el depositario legítimo de la soberanía –el pueblo- sea engañado por demagogos carismáticos que hipostasien su persona individual con el colectivo, usurpando así la soberanía para sus proyectos tiránicos.

Revisemos el modelo de Marx para explicar los temores que creo compartir con Agamben:

La Comuna estaba formada por concejales municipales, elegidos por sufragio universal en los distintos distritos electorales de la ciudad, responsables y revocables en mandatos cortos. La mayoría de sus miembros eran naturalmente hombres trabajadores, o representantes reconocidos de la clase trabajadora. La Comuna era un cuerpo obrero, no parlamentario, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo. En lugar de continuar siendo el agente del gobierno central, la policía fue despojada de sus atributos políticos y convertida en un agente de la Comuna responsable y en todo momento revocable. Lo mismo ocurrió con los funcionarios de todas las otras ramas de la administración. Desde los miembros de la Comuna hacia abajo, todo el servicio público debía hacerse con salario de trabajadores. (...) No sólo la administración municipal sino el conjunto de iniciativas hasta entonces ejercidas por el estado pasaron a manos de la Comuna. (…) Al igual que el resto de los funcionarios, los magistrados y los jueces serían elegidos, responsables y revocables. (…) Las comunas rurales de cada distrito debían administrar sus asuntos comunes mediante una asamblea de delegados en la ciudad principal, y estas asambleas de distrito debían mandar a su vez a sus diputados a una Delegación Nacional en París, siendo cada miembro revocable en cualquier momento por mandato imperativo de sus electores.9

Esta facultad revocatoria permanente de los comités sobre cualquier legislación, institución o funcionario, genera un momento constituyente perpetuo: estamos ante una variante –atroz- del estado de excepción convertido en política ordinaria. Porque la Constituyente suspende las leyes, los derechos, y si se hace una constituyente a cada rato, o una asamblea dominada por un gobierno forajido cambia las leyes a cada rato, esto deja a los ciudadanos desnudos, a-bando, como dice Agamben. Desprotegidos, segregados si no pertenecen al clan de los Ur-Fascistas, los ciudadanos pueden ser objeto de cualquier vejamen, se les puede tomar la vida sin temor a represalias legales, tal y como los espartanos podían cazar ilotas en Peloponeso sin temor, o como los ingleses podían cazar maoríes en Nueva Zelanda.

Despojados de sus rasgos y derechos humanos, de sus palabras, de su identidad, los disidente acorralados pueden exclamar como Caín: ‘Quien me halle que me mate’.

Lo que estoy diciendo es que en el caso de Marx los comités pueden decidir en cualquier momento qué cambios constitucionales se requieren para readaptar las instituciones al proyecto revolucionario, de acuerdo con las instrucciones de la asamblea… o de un líder carismático que hipostasie su persona individual con el colectivo, es decir, que los convenza de que él es el pueblo.

En las actuales condiciones de la política global –debido a la observación internacional- es cada vez más difícil implementar sin vetos, bloqueos y otras sanciones, un estado de excepción permanente de viejo cuño.

Pero, como hemos señalado en otras lecturas, algunos gobernantes autoritarios actuales han aprendido a utilizar los propios mecanismos de elección –y los de control o accountability- para legitimar y prolongar su poder tiránico, sin llegar ser intervenidos por los organismos internacionales debido a la aparente ‘legalidad’ de sus actuaciones.

Estos autoritarismos que aspiran a ser ‘invisibles’ han prosperado en democracias debilitadas por la corrupción, la división y polarización interna, la decadencia de los partidos políticos y la abulia de la sociedad civil traducida en tendencias electorales abstencionistas. A todo esto se suele añadir la existencia de una oposición desleal10 que para derrotar al gobierno a toda costa no duda en aliarse con factores antidemocráticos en busca de triunfos momentáneos, sin darse cuenta de que con su oportunismo están contribuyendo con el hundimiento de la democracia, una calamidad de la cual ellos también terminan víctimas a mediano plazo, como ha señalado claramente Juan Linz en su libro El quiebre de las democracias.

Los líderes de tipo carismático que aquí señalamos, una vez en el poder, pueden iniciar una paulatina toma de los poderes institucionales, toma que en primer lugar puede apuntar a los órganos de la política ordinaria, pero que en segunda instancia puede estar enfilada hacia las leyes fundamentales, buscando modificarlas para reforzar su poder autoritario y usando para ello instrumentos que en teoría son democráticos y legítimos como los referendos y las constituyentes.

Ya controlados los poderes institucionales, sobre todo el sistema electoral, con una oposición asfixiada por sus propias contradicciones, con una ciudadanía deprimida, desconfiada y abstencionista, toda nueva consulta electoral –que teóricamente debería servir para oxigenar y democratizar el sistema- puede contribuir a lo contrario, a asfixiar la democracia y fortalecer el proyecto autoritario, el Ur-Fascismo.

Debido al uso perverso de las nuevas tecnologías y la informática, los vicios y fraudes electorales cada día son más difíciles de probar en los países que usan sistemas automatizados de votación y conteo, sistemas que –no por casualidad- son los que prefieren estos autoritarismos que pretenden pasar como ‘invisibles’ ante los radares de los organismos observadores internacionales y locales.

Con estos fabulosos recursos a su entera disposición ¿qué miedo puede tener el líder carismático de contarse, de someter sus propuestas a referéndum o de convocar al poder constituyente cuando requiera ajustar a su nueva talla el sistema político y la constitución?

En el momento en que el líder note que la oposición se le acerca peligrosamente, puede convocar al poder constituyente para cambiar las reglas de juego y así garantizar su permanencia en el poder. Es como si a la mitad de un partido de béisbol usted dijera: “¡Ah. No! Pero ahora tú para sacarme el inning tienes que hacerme cinco outs en vez de tres.”

Sabiendo que va a ganar cualquier elección, puede cambiar el nombre de la república, de los meses del año (Thermidor, Brumario, en vez de Enero, Agosto…) el régimen político, el sistema de producción económica, el régimen de propiedad privada, puede cambiar las reglas de mayoría en el Congreso –reglas vitales para promulgar y modificar Leyes Orgánicas y para nombrar altos cargos- o puede prolongar su mandato de por vida.

En el momento en que trataba de concluir este texto, me he quedado en blanco, algo que les aseguro que no me sucede nunca, porque como no confío en las musas siempre llevo un esquema claro de lo que voy a escribir en cada ensayo o lectura. Por lo cual debo declarar que este es un texto sin final, sin conclusión.

Una interpretación benévola de mi incapacidad puede ser el siguiente argumento: no podemos darle un final todavía a este ensayo por la sencilla razón de que la historia que aquí se cuenta no ha concluido, porque el tema está en pleno desarrollo y es un work in porogress, cuyo desenlace ha de ser escrito mediante actos, mediante acciones, por los ciudadanos de este país tanto en las elecciones como en los días, meses, años subsiguientes, pero sobre todo mediante los actos subsiguientes de que seamos capaces.

Por ahora, sirva esta modesta lectura como una simple advertencia de los riesgos que corremos.

1 Este ensayo fue leído en el marco de las III Jornadas de Reflexión Política de la UCAB, dedicadas al tema ‘Totalitarismos de Izquierda y Derecha en el Siglo XXI’ realizadas en el campus de Montalbán el 8 y 9 de Noviembre de 2006.

2 Oscar Reyes es profesor de Filosofía Política en la UCAB, asesor de la oficina de la diputada Marisa Bafile ante la cámara de Diputados del Parlamento Italiano e integrante del Observatorio Antitotalitario Hannah Arendt.

3 Giorgio Agamben: Homo sacer: El poder soberano y la nuda vida I, Pre-textos, primera reimpresión, Valencia, España, noviembre de 2003.

4 Citado por Agamben: Estado de excepción... p. 17 5 Citado por Agamben: Ibid. p. 18.

6 Citado por Agamben, Ibid., p. 20. las cursivas son mías.

7 Agamben, Ibid. P. 12. La cursiva en biopolítico es nuestra.

8 Friedrich, citado por Agamben, Estado de excepción... p. 19.

9 Mis ideas sobre el modelo de democracia marxista provienen de Norberto Bobbio en Ni con Marx ni contra Marx y El Futuro de la Democracia –ambos publicados por el Fondo de Cultura Económica- así como de David Held en Modelos de Democracia (Alianza Editorial, Madrid, 2001) quien en las páginas 165-167 me recordó este largo y esclarecedor pasaje de La guerra civil en Francia de Marx.

10 Por supuesto que esta terminología procede del libro canónico de Juan Linz La caída de las democracias, aunque también me he servido de algunas ideas de Samuel Huntington en El orden político en las sociedades en cambio, de O´Donnell en Accountability Horizontal y, más recientemente, de Fareed Zakaria en El futuro de la libertad.

Oscar Reyes (oreyes@ucab.edu.ve),
Analítica.com - Venezuela (20/XI/06)

Ciudadanos en la Red

.....A mediados de los ’90 resurge el debate en torno a la ciudadanía; de izquierda a derecha intentan re-definir el concepto en virtud de los cambios socio- políticos que se fueron dando: los conflictos raciales y multiculturales, la conformación de la unión europea y el resurgimiento de movimientos nacionalistas, las democracias latinoamericanas, el desmantelamiento de los Estados de Bienestar, entre otras. No es la intención de este trabajo desarrollar el debate y las confrontaciones sobre el tema, que excede el objetivo propuesto; simplemente resulta pertinente dejar claro que no existe una única manera de entender o abordar la cuestión de ciudadanía.

Básicamente el concepto de ciudadanía, que se aborda en este trabajo, está relacionado, por un lado, con la idea de los derechos individuales; por el otro, con la noción de vínculo en una comunidad particular. Entre estas dos nociones se debaten el liberalismo y el comunitarismo, por el cual la discusión aparece en torno a dos ejes principales: la ciudadanía como condición legal para pertenecer a una comunidad política particular, y la ciudadanía como actividad deseable, según la cual la extensión y calidad de la misma depende de la participación en la comunidad (Kymlicka y Norman, 1994)
Los derechos individuales que confiere la condición legal a los ciudadanos generalmente están otorgados por el Estado, esfera delimitada territorialmente, que integra a los ciudadanos a una comunidad de iguales (al menos formalmente). Ahora bien, si pensamos en Internet, existe un espacio o territorio virtual que no tiene frontera nacional. En principio la red puede extenderse por todo el mundo. Esto indica que los derechos en y de la comunidad virtual deben tener en cuenta esta peculiaridad espacial. ...

Extracto del Ensayo "Participación y Ciudadanía en la red de redes", por Laura Interlandi.

Leer Ensayo Completo (Que merece la pena!)

En el ámbito de Gustavo Bueno.

...... La comprobación de la racionalidad inmanente respecto a la izquierda y la derecha política aporta criterios para juzgar qué comportamientos pueden considerarse de izquierdas o de derechas sin caer en la atribución de una mayor racionalidad a una u otra opción. Ambas están inscritas en el proceso de racionalización política que culmina en la democracia. Los conceptos de izquierda y derecha son el resultado de la acumulación de las distintas fases de su curso esencial. La izquierda ha de proponerse dinamizar el ámbito público, avanzar hacia la utopía socialista y poner en práctica un programa de acción política progresista. La derecha ha de proponerse lo contrario, estabilizar el ámbito público, avanzar hacia la utopía liberal y poner en práctica un programa de acción política conservador, tendente a mantener el statu quo.

De un modo general podría caracterizarse la opción de la izquierda como racionalidad constituyente reconciliadora, en tanto asume como su finalidad la transformación de la realidad social hacia la ausencia de conflictos, hacia una humanidad reconciliada consigo misma. La orientación de la derecha sería la opuesta, se caracterizaría como racionalidad constituida individualizadora, en tanto asume su finalidad la diferenciación de los individuos por la competencia.

Considerando en abstracto cada una de las fases históricas previas a la consolidación de la democracia, tanto la izquierda como la derecha política cuentan con un componente (el correspondiente a su victoria histórica) que ha sido asumido por ambos bandos y desde la perspectiva de la democracia consolidada aparece como racional, por sostenible. Y también cuentan con un componente que no ha sido asumido por ambos bandos y que desde la perspectiva de la democracia consolidada aparece como irracional, por insostenible.
Del curso esencial de la izquierda, el componente que aparece como racional es el señalado en la primera propuesta de Gustavo Bueno como su elemento definitorio: la extensión de las mejoras sociales a toda la nación; y el que aparece como irracional es la esperanza en el advenimiento de la solidaridad humana. Y del curso esencial de la derecha, el componente que aparece como racional es la iniciativa privada; y el que aparece como irracional es el también señalado en la primera propuesta de Gustavo Bueno como su elemento definitorio: la defensa de intereses de colectivos particulares. En cualquier caso, tras sus respectivas victorias históricas, izquierda y derecha sólo pueden aspirar a imponer sus criterios de manera coyuntural y relativa...

Publicado en El Catoblepas, Nº 33, Noviembre 2004

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