martes, 24 de febrero de 2009

Diego de Torres Villaroel: "Utilidad de la astrología en la política"

Inquietos estaban ya todos los de mi congreso, esperando a ver si con este Parche quedaba la Astrología restituida a su robusta salud, creyendo que fuese así, a vista de que con los dos Parches antecedentes se hallaba tan recobrada; apretóme [28] el Sacristán a que despachase presto, porque deseaba ya ver acabado este negocio para volverse a su Aldea: Yo le dije que lo haría con bastante brevedad, respecto de que la herida era de bien poca consecuencia. Empecé a formar el Parche, y a este tiempo Ascletarion, Astrólogo estrafalario, me dijo, no procurase curar la Astrología, si no quería verme como él se miró, pues por un mal Pronóstico que hizo a Domiciano, murió comido de perros.

Yo le dije: Señor mío, si usted como fue Gentil, hubiera sido Cristiano, no hubiera hecho ese Pronóstico, que mejor puede llamarse adivinación fantástica, pues no tuvo fundamentos, sino es los de su loca fantasía; y así sus quejas tienen tanto fundamento, como el de sus Pronósticos, pues los Príncipes políticos, aunque no pagan Astrólogos cuando no los necesitan, es falso que no los sufran, sin que acudamos para este al Emperador de Rusia, ni al Rey de Marruecos, pues entre Reyes Cristianos vemos hoy que se permiten. Dígalo Francia, e Italia, y dígalo nuestra España, pues en ellas se permiten Cátedras de esta Ciencia, y poco ha que las Gacetas nos pusieron la predicción, y Pronósticos que hicieron los Astrolos Franceses acerca del Globo de Luz o nuevo Fenómeno que se vió el año pasado; y de Milán viene aquí todos los años el Piscator Sarrabal: Luego entre Reyes Católicos se permite esta Ciencia como útil, y provechosa para todo lo político, porque aquella Ciencia es útil de quien las otras mendigan: De la Astrología, y Matemáticas necesitan los Pilotos, los Soldados, Marineros, Médicos y Labradores: luego es útil esta Ciencia. Véase la utilidad que trajo a la Cristiandad en el Reino de la China, pues yendo errados los más doctos Astrólogos de aquel Imperio en el cómputo de los Eclipses, viendo que los Padres de la Compañía acertaban la hora y punto del Eclipse, fue principio para que los venerasen como a hombres Sabios y Doctos, y que hiciesen juicio de que la Doctrina que enseñaban, era la más verdadera, por lo cual se redujeron muchos al Gremio de la Iglesia; y fue esto con tanta estimación de los Padres, que al P. Daniel le hizo el Emperador uno de sus principales mandarines, ordenando que veinte Astrólogos los más Doctos de su Imperio viniesen a ser Discípulos y a aprender la Astrología con dicho P. Daniel. Díjome Cornelio Tácito, que Tiberio, porque le engañaron los Astrólogos, estableció un Senatus consulto para expelerlos de Italia; a que añadió Justo Lipsio, que él tenia apuntado [29] en los Comentarios del señor Cornelio Tácito, que eso no era nueva ley, sino es repetición de la antigua, y Edicto, por el cual había ya mucho tiempo que estaba desterrada de la República esa peste, y que constaba de sus Excursos; que el año de 1614 fueron echados de Roma con término de diez días, los Caldeos, que hoy se llaman Piscatores: no pude sufrir la carcajada a vista de esta ignorancia, pues es cosa muy distinta los Astrólogos Cristianos, que hoy se llaman Piscatores, que los Caldeos y Egipcios como ya queda probado; pero no obstante les dije, que me hiciesen la merced de decirme, por dónde había vuelto a entrar la Astrología, pues yo veía que hoy día se practicaba con públicas Academias; de donde infería yo, que el echar de aquella Ciudad esos Caldeos Astrólogos, no fue por privar el uso de la Astrología, sino es por dejarla más pura. Y a la advertencia que nos hizo el Doctorado, de que en Valencia no se hace ya el Calendario, sino es poniendo los días, meses y Lunaciones, la hora de salir el Sol, los Eclipses, y las Fiestas, y que en Francia se escriben del mismo modo, le responde que es falso, como consta de los mismos Calendarios.

El dicho del Rey don Alfonso el Sabio, prueba mi misma opinión, pues dice, que es de los Príncipes necios el honrar a los Astrólogos; y la razón que da, es, porque los Príncipes Sabios dominan a las Estrellas; y como el Rey Don Alfonso era tan docto y tan sabio en la buena Astrología, por eso despreciaba a los Astrólogos, no porque los despreciase, (sino que fuese a los malos) sino es porque él se sabía lo que ellos podían pronosticarle.

El Dilema con que salió Favorino de que, o lo que pronosticamos es próspero, o es adverso, diciendo que si es próspero, y engañamos, le hacemos antes con antes infeliz a aquel a quien lo decimos; y que si es adverso, y mentimos, también le hacemos infeliz: Respondí que si le engañamos, y mentimos, seremos malos Astrólogos; pero que si somos buenos, no ejecutaremos, ni lo uno, ni lo otro: a más de que siendo adverso, y cierto, hacemos bien en decirlo, pues así nos conformamos, con lo que nos enseña S. Gregorio, hom. 35 in Evangelia, donde dice: Que nosotros recibimos con más tolerancia los males, si contra ellos nos armamos del escudo de la presciencia; por cuya causa no es inútil, ni perjudicial en lo Político la Astrología, sino muy útil, y provechosa; pues el Comerciante, hallando en el Piscator [30] que ha de haber muchos naufragios, dejando para otro tiempo mejor el embarco de sus géneros, se librará del naufragio; y esto mismo se dice de los demás.

Decir que son los Astrólogos como Saludadores, porque unos matan con un soplo a un hombre, y otros también con un soplo matan a todo un Ejército, porque unos y otros ganan a soplos la vida, es conocido delirio; pues yo no he visto en mi vida que los Astrólogos soplen, si bien al señor Doctor, parece le han hecho aire; que los Príncipes moderen con sus Leyes inviolables las malas inclinaciones que se hallaren en sus súbditos, es una doctrina cierta; pero eso no proviene de que tengan dominio sobre las Estrellas, sino del que tienen sobre sus Vasallos: por eso aunque Mercurio influyese a los Franceses, pudo Luis XIV en Francia no quitarle la influencia, sino refrenar la inclinación de su súbdito a hurtar por el miedo del castigo. Lo mismo digo de España en orden a las venganzas, y a los generosos bríos que tienen los Españoles, sin que les influya Marte, pues ellos ex proprio Marte, han sido siempre briosos: con que así, no hay que admirar que nuestro Rey y señor Don Felipe (que Dios guarde) haya moderado los aceros de sus fieles Vasallos, por su Real Decreto o Bando, pues esto no es quitar el influjo a Marte, al León Celeste, ni al Can, ni el valor a sus Vasallos: de todo lo cual, no sacamos que sea inútil, ni perjudicial la Astrología en lo Político; antes bien la vemos practicada, y estudiada del mismo Rey, y señor Don Felipe V (que Dios guarde) sabemos que Cayo Julio, primer Emperador, la practicó, y estudió, el Rey Don Alfonso el Sabio, el Emperador Leopoldo, y otros muchos de esta clase.

Daba priesa el Sacristán a que se aplicase el Parche; y luego que se aplicó, se levantó tan bizarra, tan ágil, y tan hermosa, y libre de las heridas con que estuvo maltratada, que todo era norabuenas de aquellos aficionados Teólogos, Médicos y Caballeros que era una pura algazara; y eran tanto el regocijo de verla vivificada, que unos decían a voces viva la Astrología, otros victor el Astrólogo, y aun hasta mi Sacristán, aunque ya no hallaba señas de Entierro, daba muchos brincos, y boltetas, y saltaba de contento.

Pero en medio de esta fiesta hacia un rincón de la sala se oyó un horroroso estruendo, como de uno que rabiaba; a cuya impensada novedad acudieron luego todos, y a breve tiempo [31] se reconoció que era el pobre Juicio Final que, o del susto, o de la rabia de ver ya tan sobre sí a la buena Astrología, le había dado un accidente: unos le consolaban, alentándose, y diciéndole no tomase pesadumbre, estos eran el P. Angelis, Pedro Gasendo, y otros que eran sus amigos: otros pareciéndoles que era el accidente mortal, le ayudaban a morir, estos eran el P. Feijoo y otros Monjes de esta Orden; pero el P. Martín Delrio, presumiendo que algún Mago, algún Hechicero o Bruja le había maleficiado, según lo que pataleaba por remediarle, ocurrió con la autoridad de las Descripciones Mágicas; pero por más que ocurrieron, no pudieron remediarle, y se murió el pobre enfermo; y lo peor del caso fue, que no murió arrepentido, como le sucedió a Pico Mirandulano, que este a la hora de su muerte dio señas muy suficientes de que estaba pesaroso de no haber seguido los Estandartes de la Astrología; antes bien haberse opuesto a sus Banderas, como principal caudillo que fue de nuestros contrarios.

Entonces mi Sacristán, viendo que había muerto el enfermo, empezó a decir con muchas voces: Enterretur, enterretur; por lo cual nos fue preciso disponer el funeral. Los Políticos dijeron que se amortajase en los pliegos que escribieron el amigo Brandalagas, y cierto Pedro Fernández, que se le hiciese la caja de los Parches que quedaron después que se curó la Astrología, y de los emplastos que usó, y no pegaron en vida; y que llevasen el cuerpo a más de los referidos Brandalagas, y Fernández; el que escribió a Paracelso, y por cuarto un hijo suyo; pero dijeron los Teólogos, que no habiendo muerto con señas de arrepentido, no se podía enterrar en Sagrado; por lo cual se determinó enterrarle más allá de la Puerta de Foncarral. Fue mi Sacristán delante, e inmediatamente el cuerpo, pues no llevaba cera, porque siempre anduvo a obscuras: iban de acompañamiento todos sus apasionados; y al fin iba haciendo el duelo el M. R. P. M. Fr. Benito Feijoo, y yo me quedé gozoso con mi buena Astrología, celebrando entre los dos como se verificaba vivir, y morir a un tiempo.

Vino del Entierro el Sacristán, y me preguntó, ¿quién paga? Yo le dije que Martínez que era padre del difunto, de cuya casa, y morada daría razón el mismo José Rodríguez de Escobar, que fue el Comadrón que le asistió en este parto: Díjome luego en secreto, mire usted señor Astrólogo, que he visto [32] otro Papelillo, con el título de Conclusiones de Torres a Martínez, en respuesta de su Juicio Final, y yo no sé si es de usted: Sí señor, le respondí, que ese es un Papel que escribí sobre la marcha, en los Lugares donde llegué a hacer posada, mientras se disponía la cena, temiendo no me ahogase en el camino, y se quedase Martínez sin respuesta a su Papel; pero después que (a Dios gracias) llegué a mi casa con salud, aquellas mismas doctrinas he procurado extenderlas a costa de malquistar mi cachaza, para dar cabal respuesta, no sólo al señor Martín, sino a otros muchos, que ni son del vulgo, ni han querido parecerlo; y para que respondido se procurase sepultar su Juicio Final, tan sin juicio, tan sin fin, tan sin medio, ni principio; y si no le pareciere que queda bien enterrado, responda lo que quisiere, que yo en la Corte, y Salamanca espero las órdenes de Martín: con lo cual volví a tomar mi cuatralvo, y proseguí mi camino; y el Sacristán informado de la casa del Doctor, partió a pedir la propina de su Entierro.


Diego de Torres Villaroel

El Catoblepas

martes, 17 de febrero de 2009

Marx (Groucho) y la crisis (del 29)

Todas son iguales

"...Muy pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asuntillo llamado mercado de valores. Lo conocí por primera vez hacia 1926. Constituyó una sorpresa muy agradable descubrir que era un negociante muy astuto. O por lo menos eso parecía, porque todo lo que compraba aumentaba de valor. No tenía asesor financiero ¿Quién lo necesitaba? Podías cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero mural y la acción que acababas de comprar empezaba inmediatamente a subir. Nunca obtuve beneficios. Parecía absurdo vender una acción a treinta cuando se sabía que dentro del año doblaría o triplicaría su valor.

Mi sueldo semanal era de unos dos mil, pero esto era calderilla en comparación con la pasta que ganaba teóricamente en Wall Street. Disfrutaba trabajando en la revista pero el salario me interesaba muy poco. Aceptaba de todo el mundo confidencias sobre el mercado de valores. Ahora cuesta creerlo pero incidentes como el que sigue eran corrientes en aquellos días.

Subí a un ascensor del hotel Copley Plaza, en Boston. El ascensorista me reconoció y dijo: - Hace un ratito han subido dos individuoss, señor Marx, ¿sabe? Peces gordos, de verdad. Vestían americanas cruzadas y llevaban claveles en las solapas. Hablaban del mercado de valores y, créame, amigo, tenían aspecto de saber lo que decían. No se han figurado que yo estaba escuchándoles, pero cuando manejo el ascensor siempre tengo el oído atento. ¡No voy a pasarme toda la vida haciendo subir y bajar uno de estos cajones! El caso es que oí que uno de los individuos decía al otro: "Ponga todo el dinero que pueda obtener en United Corporation" [�]

Le di cinco dólares y corrí hacia la habitación de Harpo. Le informé inmediatamente acerca de esta mina de oro en potencia con que me había tropezado en el ascensor. Harpo acababa de desayunar y todavía iba en batín. -En el vestíbulo de este hotel están las ooficinas de un agente de Bolsa -dijo-. Espera a que me vista y correremos a comprar estas acciones antes de que se esparza la noticia. -Harpo -dije-, ¿estás loco? ¡Si esperamos hasta que te hayas vestido, estas acciones pueden subir diez enteros! De modo que con mis ropas de calle y Harpo con su batín, corrimos hacia el vestíbulo, entramos en el despacho del agente y en un santiamén compramos acciones de United Corporation por valor de ciento sesenta mil dólares, con una garantía del veinticinco por ciento. Para los pocos afortunados que no se arruinaron en 1929 y que no estén familiarizados con Wall Street, permítanme explicar lo que significa esa garantía del veinticinco por ciento. Por ejemplo, si uno compraba ochenta mil dólares de acciones, sólo tenía que pagar en efectivo veinte mil. El resto se le quedaba a deber al agente. Era como robar dinero.

El miércoles por la tarde, en Broadway, Chico encontró a un habitual de Wall Street, quien le dijo en un susurro: -Chico, ahora vengo de Wall Street y allí no se habla de otra cosa que del Cobre Anaconda. Se vende a ciento treinta y ocho dólares la acción y se rumorea que llegará hasta los quinientos. ¡Cómpralas antes de que sea demasiado tarde! Lo sé de muy buena tinta. Chico corrió inmediatamente hacia el teatro, con la noticia de esta oportunidad. Era una función de tarde y retrasamos treinta minutos el alzamiento del telón hasta que nuestro agente nos aseguró que habíamos tenido la fortuna de conseguir seiscientas acciones. ¡Estábamos entusiasmados! Chico, Harpo y yo éramos cada uno propietarios de doscientas acciones de estos valores que rezumaban oro. El agente incluso nos felicitó. Dijo: - No ocurre a menudo que alguien entre conn tan buen pie en una Compañía como la Anaconda.

El mercado siguió subiendo y subiendo. Cuando estábamos de gira, Max Gordon, el productor teatral, solía ponerme una conferencia telefónica cada mañana desde Nueva York, sólo para informarme de la cotización del mercado y de sus predicciones para el día. Dichos augurios nunca variaban. Siempre eran "arriba, arriba, arriba". Hasta entonces yo no había imaginado que uno pudiera hacerse rico sin trabajar. Max me llamó una mañana y me aconsejó que comprara unos valores llamados Auburn. Eran de una compañía de automóviles, ahora inexistente. -Marx -dijo- es una gran oportunidad. Pegaará más saltos que un canguro. Cómpralo ahora, antes de que sea demasiado tarde. Luego añadió: -¿Por qué no abandonas el teatro y olvidass esos miserables dos mil semanales que ganas? Son calderilla. Tal como manejas tus finanzas, aseguraría que puedes ganar más dinero en una hora, instalado en el despacho de un agente de valores, que los que puedes obtener haciendo ocho representaciones semanales en Broadway. -Max -contesté-, no hay duda de que tu connsejo es sensacional. Pero al fin y al cabo tengo ciertas obligaciones con Kaufman, Ryskind, Irving Berlin y con mi productor Sam Harris. Los que por entonces no sabía era que Kaufman, Ruskind, Berlin y Harris también compraban a crédito y que, finalmente, iban a ser aniquilados por sus asesores financieros. Sin embargo, por consejo de Max, llamé inmediatamente a mi agente y le instruí para que me comprara quinientas acciones de la Auburn Motor Company.

Pocas semanas más tarde, me encontraba paseando por los terrenos de un club de campo, con el señor Gordon [�] El día anterior, las Auburn habían pegado un salto de treinta y ocho enteros. Me volví hacia mi compañero de golf y dije: -Max, ¿cuanto tiempo durará esto? Max repuso, utilizando una frase de Al Jolson. -Hermano, ¡todavía no has visto nada!

Lo más sorprendente del mercado, en 1929, era que nadie vendía una sola acción. La gente compraba sin cesar. Un día, con cierta timidez, hablé a mi agente acerca de este fenómeno especulativo. - No sé gran cosa sobre Wall Street - empeecé a decir en son de disculpa- pero, ¿qué es lo que hace que esas acciones sigan ascendiendo? ¿No debiera haber alguna relación entre las ganancias de una compañía, sus dividendos y el precio de venta de sus acciones? Por encima de mi cabeza, miró a una nueva víctima que acababa de entrar en su despacho y dijo: - Señor Marx, tiene mucho que aprender aceerca del mercado de valores. Lo que usted no sabe respecto a las acciones serviría para llenar un libro. - Oiga, buen hombre -repliqué-. He venido aquí en busca de consejo. Si no sabe usted hablar con cortesía, hay otros que tendrán mucho gusto en encargarse de mis asuntos. Y ahora ¿qué estaba usted diciendo? Adecuadamente castigado y amansado, respondió: - Señor Marx, tal vez no se dé cuenta, perro éste ha cesado de ser un mercado nacional. Ahora somos un mercado mundial. Recibimos órdenes de compra de todos los países de Europa, de América del Sur e incluso de Oriente. Esta mañana hemos recibido de la India un encargo para comprar mil acciones de Tuberías Crane. Con cierto cansancio pregunté: -¿Cree que es una buena compra? -No hay otra mejor -me contestó-. Si hay aalgo que todos hemos de usar son las tuberías. (Se me ocurrieron otras cuantas cosas más, pero no estaba seguro de que apareciesen en las listas de cotizaciones.) -Eso es ridículo -dije-. Tengo varios amiggos pieles rojas en Dakota del Sur y no utilizan las tuberías. -Solté una carcajada para celebrar mi salida, pero él permaneció muy serio, de modo que proseguí-. ¿Dice usted que desde la India le envían órdenes de compra de Tuberías Crane? Si en la lejana India piden tuberías, deben de saber algo sensacional. Apúnteme para doscientas acciones; no, mejor aún, que sean trescientas

Mientras el mercado seguía ascendiendo hacia el firmamento, empecé a sentirme cada vez más nervioso. El poco juicio que tenía me aconsejaba vender, pero, al igual que todos los demás primos, era avaricioso. Lamentaba desprenderme de cualquier acción, pues estaba seguro de que iba doblar su valor en pocos meses.

En los periódicos actuales leo con frecuencia artículos relativos a espectadores que se quejan de haber pagado hasta un centenar de dólares por dos entradas para ver My Fair Lady (1) (Personalmente opino que vale esos dólares.) Bueno, una vez pague treinta y ocho mil por ver a Eddie Cantor en el Palace [�] Cantor era vecino mío en Great Neek. Como era viejo amigo suyo cuando terminó la representación fue a verle en su camerino. [�] Encanto -prosiguió Cantor-, ¿qué te ha parecido mi espectáculo? Miré hacia atrás, suponiendo que habría entrado alguna muchacha. Desdichadamente no era así, y comprendí que se dirigía a mí. Eddie, cariño - contesté con entusiasmo verdadero-, ¡has estado soberbio! Me disponía a lanzarle unos cuantos piropos más cuando me miró afectuosamente con aquellos ojos grandes y brillantes, apoyó las manos en mis hombros y dijo: -Precioso, ¿tienes algunas Goldman Sachs? -Dulzura -respondí (a este juego pueden juugar dos)-, no sólo no tengo ninguna, sino que nunca he oído hablar de ellas ¿Qué es Goldman Sachs? ¿Una marca de harinas? Me cogió por ambas solapas y me atrajo hacia mí. Por un momento pensé que iba a besarme. -¡No me digas que nunca has oído hablar dee las Goldman Sachs! -exclamó incrédulamente-. Es la compañía de inversiones más sensacional de todo el mercado de valores . Luego consultó su reloj y dijo: -Hoy es demasiado tarde. La Bolsa está ya cerrada. Pero, mañana por la mañana, nene, lo primero que tienes que hacer es coger el sombrero y correr al despacho de tu agente para comprar doscientas acciones de Goldman Sachs. Creo que hoy ha cerrado a 156� ¡y a 156 es un robo! Luego Eddie me palmoteó una mejilla, yo le palmoteé la suya y nos separamos. ¡Amigo! ¡Qué contento estaba de haber ido a ver a Cantor a su camerino! Figurese, si no llego a ir aquella tarde al Teatro Palace, no hubiese tenido aquella confidencia. A la mañana siguiente, antes del desayuno, corrí al despacho del agente en el momento en que se abría la Bolsa. Aflojé el veinticinco por ciento de treinta y ocho mil dólares y me convertí en afortunado propietario de doscientas acciones de la Goldman Sachs, la mejor compañía de inversiones de América

Entonces empecé a pasarme las mañanas instalado en el despacho de un agente de Bolsa, contemplando un gran cuadro mural lleno de signos que no entendía. A no ser que llegara temprano, ni siquiera me era posible entrar. Muchas de las agencias de Bolsa tenían más público que la mayoría de los teatros de Broadway. Parecía que casi todos mis conocidos se interesaran por el mercado de valores. La mayoría de las conversaciones se limitaban a la cantidad que tal y tal valor habían subido la semana pasada, o cosas similares. El fontanero, el carnicero, el panadero, el hombre del hielo, todos anhelantes de hacerse ricos, arrojaban sus mezquinos salarios -y en muchos casos sus ahorros de toda la vida- en Wall Street. Ocasionalmente, el mercado flaqueaba, pero muy pronto se liberaba la resistencia que ofrecían los prudentes y sensatos, y proseguía su continua ascensión.

De vez en cuando algún profeta financiero publicaba un artículo sombrío advirtiendo al público que los precios no guardaban ninguna proporción con los verdaderos valores y recordando que todo lo que sube debe bajar. Pero apenas si nadie prestaba atención a estos conservadores tontos y a sus palabras idiotas de cautela. Incluso Barney Baruch, el Sócrates de Central Park y mago financiero americano, lanzó una llamada de advertencia. No recuerdo su frase exacta, pero venía a ser así: "Cuando el mercado de valores se convierte en noticia de primera página, ha sonado la hora de retirarse."

Yo no estaba presente cuando la Fiebre del Oro del cuarenta y nueve. Me refiero a 1849. Pero imagino que esa fiebre fue muy parecida a la que ahora infectaba al todo el país. El presidente Hoover estaba pescando y el resto del gobierno federal parecía completamente ajeno a lo que sucedía. No estoy seguro de que hubiesen conseguido algo aunque lo hubieran intentado, pero en todo caso el mercado se deslizó alegremente hacia su perdición.

Un día concreto, el mercado comenzó a vacilar. Unos cuantos de los clientes más nerviosos fueron presos del pánico y empezaron a descargarse. Eso ocurrió hace casi treinta años y no recuerdo las diversas fases de la catástrofe que caía sobre nosotros, pero así como al principio del auge todo el mundo quería comprar, al empezar el pánico todo el mundo quiso vender. Al principio las ventas se hacían ordenadamente, pero pronto el pánico echó a un lado el buen juicio y todos empezaron a lanzar al ruedo sus valores que por entonces solo tenían el nombre de tales. Luego el pánico alcanzó a los agentes de Bolsa, quienes empezaron a chillar reclamando garantías adicionales. Esta era una broma pesada, porque la mayor parte de los accionistas se habían quedado sin dinero, y los agentes empezaron a vender acciones a cualquier precio. Yo fui uno de los afectados. Desdichadamente, todavía me quedaba dinero en el Banco. Para evitar que vendieran mi papel empecé a firmar cheques febrilmente para cubrir las garantías que desaparecían rápidamente.

Luego, un martes espectacular, Wall Street lanzó la toalla y sencillamente se derrumbó. Eso de la toalla es una frase adecuada, porque por entonces todo el país estaba llorando. Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron doscientos cuarenta mil dólares (o ciento veinte semanas de trabajo, a dos mil por semana). Hubiese perdido más pero era todo el dinero que tenía. El día del hundimiento final, mi amigo, antaño asesor financiero y astuto comerciante, Max Gordon, me telefoneó desde Nueva York. [...] Todo lo que dijo fue: "¡la broma ha terminado!" Antes de que yo pudiese contestar el teléfono se había quedado mudo...se suicidó.

En toda la bazofia escrita por los analistas del mercado, me parece que nadie hizo un resumen de la situación de una manera tan sucinta como mi amigo el señor Gordon. En aquellas palabras lo dijo todo. Desde luego, la broma había terminado. Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía. Si mi agente hubiese empezado a vender mis acciones cuando empezaron a tambalearse, hubiese salvado una verdadera fortuna. Pero como no me era posible imaginar que pudiesen bajar más, empecé a pedir prestado dinero del Banco para cubrir las garantías. Las acciones de Cobre Anaconda se fundieron como las nieves del Kilimanjaro (no creas que no he leído a Hemingway), y finalmente se estabilizaron a 2 7/8. La confidencia del ascensorista de Boston respecto a United Corporation se saldó a 3,50. Las habíamos comprado a 60. La función de Cantor en el Palace fue magnífica ¿Goldman-Sachs a 156 dólares? Cuando la máxima depresión del mercado, podía comprárselas a un dólar por acción.

El ir al desahucio financiero no constituyó una pérdida total. A cambio de mis doscientos cuarenta mil dólares obtuve un insomnio galopante, y en mi círculo social el desvelamiento empezó a sustituir al mercado de valores como principal tema de conversación..."


En Groucho y yo (Groucho Marx). Referencia: Ramón Rocha Monroy