jueves, 4 de noviembre de 2010

Lo que se ve y lo que no se ve . Frédéric Bastiat


En la esfera económica, un acto, una costumbre, una institución, una ley no engendran un solo efecto, sino una serie de ellos. De estos efectos 1, el primero es sólo el más inmediato; se manifiesta simultáneamente con la causa, se ve. Los otros aparecen sucesivamente, no se ven; bastante es si los prevemos.
Toda la diferencia entre un mal y un buen economista es ésta: uno se limita al efecto visible; el otro tiene en cuenta el efecto que se ve y los que hay que prever.
Pero esta diferencia es enorme, ya que casi siempre sucede que, cuando la consecuencia inmediata es favorable, las consecuencias ulteriores son funestas, y vice versa. — Así, el mal economista persigue un beneficio inmediato que será seguido de un gran mal en el futuro, mientras que el verdadero economista persigue un gran bien para el futuro, aun a riesgo de un pequeño mal presente.
Lo mismo vale para la higiene o la moral. A menudo, cuanto más agradable es el primer fruto de una costumb re, más amargos son los siguientes. Por ejemplo: la corrupción, la pereza, el prodigarse. En cuanto un hombre, impresionado por el efecto que se ve, no habiendo aprendido aún a comprender los que no se ven, se abandona a sus funestas costumbres, no sólo por rutina, sino por cálculo (su propio beneficio).
Esto explica la evolución fatalmente dolorosa de la humanidad. La ignorancia lo rodea al principio; así, ésta determina sus actos por sus consecuencias primeras, las únicas que, al principio, puede ver. Sólo con el tiempo aprende a tener en cuenta las otras 2. Dos maestros bien diferentes le enseñan esta lección: La Experiencia y la Previsión. La experiencia enseña de manera eficaz pero brutal. Nos instruye de todos los efectos de un acto haciéndonoslos sufrir, y no podemos evitar, a fuerza de quemarnos, terminar sabiendo que el fuego quema. Me gustaría, todo lo posible, sustituir este rudo doctor por otro más agradable: la Previsión. Esto es por lo que voy a investigar las consecuencias de algunos fenómenos económicos, oponiendo a las que se ven las que no se ven.

I. El cristal roto
¿Ha sido usted alguna vez testigo de la cólera de un buen burgués Juan Buenhombre, cuando su terrible hijo acaba de romper un cristal de una ventana? Si alguna vez ha asistido a este espectáculo, seguramente habrá podido constatar que todos los asistentes, así fueran éstos treinta, parecen haberse puesto de acuerdo para ofrecer al propietario siempre el mismo consuelo: « La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales? » Mas, hay en esta fórmula de condolencia toda una teoría, que es bueno sorprender en flagrante delito, en este caso muy simple, dado que es exactamente la misma que, por desgracia, dirige la mayor parte de nuestras instituciones económicas.
Suponiendo que haya que gastar seis francos para reparar el destrozo, si se quiere decir que el accidente hace llegar a la industria cristalera, que ayuda a dicha industria en seis francos, estoy de acuerdo, de ninguna manera lo contesto, razonamos justamente. El cristalero vendrá, hará la reparación, cobrará seis francos, se frotará las manos y bendirá de todo corazón al terrible niño. Esto es lo que se ve.
Pero si, por deducción, se llega a la conclusión, como a menudo ocurre, que es bueno romper cristales, que esto hace circular el dinero, que ayuda a la industria en general, estoy obligado a gritar: ¡Alto ahí! Vuestra teoría se detiene en lo que se ve, no tiene en cuenta lo que no se ve.
No se ve que, puesto que nuestro burgués a gastado seis francos en una cosa, no podrá gastarlos en otra. No se ve que si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará.
Hagamos las cuentas para la industria en general. Estando el cristal roto, la industria cristalera es favorecida con seis francos; esto es lo que se ve. Si el cristal no se hubiera roto, la industria zapatera (o cualquier otra) habría sido favorecida con seis francos. Esto es lo que no se ve. Y si tomamos en consideración lo que no se ve que es un efecto negativo, tanto como lo que se ve, que es un efecto positivo, se comprende que no hay ningún interés para la industria en general, o para el conjunto del trabajo nacional, en que los cristales se rompan o no.
Hagamos ahora las cuentas de Juan Buenhombre. En la primera hipótesis, la del cristal roto, él gasta seis francos, y disfruta, ni más ni menos que antes, de un cristal. En la segunda, en la que el accidente no llega a producirse, habría gastado seis francos en calzado y disfrutaría de un par de buenos zapatos y un cristal.
O sea, que como Juan Buenhombre forma parte de la sociedad, hay que concluir que, considerada en su conjunto, y hecho todo el balance de sus trabajos y sus disfrutes, la sociedad ha perdido el valor de un cristal roto. Por donde, generalizando, llegamos a esta sorprendente conclusión: « la sociedad pierde el valor de los objetos destruidos inútilmente, » — y a este aforismo que pondrá los pelos de punta a los proteccionistas: « Romper, rasgar, disipar no es promover el trabajo nacional, » o más brevemente: « destrucción no es igual a beneficio. »
¿Qué dirá usted, Moniteur Industriel, 3 que dirán ustedes, seguidores de este buen Sr. de Saint-Chamans, que ha calculado con tantísima precisión lo que la industria ganaría en el incendio de París, por todas las casas que habría que reconstruir?
Me molesta haber perturbado sus ingeniosos cálculos, tanto más porque ha introducido el espíritu de éstos en nuestra legislación. Pero le ruego que los empiece de nuevo, esta vez teniendo en cuenta lo que no se ve al lado de lo que se ve.
Es preciso que el lector se esfuerce en constatar que no hay solamente dos personajes, sino tres, en el pequeño drama que he puesto a su disposición. Uno, Juan Buenhombre, representa el Consumidor, obligado por el destrozo a un disfrute en lugar de a dos. El otro, en la figura del Cristalero, nos muestra el Productor para el que el accidente beneficia a su industria. El tercero es el zapatero, (o cualquier otro industrial) para el que el trabajo se ve reducido por la misma causa. Es este tercer personaje que se deja siempre en la penumbra y que, personificando lo que no se ve, es un elemento necesario en el problema. Es él quien enseguida nos enseñará que no es menos absurdo el ver un beneficio en una restricción, que no es sino una destrucción parcial. — Vaya también al fondo de todos los argumentos que se hacen en su favor, y no encontrará que otra forma de formular el dicho popular: « ¿Que sería de los cristaleros, si nunca se rompieran
cristales? » 4

II. El despido
Lo que vale para un hombre vale para un pueblo. Cuando quiere darse una satisfacción, debe ver si vale lo que cuesta. Para una nación, la Seguridad es el mayor de los bienes. Si, para adquirirla, hay que poner en pie de guerra a cien mil ho mbres y gastar cien millones, no tengo nada que decir. Es un disfrute comprado al precio de un sacrificio.
Que no se malinterprete el alcance de mi tesis. Un representante propone despedir cien mil hombres para dispensar a los contribuyentes de pagar los cien millones. Si la respuesta se limita a: « Esos cien mil hombres y cien millones son indispensables para la seguridad nacional: es un sacrificio; pero, sin ese sacrificio, Francia sería desgarrada por facciones o invadida por los extranjeros. » — No tengo nada que oponer a este argumento, que puede ser de hecho verdadero o falso, pero que no encierra ninguna herejía económica. La herejía comienza cuando quiere representarse el sacrificio mismo como una ventaja, porque beneficia a alguien.
O mucho me equivoco, o el autor de la proposición no tardará más en bajarse de la tribuna que el tiempo de que un orador se precipite a ella para decir: « ¡Despedir cien mil hombres! ¿Lo ha pensado? ¿Qué va a ser de ellos? ¿De qué van a vivir? ¿Del trabajo? ¿Pero no saben que el trabajo escasea por todas partes? ¿Que todos los puestos están ocupados? ¿Quiere tirarlos a la plaza pública para aumentar la competición y hacer bajar los salarios? Ahora que es tan difícil ganarse la vida, ¿no es maravilloso que el Estado dé pan a cien mil individuos? Considere, además, que el ejército consume vino, vestidos, armas, que extiende la actividad por las fábricas, en las ciudades de guarnición, y que es la Providencia de sus numerosos proveedores. ¿No pensará siquiera en la idea de eliminar este inmenso movimiento industrial? » Este discurso, claramente, concluye con el mantenimiento de los cien mil soldados, abstracción hecha de la necesidad de su servicio, y por consideraciones económicas. Son estas consideraciones las que tengo que refutar. Cien mil hombres, que cuestan a los contribuyentes cien millones, viven y permiten vivir a sus proveedores tanto como permiten cien millones: esto es lo que se ve. Pero cien millones, salidos del bolsillo del contribuyente, dejan de servir a los contribuyentes y a sus proveedores, tanto como permiten esos cien millones: esto es lo que no se ve.
En cuanto a mí, os diré dónde está la pérdida, y, para simplificar, en lugar de hablar de cien mil hombres y cien millones, razonemos con un hombre y mil francos. Henos aquí en el pueblo de A. Los reclutadores pasan y reclutan un hombre. Los recaudadores pasan y recaudan mil francos. El hombre y la suma de dinero son transportados a Metz, destinada una a hacer vivir al otro sin hacer nada. Si usted sólo observa Metz, ¡oh!, tiene usted cien veces razón, la medida es muy ventajosa; pero si sus ojos se posan en el pueblo de A, usted juzgará de otra manera, ya que, a no ser que sea ciego, verá usted que el pueblo ha perdido un trabajador y los mil francos que remuneraban su trabajo, y la actividad que, mediante el gasto de esos mil francos, generaba en torno a él. A primera vista, parece que haya compensación. El fenómeno que sucedía en el pueblo A se pasa ahora en Metz, y eso es todo. Pero he aquí dónde está la pérdida. En el pueblo A, un hombre trabajaba: era un trabajador; en Metz, hace mirada al frente, izquierda y derecha: es un soldado. El dinero y la circulación son los mismos en los dos casos; pero en uno había trescientos días de trabajo productivo; en el otro, hay trescientos días de trabajo improductivo, siempre bajo la suposición de que una parte del ejército no es indispensable para la seguridad pública. Ahora viene el despido. Ustedes me señalan un incremento de cien mil trabajadores, la
competencia estimulada y la presión que ésta ejerce sobre los salarios. Eso es lo que ustedes ven.
Pero he aquí lo que ustedes no ven. No ven que licenciar cien mil soldados no es eliminar cien millones, es devolverlos a los contribuyentes. Ustedes no ven que meter cien mil trabajadores en el mercado, es meter, de golpe, los cien millones destinados a pagar su sueldo; que, en consecuencia, la misma medida que aumenta la oferta de brazos aumenta también la demanda; de ahí se sigue que vuestra bajada de salarios es ilusoria. Ustedes no ven que antes, como después del despido, hay en el país cien millones correspondientes a cien mil hombres; que toda la diferencia consiste en esto: antes, el país da los cien millones a los cien mil hombres por no hacer nada; después, se los da por trabajar. En resumen, ustedes no ven que cuando un contribuyente da su dinero, sea a un soldado a cambio de nada, sea a un trabajador a cambio de algo, todas las consecuencias posteriores de la circulación de este dinero son las mismas en los casos; solo que, en el segundo caso, el contribuyente recibe algo, y en el primero, no recibe nada. — Resultado: una perdida inútil para la nación. El sofisma que combato aquí no resiste la prueba de la progresión, que es la piedra angular de todos los principios. Si, todo compensado, todos los intereses examinados, hay un beneficio nacional en aumentar el ejército, ¿por qué no alistar bajo la bandera toda la población masculina del país?

III. Los impuestos
¿Nunca les ha sucedido oír decir: « Los impuestos, son el mejor emplazamiento; es una rosa fecundadora? Mire cuántas familias hace vivir, y piense en el impacto sobre la industria: Es el infinito, es la vida. » Para combatir esta doctrina, estoy obligado a reproducir la refutación precedente. La economía política sabe bien que sus argumentos no son lo bastante equívocos para que se pueda decir: Repetitia placent. Así, como Basile, ha adaptado el proverbio a su uso, bien convencida de que en su boca, Repetitia docent.
Las ventajas que los funcionarios encuentran al ascender en la escala social (prosperar), es lo que se ve. El bien que de ello resulta para sus proveedores, también se ve. Esto es evidente a los ojos.
Pero la desventaja que los contribuyentes sufren al liberarse, es lo que no se ve, y el daño que de ello resulta es lo que se ve aún menos, aunque salte a la vista de la inteligencia.
Cuando un funcionario gasta en su beneficio cien perras de más, esto implica que un contribuyente gasta en su beneficio cien perras de menos. Pero el gasto del funcionario se ve, porque se efectúa; mientras que el del contribuyente no se ve porque se le impide hacerlo.
Ustedes comparan la nación a la tierra seca y los impuestos a la lluvia fecunda. De acuerdo. Pero también deberían preguntarse dónde están las fuentes de esa lluvia, y si no son precisamente los impuestos quienes absorben la humedad del suelo y lo desecan.
Deberían preguntarse además si es posible que el suelo reciba tanta de esta preciosa agua a través de la lluvia como pierde por evaporación. Lo que está muy claro es que, cuando Juan Buenhombre da cien perras al recaudador, aquél no recibe nada a cambio. Después, cuando un funcionario gasta esas cien perras, las devuelve a Juan Buenhombre, es a cambio de un valor igual de trigo o de trabajo. El resultado final para Juan Buenhombre es una pérdida de cinco francos. Es muy cierto que a menudo, las más de las veces si se quiere, el funcionario da a Juan Buenhombre un servicio equivalente. En este caso, no hay pérdida para nadie, no hay más que intercambio. De la misma manera, mi argumentación no se dirige en modo alguno a las funciones útiles. Lo que yo digo es: si se quiere una función, pruébese su utilidad. Demuéstrese que sirve a Juan Buenhombre, por los servicios que le presta, el equivalente de lo que a él le cuesta. Pero, abstracción hecha de esta utilidad intrínseca, no invoquéis como argumento la ventaja que ésta da al funcionario, a su familia o a sus proveedores; que no se alegue que ésta favorece el trabajo.
Cuando Juan Buenhombre da cien perras a un funcionario a cambio de un servicio realmente útil, es exactamente como cuando él da cien perras a un zapatero a cambio de un par de buenos zapatos. Ambos dan, y quedan en paz. Pero, cuando Juan Buenhombre da cien perras a un funcionario para no recibir servicio alguno o incluso para sufrir vejaciones, es como si se los diera a un ladrón. De nada sirve decir que el funcionario gastará los cien perras para mayor beneficio del trabajo nacional; lo mismo hubiera hecha un ladrón; lo mismo hubiera hecho Juan Buenhombre si no se hubiera encontrado en su camino al parásito extra- legal o al legal. Habituémonos pues a no juzgar las cosas solamente por lo que se ve, sino también por lo que no se ve. El año pasado, estaba yo en el Comité de finanzas, ya que, bajo la Constituyente, los miembros de la oposición no eran sistemáticamente excluidos de todas las Comisiones; en ésta, la Constituyente actuaba sabiamente. Hemos oído decir al Sr. Thiers: « Durante toda mi vida he combatido los hombres del partido legitimista y del partido religioso. Desde que el peligro común se nos ha acercado, desde que los frecuento, que los conozco, que nos hablamos de corazón, me he dado cuenta de que no son los monstruos que yo me había imaginado. »
Sí, las desconfianzas se exageran, los odios se exaltan entre los partidos que no se mezclan; y si la mayoría deja entrar en el seno de las Comisiones algunos miembros de la minoría, puede que se reconociera, de una parte como de la otra, que las ideas no están tan alejadas y sobre todo las intenciones no son tan perversas como se las supone. Como quiera que así fuera, el año pasado, yo estaba en el Comité de finanzas. Cada vez que uno de nuestros colegas hablaba de fijar a una cifra moderada los gastos del Presidente de la República, de los ministros, de los embajadores, se le respondía: « Por el bien mismo del servicio, hay que envolver algunas funciones de pompa y dignidad. Es la manera de interesar a los hombres de mérito. Innumerables desgracias se dirigen al Presidente de la República, y sería ponerle en una situación difícil si se viera obligado a rechazarlas todas. Una cierta representación en los salones ministeriales y diplomáticos es uno de los engranajes de los gobiernos constitucionales, etc. etc. »
Aunque tales argumentos puedan resultar controvertidos, ciertamente merecen un serio examen. Están fundados sobre el interés público, bien o mal entendido; y, en cuanto a mí, les presto mucha más atención que muchos de nuestros Cantones, movidos por un espíritu estrecho de escatimar o por la envidia. Pero lo que me revuelve mi conciencia de economista, lo que me hace enrojecer por culpa de la renombrada intelectualidad de mi país, es cuando se llega (sin fallar jamás) a esta banalidad absurda, y siempre bien acogida: « Por otra parte, el lujo de los grandes funcionarios favorece las artes, la industria, el trabajo. El jefe del Estado y sus ministros no pueden dar sus festines y sus veladas sin hacer circular la vida en todas las venas del cuerpo social. Reducir estos tratamientos, es matar de hambre a la industria parisina, y, de golpe, la industria nacional. » Con la venia, Señores, respeten al menos la aritmética y no me vengan a decir, delante de la Asamblea nacional de Francia, no vaya a ser que para su vergüenza nos apruebe, que una suma de un resultado diferente, según se haga de arriba a abajo o de abajo a arriba. ¡Cómo! Voy a arreglármelas con un obrero para que me haga una acequia en mi terreno,
mediando cien perras. En el momento de concluir, el recaudador me toma mis cien perras y se las da al ministro del interior; mi contrato queda roto pero el Sr. ministro añadirá un plato a su cena. ¡Basándoos en qué, osáis afirmar que este gasto oficial es una carga añadida a la industria nacional! ¿No comprendéis que no hay más que un simple desplazamiento de satisfacción y de trabajo? Un ministro tiene su mesa mejor servida, es cierto; pero un agricultor tiene un terreno peor desecado, y ésto es tan cierto como lo otro.
Un restaurador parisino a ganado cien perras, lo concedo; pero concédaseme que un obrero de provincias no ha ganado cinco francos. Todo lo que se puede decir, es que el plato oficial y el restaurador satisfechos es lo que se ve, el terreno inundado y el obrero sin trabajo, es lo que no se ve. ¡Dios mío! cuanto esfuerzo para probar, en economía política, que dos y dos son cuatro; y si se consigue, se dice uno: « Está tan claro, que es hasta aburrido. » — Después se vota como si nada se hubiera probado.

Obra Completa (36 páginas en formato pdf)

sábado, 11 de julio de 2009

Manifiesto de un traidor a la patria, por Albert Boadella

Confieso que mientras no los conocí, yo fui unos de ellos. Aboné su terreno con mi propia ignorancia. Llegué a creer fanáticamente en la versión victimista de la historia que habían elaborado otros ignorantes como yo, aunque ellos con mayores atenuantes, ya que trabajaban con intereses a plazo fijo.

En ciertos momentos, estuve también deseoso de pasar cuentas con el enemigo natural de Cataluña. Incluso aproveché alguna oportunidad para ello. Un día, puse sobre el escenario un puñado de miembros de la Benemérita metamorfoseados en gallinas y descansando en las barras de su morada avícola.

Obviamente, la juerga invadió la sala. Así, exhibiéndolos para mofa y befa del respetable me sentía compensado de tantos supuestos agravios ¿A ver quien nos devolvía la vida del president fusilado? ¿Y la tortura y la cárcel de Pujol? ¿Y la persecución de nuestra lengua? ¿Y el maldito Felipe V? ¿Y la prohibición de participar en el botín de las Américas? ¿Y el contubernio de Caspe?

Si todo resultaba tan claro y la razón estaba de nuestro lado ¿Quién me mandaba desertar del lugar que me pertenecía por historia, por territorio, por sentimiento e incluso por raza? ¿Cómo pude abandonar aquel calor incestuoso de la tribu? ¡Y pensar que ahora podría estar de ministro de cultura en el tripartito…!

Con el tiempo he llegado a la conclusión de que sólo una auténtica nimiedad fue la causa que arruinó mi brillante futuro tribal. Francamente, se me hacía difícil soportar de mis conciudadanos esta mueca que hacen con los labios y que pretende dibujar una sonrisa cómplice entre la elite patriótica.

Las sonrisas, en esta latitud del Mediterráneo norte no han sido nunca sonrisas relajadas y espontáneas; analizándolas con cierto detalle, da la sensación que mientras se mueve la boca se aprieta el culo. Pero aquellas sonrisitas condescendientes (máxima expresión del hecho diferencial) aquellos guiños de etnia superior, ciertamente, tuvieron la virtud de exasperarme. Son muecas crípticas, reservadas solo a los que ostentan el privilegio de pertenecer al meollo del asunto. Se trata, de una contraseña indicativa de los preconcebidos nacionales y que también, obviamente, compromete al mantenimiento de la omertá general.

Estas sonrisitas, ahora triunfantes, pueden encontrarse hoy al por mayor, y muy bien remuneradas, en las tertulias de la tele Autonómica. Aunque tampoco hay que mitificar sus contenidos. Acceder al código está al alcance de todos, es algo así como:

«Je, je, queda claro que no tenemos nada que ver con ellos, je, je, nosotros somos dialogantes, pacifistas, y naturalmente, más cultos, je, je, je, más sensatos, más honrados, más higiénicos, más modernos, je, je, si no hemos llegado mas lejos, je, je, ya sabemos quienes son los culpables, je, je, je».

También parece lógico que ganándome la vida sobre la escena, fuera precisamente un detalle expresivo el detonante capaz de conducirme hacia otra óptica del tema ¡Pero que sensación de ridículo cuando uno descubre que sin enterarse había estado trabajando gratuitamente para la Cosa Nostra!

Un día, a finales de los años 60, tuve que ir precisamente al templo económico de la Cosa Nostra camuflado entonces bajo el reclamo de Banca Catalana. Intentaba aplazar una obsesiva letra que gravitaba sobre el precario presupuesto de Els Joglars. Miseria naturalmente. Allí, me rebotaban de un despacho a otro, hasta que quizá convencidos de que también nos movíamos en el meollo de la cosa se dignaron acompañarme a la tercera planta donde estaba la madriguera del Padrone Signore Jordi.

Apareció entonces un milhombres bajito y cabezudo, cuyas maneras taimadas culminaban en la más genuina sonrisita diferencial. Parecía todo un profesional de la condescendencia y la mueca críptica. Sin mayores preámbulos, acercó su enorme testa al dictáfono, y pasando de todo recato, ordenó a su secretaria que le trajera el «dossier Joglars». ¡Me quedé petrificado! Media docena de titiriteros dedicados entonces a la pantomima, cuyo único capital consistía en nuestros pantys negros, merecíamos todo un dossier.El asunto se ponía emocionante. ¡Nos tenían bajo control!

Lamentablemente, no tuve tiempo de imaginarme demasiadas fantasías sobre el sofisticado espionaje, porque mientras aquel cofrade catalán del doctor No simulaba examinar atentamente el dossier, uno de sus incontrolados tics hizo resbalar sobre la mesa la totalidad del contenido. Eran dos recortes de prensa sobre nuestras actuaciones mímicas en un barrio de Barcelona. Nada más. Ya jugaban a ser nación con servicio secreto incluido.

Automáticamente, comprendí la magnitud de la tragedia, y algún tiempo más tarde, acabé constatándola cuando aquel notable bonsai del dossier, fue elegido hechicero de la tribu después de atracar el Banco, y endosar el marrón a los enemigos naturales de la patria.

¡Esta era la contraseña esperada por el país! La ejemplar hazaña cundió por todos los rincones, y bajo el lema: «Ara es l’hora catalans», que en cristiano viene a ser: «Maricón el último», los elegidos se lanzaron sin piedad al asalto del erario publico, con un éxito sin precedentes.

Ciertamente, es poco agradable pernoctar cada día en un territorio en el que te sientes cada vez más autoexcluido. Cuando no se tienen recursos suficientes para ser emigrante en la Toscana, quizá lo más sensato, sería pedirle asilo a Rodríguez Ibarra o Esperanza Aguirre. Porque de seguir aquí, al margen de la cosa uno debe imponerse terapias de distanciamiento, de oxigenación, de sarcasmo, de mucho vino, de gritos desaforados en la ducha…en fin, es necesario crear una estrategia de choque para no preguntarse constantemente si vale la pena interpretar el ridículo papel de Pepito Grillo.

En cierta manera los envidio. Debe ser formidable, escuchar diariamente el vocablo «Cataluña» 10, 20, 30.000 veces en los medios provinciales, y en vez de ponerse histérico blasfemando sobre la puta endogamia nacionalista, uno pueda seguir pensando que esta Cataluña a la que se refieren, es la tierra prometida.

Es admirable ser un poder fáctico con el prestigio de los perseguidos. Ser gobierno y oposición a la vez. Es fantástico, ostentar el título de Honorable por ser el más hábil encubriendo expolios. Ser nacionalista y además de izquierdas. Ser… tan… tan humanista-progresista-pacifista que cuando te asesinan a tu padre, como el pobre Lluch, al día siguiente, pides diálogo con los criminales ¡Eso ya es la leche de la exquisitez!

No digamos ya ser del Barça, ser de Esquerra Republicana, ser Cruz de Sant Jordi y reclamar el Archivo de Salamanca… Bueno, y oficializar manchas catalanas y ser Tapies ¡Eso ya es el sumum!

O sea, que vivir en este país y pertenecer a la cosa nostra es lo más cercano a la virtualidad del Nirvana. No tiene riesgo alguno y además, es tan fácil, que hasta los recién llegados en patera se enteran rápidamente de qué va el asunto aquí. Por eso, en mis momentos bajos, sigo preguntándome: ¿Cómo pude ser tan insensato de autoexcluirme del festín? ¡Y todo por una puñetera sonrisa étnica!

Albert Boadella

miércoles, 24 de junio de 2009

El discurso de John Galt, por Ayn Rand

Extracto de 40 páginas de la obra de Ayn Rand, La Rebelión de Atlas

“Durante doce años te has estado preguntando: ¿Quién es John Galt? Yo soy John Galt. Soy el hombre que ama a su vida. Soy el hombre que no sacrifica su vida ni sus valores. Soy el hombre que te ha arrebatado tus víctimas y de esa manera ha destruido tu mundo. Y si quieres saber por qué estás agonizando -tú que tanto le temes al conocimiento-, soy el hombre que ahora te lo va a decir.”
[..]

“Has oído decir que ésta es una época de crisis moral. Tú mismo lo has dicho, con temor y a la vez con la esperanza de que esas palabras no tuvieran un significado real. Te has quejado de que los pecados del hombre están destruyendo al mundo y has llegado a maldecir a la naturaleza humana por negarse a practicar las virtudes que le exigías. Como para ti la virtud consiste en el sacrificio, has exigido más sacrificios ante cada sucesivo desastre. En el nombre de la vuelta a la moralidad, has sacrificado todo aquello que creías era la causa de tus sufrimientos. Has sacrificado a la justicia por la misericordia. Has sacrificado a la independencia por la unidad. Has sacrificado a la razón por la fe. Has sacrificado a la riqueza por la necesidad. Has sacrificado a la autoestima por la negación de ti mismo. Has sacrificado a la felicidad por el deber.

“Has destruido todo lo que considerabas malo y obtenido todo lo que considerabas bueno. ¿Por qué, entonces, retrocedes horrorizado al ver el mundo que te rodea? Ese mundo no es el producto de tus pecados, sino el producto y la imagen de tus virtudes. Es tu ideal moral hecho realidad en su absoluta y total perfección. Has luchado por é1, lo has soñado, lo has deseado, y yo... yo soy quien te he concedido ese deseo.


“Tu ideal tenía un enemigo implacable y tu código moral fue diseñado para destruirlo. Yo he eliminado a ese enemigo. Te lo he quitado de en medio y lo he puesto fuera de tu alcance. He eliminado la fuente de todos esos ‘males’ que estabas sacrificando uno a uno. He puesto fin a tu batalla. He detenido tu motor. He quitado de tu mundo la razón humana.
“¿Dices que el hombre no vive gracias a su mente? Me he llevado a los que sí lo hacen. ¿Dices que la mente es impotente? Me he llevado a las personas cuya mente no lo es. ¿Dices que hay valores más elevados que la razón? Me he llevado a aquellos para quienes no los hay.

“Mientras arrastrabas hasta tus altares de sacrificio a los hombres capaces de vivir con justicia, independencia, razón, riqueza y autoestima, yo te gané la mano: los alcancé primero. Les expliqué la naturaleza de tu juego y la de tu código moral, que ellos en su generosa inocencia no habían sido capaces de captar. Les enseñé cómo vivir según otra moral: la mía. Y fue la mía la que decidieron seguir.
“Soy yo quien te ha arrebatado a todos aquellos que se han evaporado, los hombres y mujeres a los que odiabas, pero temías perder. No intentes encontrarnos. No queremos ser encontrados. No protestes diciendo que es nuestro deber servirte. No reconocemos ese deber. No clames diciendo que nos necesitas. No consideramos que la necesidad sea un derecho. No digas que te pertenecemos. No es así. No nos supliques que regresemos. Nosotros, los hombres de razón, nos declaramos en huelga.
“Nos declaramos en huelga contra la auto inmolación, contra la doctrina de las recompensas no merecidas y de los deberes no recompensados, contra el dogma de que la búsqueda de la felicidad es pecado, contra la doctrina de que la vida es culpa.
“Hay una diferencia entre nuestra huelga y todas las que has llevado a cabo durante siglos: nuestra huelga no consiste en plantear exigencias, sino en concederlas. Somos malvados según tu moralidad: hemos decidido no lastimarte más. Somos inútiles según tu economía: hemos elegido no explotarte más. Según tu política somos peligrosos y deberíamos estar encadenados: hemos decidido no ponerte en peligro, ni continuar usando las cadenas. Según tu filosofía, sólo somos una ilusión: hemos decidido no engañar más tus sentidos y te hemos dejado libre para que enfrentes la realidad, la realidad que anhelabas, el mundo que ves ahora: un mundo sin razón.
“Te hemos concedido todo lo que nos exigías, nosotros que siempre hemos dado, sólo que recién lo hemos comprendido. No tenemos ninguna exigencia para hacerte, ninguna condición sobre la cual negociar, ningún compromiso que alcanzar. No tienes nada para ofrecemos. No te necesitamos.
“¿Ahora te lamentas de que no es esto lo que querías? ¿Que un mundo insensato, en ruinas no era tu objetivo? ¿No querías que te abandonáramos? ¡Eres un caníbal que siempre has sabido lo que buscabas! Pero se te terminó el juego, porque ahora también nosotros lo conocemos.
“A lo largo de siglos de calamidades y desastres, causados por tu código moral, te has quejado de que ese código había sido violado, de que las calamidades eran castigos por haberlo transgredido, de que los hombres eran demasiado débiles y egoístas para derramar toda la sangre necesaria. Maldijiste al hombre, maldijiste la existencia, maldijiste a esta Tierra, pero nunca te atreviste a cuestionar tu código. Tus víctimas aceptaron la culpa y siguieron luchando, recibiendo tus insultos como premio por su martirio, mientras seguías sosteniendo que tu código es noble, pero la naturaleza humana no es lo suficientemente buena como para practicarlo. Y nadie se puso de pie para hacer la pregunta: ‘¿Buena? ¿Según qué estándar?’.
“Querías conocer la identidad de John Galt: soy el hombre que ha formulado esa pregunta.
“Sí, ésta es una época de crisis moral. Sí, estás siendo castigado por tus maldades. Pero esta vez no es el hombre el que está siendo juzgado y no es la naturaleza humana la que cargará con la culpa. Es tu código moral el que ahora se acaba. Tu código moral ha alcanzado su clímax, el callejón sin salida al final de su camino. Y si deseas seguir viviendo, lo que ahora necesitas no es volver a la moral -tú que nunca la has conocido- sino descubrirla.

“Nunca has escuchado otros conceptos morales que no sean los místicos o los sociales. Te han enseñado que la moral es un código de comportamiento impuesto sobre ti por capricho, el capricho de un poder sobrenatural o el capricho de la sociedad, para servir el propósito de Dios o el bienestar del prójimo, para complacer a una autoridad de ultratumba o de la casa de al lado; pero no para servir a tu propia vida o tu placer. Te han enseñado que tu placer personal sólo se encontrará en la inmoralidad, tu interés personal sólo se podrá obtener mediante el mal, y que todo código moral debe estar diseñado no para ti, sino contra ti, no para enriquecer la vida, sino para empobrecerla.

“Durante siglos, la batalla moral fue librada entre quienes sostenían que sus vidas le pertenecen a Dios y quienes sostenían que les pertenecen a sus vecinos; entre aquellos que predicaban que el bien es el auto sacrificio en beneficio de fantasmas en el paraíso, y aquellos que predicaban que el bien es el auto sacrificio en provecho de los incompetentes de la Tierra. Y nadie te ha dicho que tu vida te pertenece y que el bien reside en vivirla plenamente.
“Ambos bandos acordaron que la moral exige la renuncia al propio interés y a la razón, que lo moral y lo práctico son opuestos, que la moral no pertenece al dominio de la razón, sino al dominio de la fe y de la fuerza. Ambos bandos convinieron en que una moral racional no es posible, que en la razón no existe verdad o error; que en la razón no existe razón para ser moral.
“Cualesquiera fuesen sus desavenencias, tus moralistas han permanecido unidos contra la mente humana. Todos sus sistemas y tramoyas están diseñados para expoliar y destruir la razón. Ahora, debes elegir entre perecer o aprender que ser antimente es ser antivida.
“La mente humana es la herramienta básica para la supervivencia. Al hombre le es dada la vida, no la supervivencia. Le es dado su cuerpo, no así su sustento. Le es dada su mente, no su contenido. Para mantenerse con vida, el ser humano debe actuar, y para hacerlo debe conocer la naturaleza y el propósito de sus acciones. El hombre no puede alimentarse sin conocer el alimento y la forma de obtenerlo. No puede cavar una zanja ni construir un ciclotrón sin conocer su utilidad ni los medios para lograrlo. Para mantenerse vivo, el hombre debe pensar.
“Pero pensar es un acto selectivo. La clave de lo que irresponsablemente llamáis ‘naturaleza humana’, el secreto a voces con el que convives, y sin embargo temes mencionar, es el hecho de que el hombre es un ser de conciencia volitiva. La razón no funciona en forma automática; pensar no es un proceso mecánico; las conexiones 1ógicas no se hacen por instinto.
“El funcionamiento de tu estómago, tus pulmones o tu corazón es automático; el funcionamiento de tu mente, no. A toda hora de tu vida, puedes elegir pensar o evitarte ese esfuerzo, pero no eres libre de escapar a tu naturaleza, del hecho de que la razón es tu medio de supervivencia de manera que para ti, que eres un ser humano, la pregunta ‘¿ser o no ser?’ es lo mismo que ‘¿pensar o no pensar?’. “Un ser de conciencia volitiva no tiene un comportamiento automático. Necesita un código de valores que guíe sus actos. ‘Valor’ es algo que uno debe obtener y conservar; ‘virtud’ es la acción mediante la cual uno lo obtiene y conserva. El concepto de ‘valor’ implica una respuesta a la pregunta: ¿de valor para quién o para qué? Todo ‘valor’ presupone un criterio, un propósito y la necesidad de actuar frente a alternativas. Donde no hay alternativas, no son posibles los valores.
“Hay sólo una alternativa fundamental en el universo: existencia o no existencia; y le pertenece a una sola clase de entidades: los organismos vivientes. La existencia de la materia inanimada es incondicional; la existencia de la vida, no; depende de un curso de acción específico. La materia es indestructible, cambia sus formas, pero no puede dejar de existir. Só1o un organismo vivo enfrenta la constante alternativa: la cuestión de la vida o la muerte. La vida es un proceso de acción autosostenida y autogenerada. Si un organismo fracasa en esa acción, muere; sus elementos químicos perduran, pero su vida termina. Só1o el concepto de ‘vida’ hace posible el concepto de ‘valor’. Só1o para un ser viviente las cosas pueden ser buenas o malas.
“Una planta debe alimentarse para vivir; la luz solar, el agua, los elementos químicos que necesita son los valores que su naturaleza determinó que persiguiera; su vida es el parámetro de valor que dirige sus acciones. Pero una planta no tiene alternativas de acción; hay alternativas en las condiciones con las que se enfrenta, pero no en su función: ella actúa automáticamente para extender su vida, no puede actuar en pos de su propia destrucción.
“Un animal está programado para mantener su vida; sus sentidos le proveen un código de acción automático, un conocimiento automático de lo que es bueno y malo para é1. No tiene poder para ampliar su conocimiento ni para evadirlo. En situaciones en las que su programación resulta inadecuada, muere. Pero mientras vive, actúa en base a su programa, con seguridad automática y sin poder de elección. El animal es incapaz de ignorar su propio bien y de decidir escoger el mal y actuar como su propio destructor.
“El ser humano no tiene un código automático de supervivencia. Su diferencia con las demos especies vivientes es la necesidad de actuar frente a alternativas mediante la elección volitiva. El hombre no tiene conocimiento automático de lo que es bueno o malo para é1, de qué valores sustentan su vida, ni de los cursos de acción que su existencia requiere. ¿Osas balbucear respecto al instinto de autoconservación? El instinto de autoconservación es precisamente lo que el hombre no posee. Un ‘instinto’ es una forma de conocimiento inequívoca y automática. Un deseo no es un instinto. El deseo de vivir no le da a uno el conocimiento necesario para la vida, e incluso el deseo de vivir del humano no es automático: tu horrible secreto es que ése es el deseo que tú no posees. Tu miedo a la muerte no es amor a la vida, y no te dará el conocimiento necesario para conservarla. El hombre debe obtener su conocimiento y elegir sus acciones mediante un proceso de razonamiento, proceso que la naturaleza no lo obliga a realizar. El hombre tiene el poder para actuar como su propio destructor, y ésa es la forma en la que ha venido actuando durante casi toda su historia.
“Un ser vivo que considera depravados a sus medios de supervivencia, no puede sobrevivir. Una planta que luchara por mutilar sus raíces, o un pájaro que quisiera quebrar sus alas no existiría por mucho tiempo. Sin embargo, la historia humana ha sido una lucha por negar y destruir la mente.
“El hombre ha sido denominado como un ser racional, pero la racionalidad es una cuestión de elección, y la alternativa que, su naturaleza le ofrece es: actuar como un ser racional o como un animal suicida. El hombre debe ser hombre por elección; debe considerar su vida como un valor, por elección; debe aprender a mantenerla, por elección; debe descubrir los valores que esto requiere y practicar sus virtudes, por elección.
“Un código de valores aceptado por elección es un código moral.
“Dondequiera que estés, a ti que me estas escuchando, le hablo a lo que pudiera quedar como remanente vivo e incorrupto en tu interior, al remanente humano, a tu mente, y le digo: existe una moral de la razón, una moral propia del humano, y la vida humana es su fundamento y su medida de valor.
“Todo lo que es conveniente para la vida de un ser racional es bueno; todo lo que la destruye es malo.
“La vida del hombre, tal como lo requiere su naturaleza, no es la vida de una bestia sin mente, de un bandido saqueador o de un místico vagabundo, sino la vida de un ser pensante; no es la vida por medio de la fuerza o el fraude, sino la vida por medio del logro; no es la supervivencia a cualquier precio, ya que sólo hay un precio que pagar por la supervivencia humana: la razón.
“La vida del hombre es el parámetro de la moral, pero la propia vida es su propósito. Si tu objetivo es la existencia en la Tierra, debes elegir tus acciones y valores según los parámetros humanos, a fin de preservar, realizar y disfrutar el valor irremplazable que es tu vida.
“Dado que la vida requiere de un curso de acción específico, cualquier otro la destruirá. Un ser que no tenga a su propia vida como el motivo y meta de sus acciones, está actuando según los motivos y criterios de la muerte. Un ser así es una monstruosidad metafísica, que luchando por oponerse, negar y contradecir el hecho de su propia existencia, corriendo ciega y desenfrenadamente hacia su destrucción, sólo es capaz de generar dolor.
“La felicidad es el estado exitoso de la vida, el sufrimiento es el agente de la muerte. La felicidad es el estado de conciencia que proviene del logro de los propios valores. Una moral que se atreva a decirte que encuentres la felicidad en la renuncia a tu propia felicidad, que valores la pérdida de tus propios valores, es una insolente negación de la moral. Una doctrina que te proponga como ideal el papel de un animal expiatorio que sólo quiere ser inmolado en los altares de otros, te está dando a la muerte como parámetro. Por gracia de la realidad y de la naturaleza de la vida, el ser humano es un fin en sí mismo, existe para sí mismo, y el logro de su propia felicidad es su más alto propósito moral.
“Pero ni la vida ni la felicidad pueden lograrse mediante la persecución de caprichos irracionales. El hombre es libre de intentar sobrevivir de cualquier manera, pero perecerá a menos que viva de acuerdo con su naturaleza. Igualmente, el hombre es libre de buscar su felicidad en cualquier fraude insensato, pero todo lo que encontrará será tortura y frustración a menos que busque la felicidad apropiada para é1. El propósito de la moral es enseñarnos, no a sufrir y morir, sino a disfrutar y vivir.
“Barre a un lado a esos parásitos de academia subsidiados, que viven de las ganancias de la mente de otros y proclaman que el hombre no necesita moral, ni valores, ni código de conducta. Esos, que se consideran científicos y aseguran que el hombre es sólo un animal, al que no conceden en el mapa de la existencia el lugar que le han concedido al más insignificante de los insectos.
“Esos imbéciles reconocen que cada especie viviente tiene una forma de supervivencia determinada por su naturaleza, no opinan que un pez pueda vivir fuera del agua o que un perro pueda vivir sin su sentido del olfato; pero el hombre, aseguran, el más complejo de los seres, puede sobrevivir de cualquier manera, no tiene identidad ni naturaleza, y no hay una razón práctica para que no pueda vivir con su fuente de supervivencia destruida, con su mente estrangulada y puesta a disposición de cualquier orden que ellos decidan instituir.
“Barre a un lado a esos místicos corrompidos por el odio, que se presentan como amigos de la humanidad y predican que la más alta virtud que un hombre puede practicar es considerar que su propia vida carece de valor. ¿Te dicen que el propósito de la moral es reprimir el instinto de autopreservación del hombre? Es justamente por el propósito de la autopreservación que el hombre necesita un código moral. El único hombre que desea ser moral es aquel que desea vivir.
“No, no estás obligado a vivir; hacerlo o no es la elección básica. Pero si eliges vivir, debes hacerlo como ser humano: a través del trabajo y del juicio de tu mente. “No, no estás obligado a vivir como un hombre; hacerlo o no es una elección moral. Pero no puedes vivir como otra cosa: la alternativa es ese estado de muerte en vida, cada vez más habitual para ti y los que te rodean, el estado de ineptitud para la existencia, que ya no es humano y es menos que animal, una cosa que no conoce más que el dolor y se arrastra durante años en la agonía de la autodestrucción involuntaria.
“No, no estas obligado a pensar; pensar es también un acto de elección moral. Pero alguien debió pensar para mantenerte con vida; si eliges no hacerlo, estafas a la existencia y le pasas el déficit a algún hombre moral, esperando que é1 sacrifique su propio bien para permitirte sobrevivir con tu maldad.
“No, no tienes por qué ser hombre; pero aquellos que lo son, ya no están aquí. Te he quitado tu fuente de supervivencia: tus víctimas.
“Si deseas saber cómo lo hice y qué les dije para hacerlos renunciar, lo estas oyendo ahora. Les di, en esencia, el mismo discurso que hoy te estoy dando a ti. Eran hombres y mujeres que habían vivido según mi código, pero sin conciencia de cuan grande era la virtud que eso representaba. Se los hice ver. Les ofrecí no una reevaluación, sino una identificación de sus valores.
“Nosotros, los hombres de razón, estamos ahora en huelga contra ti en nombre de un único axioma que es la raíz de nuestro código moral, de la misma forma que la raíz del tuyo es el deseo de huirle: el axioma de que la existencia existe.
“La existencia existe, y el acto de captar esa afirmación implica otros dos corolarios: que algo existe, que uno lo percibe y que uno existe poseyendo conciencia, siendo la conciencia la facultad de percibir lo que existe.
”Si nada existe, no puede haber conciencia: una conciencia sin nada de qué ser consciente es una contradicción. Una conciencia consciente de nada más que de sí misma es una contradicción: antes de poder identificarse a sí misma como conciencia, debió ser consciente de algo. Si eso que dices percibir no existe, lo que posees no es conciencia.
“Cualquiera sea el grado de tu conocimiento, estos dos principios, existencia y conciencia, son axiomas de los cuales no puedes escapar. Son principios irreductibles implicados en cualquier acción que emprendas, en cada parte de tu conocimiento y en su suma, desde el primer rayo de luz que puedas percibir al comienzo de tu vida hasta la más amplia erudición que puedas alcanzar al final. Sea que conozcas la forma de una piedra o la estructura del sistema solar, los axiomas son los mismos: que eso existe y que tú lo sabes.
“Existir es ser algo, por oposición a la nada de la no existencia, es ser una entidad con una naturaleza específica compuesta por atributos específicos. Siglos atrás, quien fue -independientemente de sus errores- el más grande de los filósofos, planteó la fórmula que define el concepto de existencia y la regla de todo conocimiento: ‘A es A’: una cosa es sí misma. Nunca has comprendido el significado de esta aseveración. Estoy aquí para completarla: la Existencia es Identidad, la Conciencia es Identificación.
“Sin que importe lo que se está considerando, sea un objeto, un atributo o una acción, la ley de la identidad se mantiene. Una hoja de un árbol no puede ser una piedra al mismo tiempo, no puede ser toda roja y toda verde al mismo tiempo, no puede congelarse y quemarse al mismo tiempo. A es A. O, si lo quieres en un lenguaje más sencillo: no puedes conservar la torta y al mismo tiempo comerla.
“¿Quieres saber qué está mal en el mundo? Todos los desastres que han asolado al mundo provinieron del intento de los líderes de ignorar el hecho de que A es A. Toda la maldad secreta que te espanta encarar en tu interior y todo el dolor que has debido soportar, provienen de tu propio intento de ignorar el hecho de que A es A. El propósito de quienes te enseñaron a ignorarlo fue lograr que olvidaras que el Hombre es el Hombre.
“El hombre no puede sobrevivir excepto mediante la adquisición de conocimiento, y la razón es su única manera de obtenerlo. La razón es la facultad que percibe, identifica e integra el material provisto por los sentidos. La tarea de los sentidos es darle la evidencia de la existencia, pero la tarea de identificarla pertenece a la razón; sus sentidos le dicen sólo que algo es, pero qué es, debe ser aprendido por su mente. “Todo pensamiento es un proceso de identificación e integración. El hombre percibe una mancha de color; integrando la evidencia de su vista y su tacto, aprende a identificarla como un objeto sólido; aprende a identificar al objeto como una mesa; aprende que la mesa está hecha de madera; aprende que la madera esta compuesta por células, y que las células están compuestas por moléculas, y que las moléculas están compuestas por átomos. En todo este proceso, el trabajo de su mente consiste en responder a una sola pregunta: ‘¿Qué es?’. Su forma de establecer la veracidad de sus respuestas es la 1ógica, y la 1ógica se basa en el axioma de que la existencia existe. La 1ógica es el arte de la identificación no contradictoria. Una contradicción no puede existir. Un átomo es sí mismo, y también lo es el universo; ninguno puede contradecir su propia existencia, ni puede una parte contradecir al todo. Ningún concepto creado por el hombre es válido, a menos que se integre sin contradicción a la suma total de su conocimiento. Llegar a una contradicción es confesar un error en el pensamiento; mantener una contradicción es abdicar a la propia mente y sustraerse del reino de la realidad.
“La realidad es aquello que existe; lo irreal no existe; lo irreal es meramente esa negación de la existencia que ocupa una conciencia humana cuando intenta abandonar la razón.
“La verdad es el reconocimiento de la realidad; la razón, el único instrumento de conocimiento del hombre, es su único parámetro de verdad.
“La frase más depravada que podrías pronunciar es preguntar: ‘¿La razón de quién?’. La respuesta es: ‘La tuya’. No importa cuan vasto sea tu conocimiento, o cuan modesto, es tu propia mente la que debe adquirirlo. Só1o se puede actuar en base al conocimiento propio. Es sólo tu propio conocimiento el que puedes afirmar poseer, o pedir a otros que consideren. Tu mente es tu único juez de la verdad... y si otros disienten de tu veredicto, la realidad es la última corte de apelación. Nada salvo la mente humana puede realizar ese complejo, delicado y crucial proceso de identificación que es pensar. Nada puede guiar al proceso salvo tu propio juicio. Nada puede guiar tu juicio salvo tu integridad moral.
“A ti, que hablas de ‘instinto moral’ como si fuera un atributo separado opuesto a la razón, te digo: la razón del hombre es su facultad moral. Un proceso de razonamiento es un proceso constante de elección en respuesta a la pregunta: ‘¿Verdadero o falso?’. Se debe plantar una semilla en la tierra para que crezca: ¿verdadero o falso? Se deben desinfectar las heridas para salvar la vida: ¿verdadero o falso? La electricidad atmosférica puede convertirse en fuerza cinética: ¿verdadero o falso? Las respuestas a estas preguntas te han dado todo cuanto posees, y esas respuestas surgieron de la mente de algún hombre, intransigentemente devoto de lo correcto.
“Un proceso racional es un proceso moral. Puedes cometer un error en cualquier paso, sin nada que te proteja excepto tu propio rigor, o puedes tratar de hacer trampa, de falsear la evidencia y evadir el esfuerzo de la búsqueda; pero si la devoción hacia la verdad es la marca de la moral, entonces no existe una forma de devoción más grande, noble y heroica que el acto de un hombre que asume la responsabilidad de pensar.
“Eso que llamas ‘alma’ o ‘espíritu’ es tu conciencia, y eso que llamas ‘libre albedrío’ es la libertad de tu mente para pensar o no pensar, el único albedrío que tienes, tu única libertad, la elección que controla todas las demás elecciones que haces y determina tu vida y tu carácter.
“La única virtud básica del hombre es el pensamiento: de ella proceden todas las demás. Y tu vicio básico, la fuente de todos tus males, es ese acto innombrable que algunos practican pero que no desean admitir: el acto de dejar la mente en blanco, la voluntaria suspensión de la propia conciencia, la negación a pensar; no la ceguera, sino el rechazo a ver; no la ignorancia, sino el rechazo a saber. Es el acto de desenfocar la mente y provocar una niebla interna para evadir la responsabilidad de juzgar, en base a la premisa nunca formulada de que una cosa no existirá si nos negamos a identificarla, que A no será A mientras no pronunciemos el veredicto: ‘Lo es’. No pensar es un acto de aniquilación, un deseo de negar la existencia, un intento, de borrar la realidad. Pero la existencia existe; la realidad no se puede borrar, simplemente borrará al borrador. Al negarte a decir ‘Esto es’, te estás negando a decir ‘Yo soy’. Al suspender tu juicio, niegas tu persona. Cuando un hombre declara: ‘¿Quién soy yo para saber?’ está diciendo: ‘¿Quién soy yo para vivir?’.
“Eso, a cada hora y en cada asunto, es tu elección moral básica: pensar o no pensar, existir o no existir, A o no A, entidad o cero.
“En la medida en que un hombre es racional, la vida es la premisa que dirige sus acciones. En la medida en que un hombre es irracional, la premisa que guía sus acciones es la muerte.
“A ti, que farfullas, que la moral es social y que el hombre no necesitaría ninguna moral en una isla desierta, te digo que es en una isla desierta donde más la necesitaría. Sólo déjalo pretender, cuando no haya víctimas para pagar el precio, que una roca es una casa, que la arena es ropa, que la comida caerá en su boca sin causa ni esfuerzo, que podrá recoger la cosecha mañana si devora las semillas hoy, y la realidad lo barrerá, tal como se lo merece; la realidad le demostrará que la vida es un valor que debe comprarse y que el pensamiento es la única moneda lo suficientemente noble para pagarla.
“Si yo hablara tu tipo de lenguaje, diría que el único mandamiento moral para el hombre es: ‘Debes pensar’. Pero la frase ‘mandamiento moral’ es una contradicción. Lo moral es lo elegido, no lo obligado; lo comprendido, no lo obedecido. Lo moral es lo racional, y la razón no acepta mandamientos.
“Mi moral, la moral de la razón, está contenida en un solo axioma: la existencia existe; y en una única elección: vivir. El resto deriva de ella. Para vivir, el hombre debe considerar tres cosas como los valores supremos que rigen su vida: razón, propósito y autoestima. La Razón, como su única herramienta para el conocimiento. El Propósito, como su elección de la felicidad que esa herramienta procederá a lograr. Autoestima, como la inviolable certeza de que su mente es competente para pensar y de que su persona es digna de ser feliz, lo cual significa que es digna de vivir. Estos tres valores implican y requieren de todas las virtudes humanas, y todas ellas pertenecen a la relación entre la existencia y la conciencia: racionalidad, independencia, integridad, honestidad, justicia, productividad, orgullo.
“Racionalidad es el reconocimiento del hecho de que la existencia existe, de que nada puede alterar la verdad y que nada puede ser más importante que el acto de percibirla, o sea pensar; de que la mente es el único juez de valores y la única guía de acción; de que la razón es un absoluto que no admite compromiso; de que una concesión a la irracionalidad invalida la propia conciencia y cambia su tarea de percibir por la tarea de falsificar la realidad; de que el pretendido atajo hacia el conocimiento, la fe, es sólo una simplificación que destruye la mente; de que la aceptación de una invención mística equivale al deseo de aniquilar la existencia y, como consecuencia, aniquila la conciencia.
“La independencia es el reconocimiento del hecho de que la responsabilidad de juzgar es de uno y nada puede ayudar a eludirla; de que ningún sustituto puede pensar por uno, como ningún suplente puede vivir nuestra vida; que la forma más vil de autodegradación y autodestrucción es la subordinación de nuestra mente a la mente de otro, la aceptación de sus aseveraciones como hechos, sus dichos como verdad, sus edictos como intermediarios entre nuestra conciencia y nuestra existencia.
”Integridad es el reconocimiento de que no se puede falsificar la propia conciencia, así como la honestidad es el reconocimiento de que no se puede falsificar la existencia; de que el hombre es una entidad indivisible, una unidad integrada de dos atributos: materia y conciencia, y que no puede permitir brecha alguna entre cuerpo y mente, entre acción y pensamiento, entre vida y convicciones; de que, como un juez impermeable a la opinión pública, uno no puede sacrificar sus certidumbres a los deseos de otros, aunque toda la humanidad se lo suplique o lo amenace; de que el coraje y la confianza son necesidades prácticas, y el coraje, la forma práctica de ser fiel a la existencia, de ser fiel a la propia conciencia.
“Honestidad es el reconocimiento de que lo irreal es irreal y no puede tener ningún valor, de que ni el amor ni la fama ni el dinero pueden tener valor si se obtienen mediante fraude; de que un intento por obtener un valor engañando la mente de otros es equivalente a elevar a las víctimas por encima de la realidad, de que uno se convierte en un peón de su ceguera, un esclavo de su no-pensamiento y sus evasiones, mientras que su inteligencia, su racionalidad y sus percepciones se convierten en los enemigos a los que hay que temer y de los cuales hay que huir; es el reconocimiento de que uno no quiere vivir como dependiente, y mucho menos como dependiente de la estupidez de otros, o como un necio cuya fuente de valor son los necios a los que puede embaucar; de que la honestidad no es un deber social, no es un sacrificio por los demás, sino la virtud más profundamente egoísta que un hombre pueda practicar: su negación a sacrificar la realidad de su propia existencia a la confundida conciencia de los demás.
“Justicia es el reconocimiento de que no se puede falsificar el carácter del hombre así como no se puede falsificar el carácter de la naturaleza; de que se debe juzgar a los hombres con tanto cuidado como a los objetos inanimados, con el mismo respeto por la verdad, con la misma visión incorruptible, mediante un proceso de identificación igualmente puro y racional; de que cada hombre debe ser juzgado por lo que es, y tratado en consecuencia; de que, así como uno no paga un precio más alto por un pedazo herrumbrado de chatarra que por una pieza de metal precioso, no puede valorizarse a un corrupto más que a un héroe; de que la valuación moral es la moneda con que se paga a los hombres por sus virtudes o por sus vicios, y ese pago nos exige un honor tan escrupuloso como el que se utiliza en las transacciones financieras; de que negar el desprecio hacia los vicios es un acto de falsificación moral, así como negar la admiración por las virtudes es un acto de defraudación moral; de que colocar cualquier otra consideración por encima de la justicia es devaluar el circulante moral y defraudar al bien en favor del mal, dado que con la falta de justicia sólo los buenos pueden perder y sólo los malos pueden beneficiarse; y de que el fondo del pozo al final de ese camino, el último acto de bancarrota moral, es castigar a los hombres por sus virtudes y premiarlos por sus vicios; de que ése es el colapso y la rendición a la completa depravación, la Misa Negra de adoración a la muerte, la dedicación de nuestra conciencia a la destrucción de la existencia.
“Productividad es nuestra aceptación de la moral, nuestro reconocimiento de que elegimos vivir; de que el trabajo productivo es el proceso mediante el cual nuestra conciencia controla nuestra existencia, un proceso constante de adquisición de conocimiento y modelación de la materia para servir a nuestros propósitos, de traducir una idea en una forma física, de rehacer la Tierra a imagen de nuestros valores; de que todo trabajo es creativo si es realizado por una mente pensante, y de que ningún trabajo es creativo si lo realiza un vacío que repite en acrítico estupor una rutina que ha aprendido de otros; de que tú debes elegir tu trabajo, y de que tus opciones están en relación con tu capacidad, ya que nada mayor a ella es posible para ti, y de que nada menor es humano; de que hacer trampa para obtener un trabajo que supere la capacidad de tu mente es convertirte en un primate aterrorizado que funciona con movimientos prestados en tiempo prestado; y de que conformarse con un trabajo que requiere menos que la plena capacidad de tu mente es apagar tu motor y sentenciarte a la decadencia; de que nuestro trabajo es el proceso de alcanzar nuestros valores, y de que perder nuestra ambición por los valores es perder nuestra ambición de vivir; de que nuestro cuerpo es una máquina, pero nuestra mente es su conductor, y se debe conducir tan lejos como nos lleve nuestra mente, con la autorrealización como objetivo de nuestro camino; de que el hombre que no tiene propósito es una máquina que rueda cuesta abajo a merced de cualquier piedra que lo desbarranque; de que el hombre que suprime a su mente es una máquina detenida que se oxida lentamente; de que el hombre que permite que un líder le indique el rumbo no es más que chatarra remolcada hacia una pila de chatarra, y de que el hombre que convierte a otro hombre en su meta es una persona que pide que la trasladen y a quien ningún conductor deberá llevar; de que nuestro trabajo es el propósito de nuestra vida, y de que debemos arrollar a cualquier asesino que se crea con el derecho de detenernos; de que cualquier valor que encontremos fuera de nuestro trabajo, cualquier otra lealtad o amor, son sólo viajeros con quienes elegimos compartir el trayecto, pero deben ser viajeros capaces de viajar por sí mismos en nuestra misma dirección.
“Orgullo es el reconocimiento de que uno es su mayor valor y que, como todos los valores del hombre, debe ser ganado; que de todos los logros alcanzables, el que hace posibles a todos los demás es la creación de nuestro propio carácter; de que nuestro carácter, nuestras acciones, nuestros deseos, nuestras emociones son producto de las premisas sostenidas por nuestra mente; de que así como un hombre debe producir los valores físicos que necesita para mantener su vida, también debe adquirir los valores de carácter que hacen que su vida valga la pena; de que así como el hombre es un ser que genera su riqueza, también es un ser que genera su alma; de que vivir requiere un sentido de autoestima, Pero el hombre, así como no tiene valores automáticos, tampoco tiene una sensación automática de autoestima y debe ganársela moldeando su alma a imagen de su ideal moral, a imagen del Hombre, el ser racional que nació capacitado para crear, pero que debe crear por propia elección; de que la primera condición para la autoestima es ese radiante egoísmo del alma que desea lo mejor de todas las cosas, en valores materiales y espirituales, un alma que busca por encima de todas las cosas alcanzar su propia perfección moral, no atribuyendo a nada un valor por encima de ella misma; y que la prueba de una verdadera autoestima es el estremecimiento de desprecio y rebelión de tu alma en contra de asumir el papel de animal expiatorio, en contra de la vil impertinencia de cualquier credo que proponga inmolar el valor irreemplazable que es nuestra conciencia y la gloria incomparable que es nuestra existencia, a favor de las evasiones ciegas y el estancamiento decadente de los otros.
“¿Comienzas a entender quién es John Galt? Soy el hombre que ha ganado aquello por lo que tú no has luchado, a lo que has renunciado, traicionado, corrompido y sin embargo no has podido destruir completamente y que hoy escondes como un secreto culposo, malgastando tu vida en disculpas ante cada caníbal profesional, no vaya a ser descubierto que muy dentro de ti aún quisieras decir lo que ahora le estoy diciendo a toda la humanidad: ‘Estoy orgulloso de mi propio valor y de mi deseo de vivir’.
“Este deseo -que compartes, y sin embargo ahogas como si fuera maligno- es el único realmente bueno que te queda, pero es un deseo que debes aprender a merecer. El único propósito moral del hombre es su felicidad, pero sólo se puede alcanzar mediante la propia virtud. La virtud no es un fin en sí misma. La virtud no es su recompensa personal ni forraje de sacrificio para premiar el mal. La Vida es la recompensa de la virtud, y la felicidad es el objetivo y la recompense de la vida.
“Así como el cuerpo experimenta dos sensaciones fundamentales, placer y dolor, como señales de su bienestar o su malestar, como un barómetro de su alternativa básica, vida o muerte, así también la conciencia tiene dos emociones fundamentales, alegría y sufrimiento, en respuesta a la misma alternativa. Las emociones son estimaciones de aquello que extiende la vida o la amenaza, rapidísimas calculadoras que nos dan la suma de las ganancias o las pérdidas.
“No tienes elección sobre tu capacidad de sentir que algo es bueno o malo para ti, pero qué considerarás bueno o malo, qué te dará alegría o dolor, qué amarás u odiarás, desearás o temerás, depende de tu código de valores. Las emociones son inherentes a la naturaleza humana, pero su contenido le es dado por la mente. La capacidad emocional es un motor vacío, y los valores son el combustible con el que la mente lo llena. Si eliges una mezcla de contradicciones, se obstruirá el motor, se corroerá la transmisión, y te hará naufragar en tu primer intento por movilizarte en una máquina que tú, el conductor, has corrompido.
“Si colocas a lo irracional como medida de valor y a lo imposible como concepto del bien, si aspiras a recompensas que no has ganado, a una fortuna, o un amor que no mereces, a encontrar un atajo a la ley de causalidad, a que una A se convierta en no-A por tu mero capricho, si deseas el opuesto a la existencia, precisamente eso es lo que tendrás. Y cuando lo alcances, no digas que la vida es frustración y que la felicidad es imposible para el hombre; verifica tu combustible: es el que te ha llevado adonde quisiste ir.
“La felicidad no se alcanza por orden de caprichos emocionales. La felicidad no es la satisfacción de cualquier deseo irracional con que ciegamente intentes consentirte. La felicidad es un estado de alegría no contradictoria, una alegría sin pena ni culpa, una alegría que no choca con ninguno de tus valores y que no te lleva a tu propia destrucción; no es la alegría de escapar de tu mente, sino la de usar su poder total; no es la alegría de disimular la realidad, sino la de alcanzar valores reales; no es la alegría de un borracho, sino la de un productor. La felicidad es sólo posible para el hombre racional, el que no desea más que objetivos racionales, que no busca más que valores racionales y no encuentra su alegría sino en acciones racionales.
“Así como no mantengo mi vida mediante el robo o la limosna, sino mediante mi propio esfuerzo, tampoco busco obtener mi felicidad por el daño o el favor de otros, sino por mis propios logros. Así como no considero el placer de los demás como el objetivo de mi vida, tampoco considero que mis placeres deban ser el fin de la vida de otros. Así como no hay contradicciones en mis valores ni conflictos entre mis deseos, tampoco hay víctimas ni conflictos de interés entre hombres racionales, hombres que no desean lo no ganado, y no ven a otro con apetitos caníbales, hombres que no hacen sacrificios ni los aceptan.
“El símbolo de todas las relaciones entre esos hombres, el símbolo moral del respeto por los seres humanos, es el comerciante. Nosotros, los que vivimos según valores, no saqueos, somos comerciantes, tanto en lo material como en lo espiritual. Un comerciante es alguien que gana lo que obtiene y no da ni toma lo inmerecido. Un comerciante no pretende que se le pague por sus fracasos, ni que se lo ame por sus defectos. Un comerciante no despilfarra su cuerpo como si fuera forraje, ni su alma como si fuera limosna. Así como no entrega su trabajo excepto a cambio de valores materiales, tampoco entrega los valores de su espíritu -su amor, su amistad, su estima- como no sea en pago por virtudes humanas, en pago por su propio placer egoísta, que é1 recibe de hombres a los que puede respetar. Los parásitos místicos que a través de las épocas han denigrado a los comerciantes y los han mantenido en el oprobio, al tiempo que brindaban honores a los pordioseros y saqueadores, siempre tuvieron claro el secreto motivo de sus burlas: un comerciante es la entidad a la que temen -un hombre justo.
“¿Te preguntas qué obligación moral tengo hacia mis semejantes? Ninguna. Só1o tengo obligación hacia mí mismo, hacia los objetos materiales y hacia todo lo que existe: la racionalidad. Trato con los hombres como lo requiere mi naturaleza y la de ellos: por medio de la razón. No busco ni deseo nada de ellos, excepto aquellas relaciones que ellos quieren iniciar por su propia y voluntaria elección. Só1o puedo tratar con su mente y sólo por mi propio interés, cuando compruebo que mi interés coincide con el suyo. Si ellos no lo ven así, no entro en la relación; dejo que quienes no estén de acuerdo conmigo sigan su camino y yo no me aparto del mío. Para ganar no uso más que la 1ógica, y no me hundo ante nada más que ella. No entrego mi razón ni trato con gente que entrega la suya. No tengo nada que ganar de tontos ni de cobardes; no busco obtener beneficio de los vicios humanos: de la estupidez, la deshonestidad o el temor. El único valor que se me puede ofrecer es el trabajo de la mente. Cuando estoy en desacuerdo con un hombre racional, dejo que la realidad sea nuestro árbitro final; si yo estoy en lo cierto, é1 aprenderá; si estoy equivocado, seré yo quien aprenda; uno de los dos ganará, pero los dos nos beneficiaremos.
“Hay un acto maligno que no está abierto a ninguna controversia, el acto que nadie puede cometer contra otros y ningún hombre puede admitir o perdonar. Mientras los hombres deseen vivir en conjunto, ningún hombre puede iniciar -¿me escuchas?- ...ningún hombre puede iniciar el uso de la fuerza física contra otros.
“Interponer la amenaza de destrucción física entre un hombre y su percepción de la realidad es negar y paralizar sus medios de supervivencia; forzarlo a actuar contra su propio juicio, es como forzarlo a actuar contra su propio sentido de la visión. Quienquiera que, por cualquier causa o finalidad, inicie el uso de la fuerza, es un asesino que actúa bajo una premisa de muerte más amplia que el asesinato: la premisa de destruir la capacidad humana para la vida.
“No abras tu boca para decirme que tu mente te ha convencido de tu derecho a forzar mi mente. Fuerza y mente son opuestos: la moral termina donde comienza un revolver. Cuando declaras que los hombres son animales irracionales y propones tratarlos como tales, defines tu propio carácter y quedas inhabilitado para reclamar la confirmación de la razón, tal como no la puede reclamar ningún defensor de contradicciones. No puede haber ‘derecho’ para destruir la fuente de los derechos, la única vía para juzgar lo correcto y lo equivocado: la mente.
“Forzar a un hombre a renunciar a su mente y aceptar tu voluntad como sustituto, con un revólver en lugar de un razonamiento, con el terror en lugar de la demostración, y la muerte como el argumento final, es intentar existir desafiando a la realidad. La realidad exige que el hombre actúe por su propio interés racional; tu pistola le exige actuar contra él. La realidad amenaza al hombre con la muerte si no actúa de acuerdo con su juicio racional: Tú lo amenazas con la muerte si lo hace. Tú lo pones en un mundo en el que el precio por su vida es la renuncia a todas las virtudes requeridas para la vida, y la muerte mediante un proceso de destrucción gradual es todo lo que tú y tu sistema obtendrán, cuando la muerte se convierta en el poder reinante, el argumento ganador en una sociedad humana.
“Ya sea un asaltante de caminos que enfrenta a un viajero con el ultimátum: ‘La bolsa o la vida’, o un político que enfrenta a un país con el ultimátum: ‘La educación de tus hijos o tu vida’, el verdadero significado de la intimación es: ‘tu mente o tu vida’, pero para el hombre no es posible una sin la otra.
“Si el mal tiene grados, es difícil decir quién es peor: el bruto que asume el derecho de forzar la mente de otros, o el degenerado moral que les permite a otros el derecho de forzar su mente. Ése es el absoluto moral que no está abierto a debate. No considero razonables a hombres que se proponen privarme de mi razón. No entro en discusiones con vecinos que piensan que pueden prohibirme pensar. No apruebo al asesino que desea matarme. Cuando alguien pretende tratar conmigo por la fuerza, le contesto con la fuerza.
“La fuerza puede usarse sólo como represalia y sólo contra quien comienza a usarla. No, no comparto su maldad ni me hundo en su concepto de moralidad: simplemente le concedo su voluntad de destrucción, la única destrucción que tiene derecho a elegir: la suya. Él utiliza la fuerza para obtener un valor; yo sólo la uso para destruir la destrucción. Un ladrón busca obtener riqueza matándome; yo no me vuelvo más rico matando a un ladrón. Yo no busco ningún valor a través del mal, ni rindo a él los míos.
“En nombre de todos los productores que te han mantenido con vida y sólo han recibido como pago tu ultimátum de muerte, ahora respondo con un ultimátum de mi parte: ‘Nuestro trabajo o tus armas’. Puedes elegir uno de ellos; no puedes tener ambos. Nosotros no iniciamos el uso de la fuerza contra otros ni nos sometemos a su fuerza. Si deseas volver a vivir en una sociedad industrial, será en nuestros términos morales. Nuestras condiciones y nuestros motivos son la antítesis de los tuyos. Has estado usando el temor como arma y le has estado trayendo la muerte al hombre como castigo por rechazar tu moral. Nosotros te ofrecemos la vida como recompensa por aceptar la nuestra.
“Tú, adorador del cero, nunca has llegado a descubrir que vivir no equivale a evitar la muerte; que alegría no es ausencia de dolor, inteligencia no es ausencia de estupidez, luz no es ausencia de oscuridad, y una entidad no es ausencia de no-entidad.
“No se logra construir absteniéndose de demoler; siglos de espera en tal abstinencia no levantarán ni una sola columna que evitas demoler. No puedes decirme a mi, el constructor: ‘Produce, y aliméntame a cambio de que no destruyamos tu producción’. Yo te contesto en nombre de todas tus víctimas: perece en tu propio vacío. La existencia no es una negación de negativas. El mal, no el valor, es una ausencia y una negación; el mal es impotente y no tiene más poder que el que permitimos que nos extraiga. Perece, porque hemos aprendido que el cero no puede hipotecar la vida.
“Tú buscas escapar del dolor. Nosotros buscamos lograr la felicidad. Tu finalidad es evitar el castigo. La nuestra, ganar recompensas. Las amenazas no nos hacen funcionar; el miedo no nos incentiva. No deseamos evitar la muerte: deseamos vivir la vida.
“Tú, que has perdido el concepto de la diferencia, que sostienes que miedo y alegría son incentivos de igual poder -y en secreto agregas que el miedo es más ‘práctico’-, no deseas vivir, y sólo el temor a la muerte te une a la existencia que has maldecido. Te lanzas lleno de pánico a través de la trampa de tus días, buscando la salida que tú mismo has cerrado, huyendo de un perseguidor al que no te animas a nombrar, hacia un terror que temes reconocer, y cuanto mayor es el terror mayor es tu miedo al único acto que podría salvarte: pensar. El propósito de tu lucha es no saber, no captar, ni nombrar, ni oír lo que ahora te diré: la tuya es la Moral de la Muerte.
“La muerte es la escala de tus valores, la muerte es la meta que has elegido; debes seguir corriendo, ya que no tienes posibilidad de huir del perseguidor que quiere destruirte, ni del reconocimiento de que ese perseguidor eres tú mismo. Detente, por una vez; no hay escapatoria; quédate desnudo, como te aterroriza hacerlo, pero como yo te veo, y mira lo que te has atrevido a llamar ‘código moral’.
“El punto de partida de tu moral es la maldición, y la destrucción es su propósito, medio y fin. Tu código comienza maldiciendo al hombre, y luego le exige que practique un bien que define como imposible de practicar. Exige, como primera prueba de su virtud, que acepte su propia depravación sin pruebas. Exige que comience, no con un parámetro de valor, sino con un parámetro del mal, que es é1 mismo, y por medio del cual a continuación debe definir el bien: el bien es aquello que é1 no es.
“No importa entonces quién se aproveche de la gloria a la que ha renunciado y de su alma atormentada: un Dios místico con un designio incomprensible, o cualquier transeúnte cuyas llagas infectas se constituyen en un inexplicable derecho sobre é1; no importa, no se supone que el hombre comprenda el bien; su deber es arrastrarse a través de años de castigo, expiando la culpa de su existencia con cualquier cobrador de deudas incomprensibles. Su único concepto de valor es el cero: lo bueno es aquello que es no-humano.
“El nombre de este monstruoso absurdo es Pecado Original.
“Un pecado sin elección es una bofetada a la moral y una insolente contradicción: algo que está fuera de la posibilidad de elección, está fuera del territorio de la moral. Si el hombre es malvado de nacimiento, no tiene voluntad ni poder para cambiar; y, si no tiene voluntad, no puede ser bueno ni malo: los robots son amorales.
“Considerar como pecado del hombre un hecho que no esta bajo su control es una burla a la moral. Considerar la naturaleza del hombre como su pecado es una burla a la naturaleza. Castigarlo por un crimen que cometió antes de nacer es una burla a la justicia. Considerarlo culpable en una cuestión en la que no existe la inocencia es una burla a la razón. Destruir la moral, la naturaleza, la justicia y la razón por medio de un cínico concepto es una hazaña del mal difícil de igualar. Sin embargo, ésa es la raíz de tu código.
“No te escondas detrás de la cobarde evasiva acerca de que el hombre nace con libre albedrío, pero con ‘tendencia’ al mal. El libre albedrío teñido con una tendencia es como un juego con dados cargados: obliga al hombre a esforzarse para jugar; asumir responsabilidades y pagar por el juego; pero la decisión esta desbalanceada en favor de una opción que no puede evitar. Si esta ‘tendencia’ es por su elección, no puede poseerla al nacer; si no la ha elegido, su albedrío no es libre.
‘¿Cuál es la naturaleza de esa culpa que tus maestros llaman el Pecado Original? ¿Cuáles son los males que el hombre adquirió cuando cayó del estado que ellos consideran de perfección? Su mito declara que é1 comió el fruto del árbol del conocimiento, adquirió una mente y se convirtió en un ser racional. El conocimiento del bien y del mal lo convirtió en un ser moral. Fue sentenciado a ganarse el pan con el sudor de su frente: se convirtió en un ser productivo. Fue sentenciado a experimentar el deseo: adquirió la capacidad del goce sexual. Los males por los cuales se lo condena son la razón, la moral, la creatividad, la alegría; es decir, todos los valores cardinales de su existencia. No son sus vicios los que el mito de la caída del hombre explica y condena; no son sus errores los que se exhiben como su culpa, sino la esencia de su naturaleza humana. Fuera lo que fuese, ese robot que existía sin mente, sin valores, sin trabajo y sin amor en el Jardín del Edén, no era un hombre.
“La caída del hombre, según tus maestros, consistió en adquirir las virtudes necesarias para vivir. Esas virtudes, según tu criterio son su pecado. Su mal, afirmas, es ser hombre. Su culpa, acusas, es vivir. A esto lo llamas ‘doctrina de piedad y de amor por el hombre’.
“Dices: ‘No predico que el hombre es malvado, el mal es sólo ese objeto extraño: su cuerpo’. Dices: ‘No pretendo matarlo, sólo privarlo de su cuerpo’. Dices: ‘Quiero ayudarlo, contra su dolor y señalas hacia el potro de tormento al que lo has atado, el potro de tormento con dos grandes ruedas que tiran de é1 en direcciones opuestas, el potro de tormento de la doctrina que separa su alma de su cuerpo.
“Has cortado al hombre en dos, y enfrentado una mitad a la otra. Le has enseñado que su cuerpo y su conciencia son enemigos enzarzados en una lucha mortal, dos antagonistas de naturalezas opuestas, reclamos contradictorios, necesidades incompatibles; que beneficiar a uno es perjudicar al otro; que su alma pertenece a un reino sobrenatural, pero su cuerpo es una prisión del mal que lo mantiene en cautiverio en esta Tierra; y que lo bueno es vencer al cuerpo, minarlo durante años de paciente lucha, cavando un camino hacia esa gloriosa salida que conduce a la libertad de la tumba.
“Le han enseñado al hombre que es un inadaptado sin esperanzas compuesto por dos elementos, ambos símbolos de la muerte. Un cuerpo sin un alma es un cadáver, un alma sin un cuerpo es un fantasma; sin embargo ésa es tu imagen de la naturaleza humana: el campo de batalla de un conflicto entre un cadáver y un fantasma, un cadáver agraciado con una especie de maligna libertad de elección y un fantasma agraciado con el conocimiento de que todo lo conocido por el hombre es inexistente, que sólo existe lo no cognoscible.
¿Te das cuenta de cuál es la facultad humana que dicha doctrina fue diseñada para negar? Fue la mente la que tuvo que ser negada para hacer pedazos al hombre. Una vez que rindió su razón, fue dejado a merced de dos monstruos que no podía calibrar ni controlar: un cuerpo movido por instintos irresponsables y un alma movida por revelaciones místicas; fue dejado como la pasiva víctima de una batalla entre un robot y un dictáfono.
“Y ahora se arrastra entre las ruinas, tanteando ciegamente en busca de sustento; tus maestros le ofrecen la ayuda de una moral que proclama que no encontrará solución y que no debe buscar logros en la Tierra. La existencia real, le dicen, es la que no puede percibir, la verdadera conciencia es la facultad de percibir lo no existente; y si no es capaz de entenderlo, ésa justamente es la prueba de que su existencia es malvada y su conciencia, impotente.
“Como producto de la división del hombre entre alma y cuerpo, hay dos clases de maestros de la Moral de la Muerte: los místicos del espíritu y los místicos del músculo, a los que llamas espiritualistas y materialistas; los que creen en la conciencia sin existencia y los que creen en la existencia sin conciencia. Ambos exigen la rendición de la mente, uno frente a su revelación, el otro frente a sus reflejos. Por más que vociferen ser irreconciliables antagonistas, sus códigos morales son iguales, así como sus objetivos: en lo material la esclavización del cuerpo; en el espíritu, la destrucción de su mente.
“El bien, dicen los místicos del espíritu, es Dios, un ser cuya única definición es que está más allá de los poderes de comprensión del hombre; tal definición invalida la conciencia humana y anula sus conceptos de existencia. El bien, dicen los místicos del músculo, es la Sociedad, una cosa a la que definen como un organismo que no posee forma física, un súper ser no corporizado en nadie en particular y en todos en general, excepto tú. La mente del hombre, dicen los místicos del espíritu, debe estar subordinada a la voluntad de Dios. La mente del hombre, dicen los místicos del músculo, debe ser subordinada a la voluntad de la Sociedad. La medida del valor del hombre, dicen los místicos del espíritu, es la gloria de Dios, cuyos parámetros están por encima del poder de comprensión humano y deben ser aceptados por la fe. La medida del valor del hombre, dicen los místicos del músculo, es el placer de la Sociedad, cuyos parámetros están por encima del derecho de juicio humano y deben ser obedecidos como principios absolutos. El propósito de la vida del hombre, dicen ambos, es convertirse en un zombi abyecto al servicio de una intención que no conoce, por razones que no debe cuestionar. Su recompensa, dicen los místicos del espíritu, le será dada más allá de la tumba. Su recompense, dicen los místicos del músculo, se le dará en la Tierra... a sus tataranietos.
“El egoísmo—dicen ambos- es el mal del hombre. El bien del hombre -dicen ambos- es renunciar a sus deseos personales, negarse a sí mismo, rendirse; el bien del hombre es negar la vida que vive. El sacrificio -sostienen los dos- es la esencia de la moral, la mayor virtud que el hombre puede alcanzar.
“Si eres víctima, no victimario: te estoy hablando frente al lecho de muerte de tu mente, al borde de esas tinieblas en las que te estás ahogando. Si aún queda dentro de ti el poder para intentar aferrarte a esos débiles chispazos que restan de lo que alguna vez has sido, úsalo ahora. La palabra que te ha destruido es ‘sacrificio’. Usa tus últimas fuerzas para comprender su significado. Aún estás vivo. Aún te queda una oportunidad.
“’Sacrificio’ no significa el rechazo de lo vil, sino de lo precioso. ‘Sacrificio’ no significa el rechazo del mal por el bien, sino el rechazo del bien por el mal. ‘Sacrificio’ es la renuncia a lo que uno valora en favor de lo que desprecia. “Si cambiamos un centavo por un dólar, no es un sacrificio; si cambiamos un dólar por un centavo, sí. Si aprendemos una profesión, luego de años de lucha, no es un sacrificio; si luego renunciarnos a ella en favor de otra que nos resulta menos satisfactoria, sí lo es. Si poseemos una botella de leche y se la damos a nuestro hijo hambriento, no es un sacrificio; si se la damos al hijo del vecino y dejamos que el nuestro muera, sí lo es. Si damos dinero para ayudar a un amigo, no es un sacrificio; si se lo damos a un desconocido que no nos importa, sí lo es. Si le damos a un amigo una suma de dinero que podemos afrontar, no es un sacrificio; si le damos más dinero del que podemos, afectando nuestra posición, es, de acuerdo con esta especie perversa de código moral, sólo una virtud parcial; si le damos dinero causando un desastre para nosotros mismos, es la virtud del sacrificio pleno.
“Si renunciamos a todo deseo personal y dedicamos nuestras vidas a aquellos que amamos, no alcanzamos la virtud plena: aún retenemos el valor de nuestro amor. Si dedicamos nuestra vida a desconocidos al azar, ése es un acto de mayor virtud. Si dedicamos la vida a servir a personas que odiamos, ésa es la mayor de las virtudes que podamos practicar.
“Un sacrificio es la renuncia a un valor. El sacrificio total es la renuncia total a todos los valores. Si queremos alcanzar la virtud plena, no debemos esperar gratitud a cambio de nuestro sacrificio, ni elogios, ni amor, ni admiración, ni autoestima, ni siquiera el orgullo de ser virtuoso; la más mínima huella de beneficio diluye nuestra virtud. Si seguimos un curso de acción que no contamina nuestra vida con ninguna alegría, que no nos aporta ningún valor en especie, ni en espíritu, ninguna ganancia, ninguna recompensa... si alcanzamos ese estado de cero absoluto, habremos alcanzado el ideal de perfección moral según el código del sacrificio.
“Te han dicho que la perfección moral es imposible para el hombre y, según tus parámetros, así es. No se puede alcanzar mientras estés vivo, Pero el valor de tu vida y tu persona se mide según cuanto logres aproximarte al cero ideal que es la muerte.
“Sin embargo, si comienzas como un vacío sin pasiones, como un vegetal que busca ser comido, sin valores que rechazar y ningún deseo al cual renunciar, no ganarás la corona del sacrificio. No es un sacrificio renunciar a lo que no se quiere. No es un sacrificio dar la vida por los demás, si la muerte es lo que se desea.
“Para alcanzar la virtud del sacrificio, debes querer vivir; debes amar la vida; debes arder con pasión por esta Tierra y por todo el esplendor que pueda darte; debes sentir el impacto de cada cuchillo que lastima tus deseos y drena el amor de tu cuerpo. El ideal que la moral del sacrificio te presenta no es la mera muerte, sino la muerte lenta por tortura.
“No me digas que todo esto se refiere únicamente a esta vida en la Tierra. No me interesa ninguna otra. Y a ti tampoco.
“Si quieres salvar lo último de tu dignidad, no llames ‘sacrificio’ a tus mejores acciones: esa designación te convierte en un inmoral. Si una madre compra comida para su hijo hambriento antes que un sombrero para ella, eso no es un sacrificio: ella valora al hijo más que al sombrero; pero si es un sacrificio para el tipo de madre para quien el sombrero vale tanto, que preferiría que su hijo padeciese hambre y lo alimenta sólo por sentido del deber. Si un hombre muere peleando por su propia libertad, eso no es un sacrificio: no esta dispuesto a vivir como esclavo; pero si es un sacrificio para el tipo de hombre que está dispuesto a ser esclavo. Si un hombre se niega a vender sus convicciones, eso no es un sacrificio, a menos que sea el tipo de hombre que no tiene convicciones.
“El sacrificio es apropiado para quienes no tienen nada que sacrificar, ni valores, ni reglas, ni juicios, aquéllos cuyos deseos son caprichos irracionales, ciegamente concebidos y fácilmente abandonados. Para una persona de estatura moral, cuyos deseos nacen de valores racionales, el sacrificio es la rendición de lo correcto a lo equivocado, de lo bueno a lo malo.
“El credo del sacrificio es una moral para el inmoral, una moral que declara su propia bancarrota al confesar que no puede infundir ningún interés personal al desarrollo de virtudes y valores; dado que su alma es una cloaca de depravación, debe ser entrenado para sacrificarse. Por su propia confesión, esta moral es impotente para enseñarle a ser bueno y sólo puede someterlo a un constante castigo. ¿Piensas, sumido en un nebuloso estupor, que son sólo valores materiales los que tu moral te exige sacrificar? ¿Y qué crees que son los valores materiales? La materia carece de valor excepto como medio para la satisfacción de los deseos humanos. La materia es sólo una herramienta de los valores humanos. ¿A servicio de qué se te pide que apliques las herramientas materiales que ha producido tu virtud? Al servicio de aquello que tú mismo consideras malo: a un principio que no compartes, a una persona que no respetas, al logro de un propósito opuesto al tuyo... de otra forma, tu ofrenda no es un sacrificio.
“Tu moral te dice que renuncies al mundo material y que divorcies tus valores de la materia. Un hombre cuyos valores no se expresan en forma material, cuya existencia no tiene relación con sus ideales, cuyas acciones contradicen sus convicciones es un hipócrita despreciable... sin embargo, ése es el modelo que obedece a tu moral y separa sus valores de la materia. El hombre que ama a una mujer, pero duerme con otra; el que admira el talento de un trabajador, pero contrata a otro; el que considera que una causa es justa, pero dona su dinero para financiar otra; el que tiene altos parámetros de calidad, pero dedica su esfuerzo a la producción de basura; ésos son los que han renunciado a lo material los que creen que los valores de su espíritu no pueden ser plasmados en la realidad material.
“¿Dices que esos hombres han renunciado al espíritu? Sí, por supuesto. No se puede tener uno sin el otro. Somos entidades indivisibles de materia y conciencia. Renuncia a tu conciencia y te transformarás en un bruto. Renuncia a tu cuerpo y te transformarás en una farsa. Renuncia al mundo material y se lo estarás entregando al mal.
“Y ése es precisamente el objetivo de tu moral, el deber que tu código exige. Bríndate a lo que no disfrutas; sirve a lo que no admiras; sométete a lo que consideras malo; rinde el mundo a los valores de otros; niega, rechaza, renuncia a tu yo. Tu yo es tu mente: renuncia a ella, y te convertirás en un pedazo de carne, listo para ser devorado por cualquier caníbal.
“Es tu mente lo que quieren que entregues todos los que predican el credo del sacrificio, cualquiera sea su denominación o motivos, tanto si lo exigen por el bien de tu espíritu o de tu cuerpo, tanto si te prometen otra vida en el paraíso o la panza llena en esta Tierra. Los que empiezan diciendo: ‘Es egoísta perseguir tus propios deseos, debes sacrificarlos por los deseos de otros’, terminan: ‘Es egoísta sostener tus propias convicciones, debes sacrificarlas por las convicciones de otros’.
“Lo cierto es que lo más egoísta que existe es la mente independiente que no reconoce autoridad alguna por encima de sí misma, ni valor mayor que su propio juicio de verdad. Se te pide que sacrifiques tu integridad intelectual, tu 1ógica, tu razón, tu concepción de verdad... para convertirte en una prostituta cuyo ideal es el mayor bien para el mayor número.
“Si apelas a su código para que te guíe en la pregunta: ‘¿Qué es el bien?’, la única respuesta que encontrarás será: ‘El bien de los demás’. El bien es cualquier deseo de los otros, cualquier cosa que creas que ellos desean, o cualquier cosa que creas que deberían desear.
“’El bien de los demás’ es una fórmula mágica que transforma cualquier cosa en oro, una fórmula que debe ser recitada como garantía de gloria moral y como justificativa de cualquier acción, incluso la masacre de un continente. Tu paradigma de virtud no es un objeto, ni una acción, ni un principio, sino una intención. Tú no necesitas pruebas, ni razones, ni éxito; no necesitas alcanzar en los hechos el bien de los demás: todo lo que necesitas es saber que el motivo fue el bien de los demás, no el propio. Tu única definición del bien es una negación: el bien es el ‘no bien para mí’.
“Tu código -que se jacta de sostener valores morales eternos, absolutos, objetivos, y que desprecia lo condicional, lo relativo, lo subjetivo- formula, como su versión de lo absoluto, la siguiente regla de conducta moral: si deseas algo, eso es malo; si otros lo desean, es bueno; si el motivo de tu acción es tu propio bienestar, no lo hagas; si el motivo es el bienestar de otros, entonces todo vale.
“De la misma manera que esta moral de doble sentido y dobles valores te separa en dos, también separa a la humanidad en dos campos enemigos: uno eres tú, el otro es el resto de la humanidad. Tú eres el único para quien no tienes derecho a querer vivir. Tú eres el único sirviente; los demás son los amos; tú eres el único que da, los demás son los que reciben; tú eres el eterno deudor; los demás son los acreedores a quienes nunca será posible satisfacer. No debes cuestionar su derecho a tu sacrificio, ni la naturaleza de sus deseos y sus necesidades: su derecho les ha sido conferido por una negación, por el hecho de que ellos son ‘no-tú’.
“Si te haces preguntas, tu código te brinda un premio consuelo, y a la vez una trampa: es por tu propia felicidad, dice, que debes servir a la felicidad de otros; la única forma de alcanzar tu dicha es cedérsela a otros; la única forma de alcanzar tu prosperidad es entregar tu fortuna a otros; la única forma de proteger tu vida es proteger a todos excepto a ti mismo... y si no encuentras felicidad en este proceder, es tu culpa y prueba de tu maldad; si fueras bueno, encontrarías felicidad brindando un banquete a los otros, y tu dignidad subsistiendo gracias a las migajas que ellos te arrojen. “Pero tú, que no tienes escala de autoestima, aceptas la culpa y no te atreves a hacer preguntas. Conoces la respuesta implícita, aunque rehúsas admitir lo que ves: la premisa oculta que mueve tu mundo. Lo sabes, no como una declaración honesta, sino como una oscura incomodidad interior, mientras vacilas torpemente entre el engaño culposo y la práctica a regañadientes de un principio demasiado vil para ser nombrado.
“Yo, que no acepto lo no ganado, ni en valores ni en culpa, estoy aquí para hacer las preguntas que evades: ¿Por qué es moral servir a la felicidad ajena, pero no a la propia? Si el goce es un valor, ¿por qué es moral cuando lo experimentan otros e inmoral cuando lo experimentas tú mismo? Si la sensación de comer un pastel es un valor, ¿por qué es inmoral en tu estómago, pero moral en el estómago de otros? ¿Por qué es inmoral para ti desear, pero moral si lo hacen otros? ¿Por qué es inmoral producir un valor y conservarlo, pero es moral regalarlo? Y si no es moral que conserves ese valor, ¿por qué es moral que otros lo acepten? Si uno es generoso y virtuoso al darlo, ¿no son ellos egoístas y viciosos al aceptarlo? ¿Acaso la virtud consiste en servir al vicio? ¿La autoinmolación en beneficio de los malvados es el propósito moral de los buenos?
“La respuesta que eludes, la respuesta monstruosa es: no, los que reciben no son malvados, siempre y cuando no hayan ganado el valor que les das. No es inmoral para ellos aceptarlo, siempre y cuando sean incapaces de producirlo, incapaces de merecerlo, incapaces de darte ningún valor a cambio. No es inmoral para ellos disfrutarlo, siempre y cuando no lo obtengan por derecho.
“Ése es el núcleo secreto de tu credo, la otra mitad de tu doble escala: es inmoral vivir por tu propio esfuerzo, pero es moral vivir por el esfuerzo de otros; es inmoral consumir tu propio producto, pero es moral consumir el producto de otros; es inmoral ganar, pero es moral vivir a costa de los demás; los parásitos son la justificación moral para la existencia de los productores, pero la existencia de los parásitos es un fin en sí misma; es malo obtener ganancias mediante logros, pero es bueno beneficiarse del sacrificio ajeno; es malo construir la propia felicidad, pero es bueno disfrutarla al precio de la sangre ajena.
“Tu código divide a la humanidad en dos castas y te ordena vivir según reglas opuestas: aquellos que pueden desearlo todo y aquellos que no pueden desear nada, los elegidos y los condenados, los pasajeros y los conductores, los que comen y los que son comidos. ¿Qué parámetro determine tu casta? ¿Qué clave te permite el ingreso a la elite moral? La clave es la ausencia de valor. Sea cual fuere el valor de que se trate, es su falta lo que te otorga un derecho sobre los que lo tienen. Es tu necesidad lo que te da derecho a reclamar recompensas. Si eres capaz de satisfacer tu necesidad, tu habilidad anula tu derecho a satisfacerla. Pero una necesidad que eres incapaz de satisfacer te da un derecho fundamental sobre las vidas de otros.
“Si tienes éxito, algún fracasado será tu dueño; si fracasas, algún triunfador será tu siervo. Tanto si tu fracaso es justo como si no lo es, tanto si tus deseos son racionales como si no lo son, tanto si tu infortunio es inmerecido como si es el resultado de tus vicios, es justamente este infortunio lo que te da derecho a recompensas. Es el sufrimiento, independientemente de su naturaleza o causa, el sufrimiento como axioma absoluto, lo que te da una hipoteca sobre todo lo que existe.
“Si curas tu sufrimiento mediante tu propio esfuerzo, no recibirás ningún crédito moral: tu código lo desprecia como un acto de egoísmo. Cualquiera sea el valor que pretendes adquirir -sea riqueza, comida, amor, o derechos-, si lo adquieres por medio de tu virtud, tu código no lo considera un acto moral: no le habrás ocasionado una pérdida a nadie, es comercio, no una limosna; un pago, no un sacrificio. Lo merecido pertenece al mundo egoísta y comercial del beneficio mutuo; sólo lo inmerecido implica esa transacción moral que consiste en la ganancia para uno a costa del desastre para otro. Exigir recompensas por tu virtud es egoísta e inmoral; es la falta de virtud lo que transforma esa exigencia en un derecho moral.
“Una moral que considera la necesidad como fuente de derecho, coloca al vacío, a la no-existencia, como su parámetro de valor; recompensa una ausencia, una derrota: debilidad, ineptitud e incompetencia, sufrimiento, enfermedad, desastre, falta, error, defecto... cero.
¿Quién debe satisfacer esas exigencias? Aquellos que son condenados por no ser un cero, cada uno según la distancia a ese ideal. Como todos los valores son producto de virtudes, el grado de tu virtud es la medida de tu castigo; el grado de tus defectos es la medida de tu recompensa. Tu código declara que el hombre racional debe sacrificarse al irracional, el independiente al parásito, el honesto al deshonesto, el justo al injusto, el productivo al ladrón y el holgazán, el íntegro al oportunista descarado, y el que se autoestima, al neurótico llorón. ¿Te extraña la maldad en el alma de los que te rodean? El hombre que alcance esas virtudes no aceptará tu código moral; el que acepte tu código moral no alcanzará esas virtudes.
“Bajo una moral de sacrificio, el primer valor que sacrificas es la moralidad; el siguiente es la autoestima. Cuando la medida es la necesidad, toda persona es a la vez víctima y parásito. Como victima, debe trabajar para satisfacer las necesidades de otros, quedando luego como parásito, cuyas necesidades deben ser satisfechas por los demás. No puede relacionarse con su prójimo excepto representando uno de estos dos papeles desgraciados: el de mendigo o el de imbécil sanguijuela.
“Temes al hombre que tiene un dólar menos que tú, porque ese dólar es suyo por derecho y é1 te hace sentir como un estafador moral. Odias al hombre que tiene un dólar más que tú, porque ese dólar es tuyo por derecho y te hace sentir moralmente estafado. El hombre que está por debajo es la fuente de tu culpa; el hombre que está por arriba es la fuente de tu frustración.
“No sabes qué ceder y qué exigir, cuándo dar y cuándo tomar, qué placeres de la vida te corresponden por derecho y qué deuda tienes con los otros; luchas por escapar, calificando como ‘teoría’ al conocimiento de que, por el parámetro moral que has aceptado, serás culpable en cada instante de tu vida, no habrá pan que te lleves a la boca que no sea necesitado por otra persona en alguna parte de la Tierra; entonces desestimas el problema en un resentimiento ciego y concluyes que la perfección moral no puede ser alcanzada ni deseada, que te arrastrarás por la vida como puedas, evitando los ojos de los jóvenes, que te miran como si la autoestima fuera posible y esperan que tú la poseas. Culpa es todo lo que retienes en tu alma, al igual que todo hombre que al pasar cerca de ti evita tu mirada. ¿Te preguntas por qué tu moral no ha traído la hermandad a la Tierra o la buena voluntad del hombre hacia el hombre?
“La justificación del sacrificio que tu moral propone es más corrupta que la corrupción que intenta justificar. El motivo de tu sacrificio, te dice, debe ser el amor, el amor indiscriminado que debes sentir por todas y cada una de las personas. La misma moral que profesa que los valores del espíritu son más preciosos que la material que te enseña a despreciar a una prostituta que entrega su cuerpo indiscriminadamente a todos los hombres, te exige que entregues tu alma a un amor promiscuo con cualquiera.
“Así como no puede haber riqueza sin causa, tampoco puede haber amor sin causa o cualquier clase de emoción sin causa. Una emoción es una respuesta a un hecho de la realidad, una estimación dictada por tus parámetros. Amar es valorar. Quien diga que es posible valorar sin valores, amar a quienes consideramos despreciables, también sostendrá que es posible hacerse rico consumiendo sin producir y que el papel moneda es tan valioso como el oro.
“Observa que ese hombre no espera que sientas un miedo sin causa. Cuando los de su calaña obtienen el poder, se vuelven expertos en la elaboración de métodos de terror, en darte buenos motivos para someterte al temor mediante el cual te gobiernan. Pero cuando se trata de amor, la más elevada de las emociones, les permites que te acusen a los gritos de delincuente moral por ser incapaz de sentir amor sin causa. Cuando un hombre injustificadamente tiene miedo lo llevas a un psiquiatra; pero no tienes tanto cuidado cuando se trata de proteger el significado, la naturaleza y la dignidad del amor.
“El amor es la expresión de los propios valores, la mayor recompense que podemos ganar por las cualidades morales que hemos cultivado en nuestra persona y en nuestro carácter, el precio emocional que pagarnos por el placer que recibimos de las virtudes de otros seres humanos. Tu moral te exige que divorcies el amor de los valores y que se lo des a cualquier vagabundo, no como contrapartida de su valor, sino como contrapartida de su necesidad; no como recompensa, sino como limosna; no como pago por sus virtudes, sino como un cheque en blanco para sus vicios. Tu moral afirma que el propósito del amor es liberarte de las obligaciones de la moral, que el amor es superior al juicio moral; que el verdadero amor trasciende, perdona y sobrevive cualquier tipo de maldad, y cuanto mayor es el amor, mayor es la depravación que permite al amado.
“Amar a alguien por sus virtudes es mezquino y humano, te dicen; amarlo por sus errores es divino. Amar a quienes lo merecen es egoísta; amar a quienes no lo merecen es sacrificio. Les debes tu amor a aquellos que no lo merecen, y cuanto menos lo merecen, más amor les debes; cuanto más despreciable es el objeto, más noble es tu amor; cuanto menos exigente sea tu amor, mayor será tu virtud; y si puedes hacer de tu alma un depósito de basura que acoja cualquier cosa por igual, si puedes dejar de estimar los valores morales, entonces habrás alcanzado el estado de perfección moral.
“Tal es tu moral del sacrificio y tales son los ideales que ofrece: hacer del cuerpo un chiquero y del espíritu un albañal.
”Ése era tu objetivo... y lo has alcanzado. ¿Por qué lloriqueas ahora, quejándote de la impotencia del hombre y de la futilidad de las aspiraciones humanas? ¿Quizás porque fuiste incapaz de tener éxito buscando la destrucción? ¿Quizás porque no pudiste encontrar felicidad adorando al dolor? ¿0 quizás porque no pudiste vivir con la muerte como paradigma de valor?
“Tu habilidad para vivir fue el grado de tu habilidad para violar tu código moral; sin embargo crees que aquellos que lo predican son los amigos de la humanidad, te maldices y no te atreves a cuestionar sus motivos o metas. Míralos ahora, al enfrentar tu última elección; y si eliges perecer, hazlo con el total conocimiento de la facilidad con que un enemigo tan pequeño se ha apropiado de tu vida.
“Los místicos de ambas escuelas, que predican el credo del sacrificio, son gérmenes que atacan a través de una única herida: tu temor a confiar en la mente. Te dicen que poseen un medio de conocimiento superior a la mente, un modo de conciencia superior a la razón, como si tuvieran un contacto especial con algún burócrata del universo que les diera información secreta. Los místicos del espíritu declaran poseer un sentido extra, del que careces: este sexto sentido especial consiste en contradecir la totalidad del conocimiento brindado por los otros cinco. Los místicos del músculo no gastan esfuerzo en proponer ninguna percepción extrasensorial: simplemente declaran que tus sentidos no son válidos, y que su sabiduría consiste en percibir tu ceguera de alguna manera no especificada. Ambos exigen que invalides tu conciencia y te entregues a su poder. Te ofrecen, como prueba de su conocimiento superior, el hecho de que sostienen lo contrario a todo lo que conoces, y como prueba de su habilidad superior para manejar la existencia, el hecho de que te conducen a la miseria, al autosacrificio, la inanición, y la destrucción.
“Ellos aseguran que perciben un modo de ser superior a tu existencia en este mundo. Los místicos del espíritu lo llaman ‘otra dimensión’, que consiste en la negación de las dimensiones. Los místicos del músculo lo llaman ‘el futuro’, que consiste en la negación del presente. Existir es poseer identidad. ¿Qué identidad le pueden dar a su reino superior? Siempre hablan de lo que no es, pero nunca de lo que es. Todas sus identificaciones consisten en negar: Dios es aquello que ninguna mente humana puede conocer, dicen, y pretenden que tú llames ‘conocimiento’ a eso. Dios es no-hombre, el paraíso es no-mundo, el alma es no-cuerpo, la virtud es no-lucro. A es no-A, la percepción es no-sensorial, el conocimiento es no-razón. Sus definiciones no son actos de definir, sino de eliminar.
“Só1o la metafísica de una sanguijuela se aferrará a la idea de un universo donde un cero es el modelo de identificación. Una sanguijuela que quisiera escapar de la necesidad de dar nombre a su naturaleza, escapar de la necesidad de saber que la sustancia con la que construye su universo privado es sangre. ¿Cuál es la índole de ese mundo superior al cual sacrificas el mundo existente? Los místicos del espíritu maldicen a la materia, los místicos del músculo maldicen al lucro. Los primeros desean que los hombres obtengan beneficios renunciando a la Tierra, los otros desean que los hombres hereden la Tierra renunciando a todo beneficio. Sus mundos inmateriales y sin lucro son reinos con ríos plenos de leche y café, donde el vino brota de las rocas a su antojo, donde los pasteles caen sobre ellos desde las nubes al único precio de abrir la boca. En este mundo material de persecución de lucro, se requiere una enorme inversión de virtud: de inteligencia, integridad, energía y habilidad para construir un ferrocarril que nos transporte tan sólo un kilómetro; en su mundo inmaterial y sin lucro, viajan de planeta en planeta con sólo desearlo. Si una persona honesta les pregunta: ‘¿Cómo?’, ellos contestarán con desdén que el ‘cómo’ es un concepto de un vulgar materialista; el concepto para espíritus superiores es: ‘De alguna manera’. En este mundo, restringido por la materia y el lucro, las recompensas se logran mediante el pensamiento; en un mundo libre de este tipo de restricciones, las recompensas se alcanzan con sólo desearlas.
“Ése es su vil secreto. El secreto de todas sus filosofías esotéricas, de todas sus dialécticas y suprasentidos, de sus miradas evasivas y sus palabras enredadas; el secreto por el cual destruyeron civilización, lenguaje, industrias y vidas; el secreto por el cual perforan sus ojos y tímpanos, pulverizan sus sentidos, ponen sus mentes en blanco. El propósito por el cual disuelven los absolutos de la razón, la 1ógica, la materia la existencia, la realidad... es erigir sobre ese velo de plástico un único absoluto sagrado: su Deseo.
“La restricción de la que buscan escapar es la ley de identidad. La libertad que buscan es liberarse del hecho de que A continuará siendo A, sin que importen sus lagrimas o sus berrinches; que un río no les traerá leche, no importa cuánta sea su hambre; que el agua no correrá cuesta arriba a pesar de lo bueno que resultaría si lo hiciera, y si la quieren subir a la azotea de un rascacielos, deben hacerlo mediante un proceso de pensamiento y trabajo en el cual importa la naturaleza de un centímetro de cañería, pero no importan sus sentimientos: sus sentimientos son impotentes para alterar el curso de una simple partícula de polvo en el aire, o la naturaleza de cualquier acción que hayan cometido.
“Aquellos que te dicen que el hombre es incapaz de percibir una realidad no distorsionada por sus sentidos, quieren decirte que no desean percibir una realidad no distorsionada por sus sentimientos. ‘Las cosas como son’ son las cosas percibidas por tu mente; divórcialas de la razón, y se convertirán en cosas percibidas por tus deseos.
“No es posible una rebelión honesta contra la razón, y cuando aceptas cualquier parte de su credo, tu motivo es lograr algo que la razón no te permitiría alcanzar. La libertad que buscas es libertad del hecho de que si tu riqueza la hiciste robando, eres un ladrón, no importa cuánto dones a la caridad o cuántas plegarias recites; que si te acuestas con prostitutas, no eres un marido digno, no importa cuán ansiosamente sientas amar a tu mujer a la mañana siguiente; que eres una entidad, no una serie de pedazos al azar dispersos en un universo en el que nada te une y nada te compromete, el universo de una pesadilla infantil donde las identidades cambian sin cesar, donde el malvado y el héroe son reversibles en forma arbitraria; de que eres un hombre, de que eres un individuo, de que eres. “No importa con cuánto ímpetu declares que la meta de tus deseos místicos es una forma superior de vida, la rebelión contra la identidad es el deseo de la no existencia. El deseo de ser nada es el deseo de no ser.
“Tus maestros, los místicos de las dos escuelas, han revertido la causalidad en sus conciencias, y ahora luchan por revertirla en la existencia. Interpretan sus emociones como una causa, y su mente como un efecto pasivo. Convierten sus emociones en herramientas para percibir la realidad. Fijan sus deseos como principios irreductibles, como un hecho que invalida a todos los hechos. Un hombre honesto no desea hasta que ha identificado al objeto de sus deseos. Dice: ‘Es, entonces lo deseo’. Ellos dicen: ‘Lo deseo, por lo tanto es’.
“Tratan de falsear el axioma de la existencia y la conciencia, quieren que su conciencia no sea un instrumento de percepción sino de creación de la existencia, y que la existencia no sea el objeto sino el sujeto de su conciencia; quieren ser ese Dios que crearon a su imagen y semejanza, que funda un universo de la nada mediante un capricho. Pero la realidad no se puede falsificar: lo que obtienen es lo opuesto a lo que desean. Quieren poder absoluto sobre su existencia; en lugar de ello, pierden el poder de su conciencia. Al rechazar el conocimiento, se condenan al horror de la ignorancia perpetua.
“Esos deseos irracionales que te llevaron a su credo, esas emociones que adoras como a un ídolo, en cuyo altar sacrificas a la Tierra, esa oscura pasión incoherente dentro de ti, que interpretas como la voz de Dios o de tus glándulas, no es más que el cadáver de tu mente. Una emoción que choca con tu razón; una emoción que no puedes explicar ni controlar es sólo la carroña de esa manera de pensar trasnochada que prohibiste a tu mente revisar.
“Cuando cometiste la maldad de negarte a pensar y ver; de eximir del absoluto de la realidad algún minúsculo deseo tuyo; cuando elegiste decir: ‘Permítanme quitar del juicio de la razón a esas galletitas que he robado o la existencia de Dios; déjenme tener mi pequeño capricho irracional y seré razonable respecto a todo lo demás’, subvertiste tu conciencia, y corrompiste tu mente. Tu mente entonces se transformó en un jurado sobornado que recibe órdenes de un submundo secreto, cuyo veredicto distorsiona la evidencia, para que se ajuste a un absoluto que no se atreve a tocar. El resultado es una realidad censurada, una realidad fracturada, donde los fragmentos que escogiste ver flotan en el vacío de todo aquello que preferiste ignorar, sostenidos por ese fluido embalsamador de la mente: la emoción exenta de pensamiento.
“Los lazos que intentas destruir son conexiones causales. El enemigo al que tratas de derrotar es la ley de la causalidad: la que no permite milagros. La ley de la causalidad es la ley de identidad aplicada a la acción. Todas las acciones son causadas por entidades. La naturaleza de una acción es causada y determinada por la naturaleza de las entidades que actúan; una cosa no puede actuar en contradicción con su naturaleza. Una acción no causada por una entidad seria causada por la nada, lo que significaría que la nada podría controlar a algo: una no-entidad controlando a una entidad, la no-existencia controlando lo existente; o sea el universo deseado por tus maestros; la causa de tus doctrinas de acción sin causa, la razón de tu revolución contra la razón, la meta de la moral que predicas, tu política, tu economía, el ideal por el que has luchado: el reinado del cero.
“La ley de identidad no te permite tener el pastel y comértelo. La ley de causalidad no te permite comer el pastel antes de tenerlo. Pero si ahogas ambas leyes en el vacío de tu mente, si finges ante ti mismo y ante los demás que no ves, entonces puedes intentar proclamar tu derecho a comer tu pastel hoy, y el mío mañana; puedes predicar que la forma de tener un pastel es comérselo primero, antes de hornearlo; que la forma de producir es comenzar por consumir; que todos los que desean tienen el mismo derecho a todas las cosas, ya que nada es causado por nada. El corolario de lo no ganado en lo material, es lo no ganado en lo espiritual.
“Siempre que te rebelas contra la causalidad, tu motivo es el deseo fraudulento, no de huir de ella, sino peor: de revertirla. Quieres amor no ganado, como si el amor -el efecto- te pudiera dar valor personal -la causa-; quieres admiración no ganada, como si la admiración -el efecto- te pudiera dar virtud -la causa-; quieres riqueza no ganada, como si la riqueza -el efecto- te pudiera dar habilidad -la causa-; imploras por misericordia, misericordia, no justicia, como si un perdón no ganado pudiera borrar la causa de tu súplica. Y para que funcionen tus farsas mezquinas y lamentables, apoyas las doctrinas de tus maestros, que andan por todos lados proclamando que gastar -el efecto- crea riqueza -la causa-; que la maquinaria -el efecto- crea inteligencia -la causa-; que tus deseos sexuales -el efecto- crean tus valores filosóficos -la causa-. ¿Quién paga por la orgía? ¿Quién causa lo que no tiene causa? ¿Quiénes son las victimas condenadas a quedarse sin reconocimiento y a perecer en silencio, no sea que su agonía perturbe tu pretensión de que no existen? Somos nosotros, nosotros, los hombres de mente.
“Nosotros somos la causa de todos los valores que codicias, nosotros, que realizamos el proceso de pensar, que es el proceso de definir la identidad y descubrir las conexiones causales. Nosotros te enseñamos a conocer, a hablar, a producir, a desear, a amar. Tú, que abandonas la razón, si no fuera por nosotros que la preservamos, no serías capaz de satisfacer, ni siquiera de concebir, tus deseos. No serías capaz de desear la ropa que no hubiera sido confeccionada, el automóvil que no hubiera sido inventado, el dinero que no hubiera sido ideado como intercambio por bienes que no hubieran existido, la admiración que no hubiera sido experimentada por hombres sin logros, el amor que pertenece y corresponde sólo a aquellos que preservan su capacidad de pensar, de elegir, de valorar.
“Tú que saltas como un salvaje desde la jungla de los sentimientos a la Quinta Avenida de nuestra Nueva York, y proclamas que quieres mantener la luz eléctrica, pero quieres destruir los generadores, utilizas nuestra riqueza mientras nos destruyes; son nuestros valores los que utilizas mientras nos maldices; es nuestro lenguaje el que usas, mientras niegas la mente.
“Del mismo modo que tus místicos del espíritu inventaron su paraíso a imagen de nuestra Tierra, omitiendo nuestra existencia, y te prometieron recompensas creadas por milagro a partir de la no-materia, tus modernos místicos del músculo omiten nuestra existencia y te prometen un paraíso en el que la materia se forma a sí misma por su propia voluntad sin causa, para conformar todas las recompensas deseadas por tu no-mente.
“Durante siglos los místicos del espíritu existieron gracias a un negocio de protección mafiosa: haciendo insoportable la vida en la Tierra, y luego cobrando por consolarte y aliviarte; prohibiendo todas las virtudes que hacen posible la existencia, para cabalgar sobre los hombros de tu culpa; declarando que la producción y la alegría son pecados, y luego recolectando las extorsiones a los pecadores. Nosotros, los hombres de la mente, fuimos las víctimas anónimas de su credo; nosotros, que quisimos romper su código moral y estuvimos dispuestos a llevar a cuestas la maldición por el pecado de la razón; nosotros, que pensamos y actuamos, mientras ellos deseaban y rezaban; nosotros, que fuimos parias morales; nosotros, los propulsores de la vida cuando la vida se consideraba un crimen, mientras se regodeaban en la gloria moral por la virtud de superar la codicia material y distribuir en desprendida caridad los bienes materiales producidos por... la nada.
“Ahora estamos encadenados y obligados a producir por salvajes que ni siquiera nos conceden la identificación de pecadores; por salvajes que proclaman que no existimos, y luego amenazan con quitarnos la vida que no poseemos, si no les proveemos de los bienes que no producimos. Ahora se espera que continuemos operando los ferrocarriles y que sepamos con exactitud el minuto en que un tren va a llegar luego de cruzar todo un continente; se espera que continuemos operando las fundiciones de acero y que conozcamos la estructura molecular de cada partícula de metal en los cables de tus puentes y en el fuselaje de los aviones que te llevan por el aire, mientras las tribus de tus pequeños y grotescos místicos del músculo pelean por la carroña del cadáver de nuestro mundo, mascullando en sonidos de no-lenguaje que no hay principios, ni absolutos, ni conocimiento, ni mente.
“Cayendo por debajo del nivel de un salvaje que cree que las palabras mágicas que pronuncia tienen el poder de alterar la realidad, ellos creen que la realidad puede ser alterada por el poder de las palabras que no pronuncian; su herramienta mágica es el vacío, la pretensión de que nada puede tener existencia en contra del hechizo de su rechazo a identificarlo.
“Tal como alimentan sus cuerpos con riqueza robada, así alimentan su mente con conceptos robados, y proclaman que la honestidad consiste en negarse a saber que están robando. Así como utilizan los efectos mientras niegan las causas, utilizan también nuestros conceptos, negando su raíz y su existencia. Así como buscan no construir, sino apropiarse de las instalaciones industriales construidas por otros, también buscan no pensar, sino apropiarse del pensamiento de otros. “Así como proclaman que el único requerimiento para operar una fábrica es la habilidad para mover las palancas de las máquinas, e ignoran la cuestión de quién creó la fábrica, también proclaman que no hay entidades, que nada existe salvo el movimiento, e ignoran el hecho de que el movimiento presupone la cosa que se mueve, que sin el concepto de entidad, no puede haber un concepto tal como ‘movimiento’. Así como proclaman su derecho a consumir lo no ganado, e ignoran la cuestión de quién lo produjo, así proclaman que no hay ninguna ley de identidad, que nada existe salvo el cambio, e ignoran el hecho de que cambio presupone un concepto estable acerca de qué cosa es la que cambia, qué cosa es la que cambia de lo que es en principio a lo que termina siendo al fin, de que sin la ley de identidad no es posible el concepto de ‘cambio’.
“Así como roban a un industrial al negarle su valor, así buscan apropiarse de toda la existencia mientras niegan que la existencia existe.
“Pregonan: ‘Sabemos que no sabemos nada’, oscureciendo el hecho de que están postulando conocimiento; ‘No hay absolutos’, pregonan, ignorando el hecho de que están expresando un absoluto; ‘Uno no puede probar que existe o que es consciente’, pregonan, ignorando el hecho de que prueba presupone existencia, conciencia y una complicada cadena de conocimiento: la existencia de algo que conocer, de una conciencia capaz de conocerlo, y de un conocimiento que ha aprendido a distinguir entre conceptos tales como lo probado y lo no probado.
“Cuando un salvaje que no ha aprendido a hablar declara que la existencia debe ser probada, está pidiendo que se le demuestre mediante la no-existencia; cuando declara que su conciencia debe ser probada, está pidiendo que ésta se le demuestre mediante la inconciencia. El salvaje pide que entremos en un vacío fuera de la existencia y la conciencia para darle prueba de ambos; pide que nos convirtamos en un cero para adquirir conocimiento sobre el cero.
“Cuando declara que un axioma es una cuestión de elección arbitraria y elige no aceptar el axioma de que é1 existe, ignora el hecho de que ha aceptado su existencia al formular esa misma frase, que la única forma de rechazar su existencia es cerrando la boca, no proponiendo ninguna teoría y muriendo.
“Un axioma es una afirmación que identifica la base del conocimiento y de cualquier otra sucesiva afirmación relacionada con ese conocimiento, una afirmación necesariamente contenida en todas las demás, tanto si un interlocutor particular decide identificarlo como si no lo hace. Un axioma es una proposición que derrota a sus oponentes mediante el hecho de que ellos deben aceptarlo y utilizarlo en el proceso de intentar negarlo. Só1o deja que el cavernícola que no quiere aceptar el axioma de identidad intente presentar su teoría sin utilizar el concepto de identidad o cualquier otro concepto derivado de é1; deja que el antropoide que no quiere aceptar la existencia de sustantivos, intente inventar un lenguaje sin sustantivos, adjetivos o verbos; deja que el médico brujo que no quiere aceptar la validez de la percepción sensorial, intente demostrar su invalidez sin utilizar los datos que obtiene mediante sus sentidos; deja que el cazador de cabezas que no quiere aceptar la validez de la 1ógica, intente demostrarlo sin utilizar 1ógica; deja que el pigmeo que proclama que un rascacielos no necesita cimientos después que alcanzó la altura de cincuenta pisos, arranque los cimientos de su edificio, no del nuestro; deja que al caníbal gruña que la libertad de la mente humana fue necesaria para crear una civilización industrial, pero no es necesaria para mantenerla, déjalo con arco y flechas y una piel de oso, pero no con una cátedra de economía en la universidad.
“¿Crees que ellos te llevan a épocas oscuras del pasado? Te están llevando a tiempos más oscuros que ninguno en tu historia. Su meta no es la era previa a la ciencia, sino la previa al lenguaje. Su propósito es privarte del concepto del que dependen la mente, la vida y la cultura del hombre: el concepto de una realidad objetiva. Identifica el desarrollo de una conciencia humana, y conocerás el propósito de su credo.
“Un salvaje es un ser que no ha comprendido que A es A y que la realidad es real. Ha detenido su mente en el nivel de un bebé, en el estado en el que una conciencia adquiere la percepción sensorial inicial y aún no ha aprendido a distinguir objetos sólidos. Para un bebé el mundo es una mancha en movimiento, sin cosas que se muevan, y el nacimiento de su mente ocurre el día en que se da cuenta de que esa mancha que se mueve ante é1 es su madre, y que aquella otra detrás de la madre es una cortina, que las dos son entidades sólidas y que ninguna de ellas puede convertirse en la otra, que son lo que son, que existen. El día en que comprende que la materia no tiene voluntad propia es el día en que entiende que él sí la tiene, y ése es su nacimiento como ser humano. El día en que comprende que el reflejo que ve en un espejo no es un engaño, que es real, pero no es é1; que el espejismo que ve en un desierto no es un engaño, que el aire y los rayos de luz que lo causan son reales, pero no es una ciudad, sino un reflejo que parece una ciudad; el día en que comprende que é1 no es un receptor pasivo de las sensaciones de cualquier momento dado, que sus sentidos no lo proveen de conocimiento automático en fragmentos separados e independientes del contexto, sino que solamente le brindan el material de conocimiento que su mente debe aprender a integrar; el día en que entiende que sus sentidos no pueden engañarlo, que los objetos físicos no pueden actuar sin causas, que sus órganos de percepción son físicos y no tienen volición, ni poder para inventar o distorsionar, que la evidencia que le brindan es un absoluto, pero su mente debe aprender a entenderla, descubrir la naturaleza, las causas, el contexto completo de su material sensorial, identificar las cosas que percibe, ése es el día de su nacimiento como pensador y científico.
“Nosotros hemos alcanzado ese día; tú has elegido alcanzarlo parcialmente; un salvaje nunca lo alcanza.
“Para un salvaje, el mundo es un lugar de milagros ininteligibles donde para la materia inanimada todo es posible y nada es posible para él. Su mundo no es lo desconocido, sino ese horror irracional: lo incognoscible. Cree que los objetos físicos poseen una voluntad misteriosa, y son movidos por caprichos impredecibles y sin causa, mientras que él es un peón indefenso a merced de fuerzas fuera de su control.
“El salvaje cree que la naturaleza está regida por demonios omnipotentes para quienes la realidad es un juguete, que pueden transformar su cazuela de comida en una víbora, y a su esposa en un escarabajo en cualquier momento; que el mundo es un lugar donde la A que nunca ha descubierto puede ser cualquier no-A que ellos quieran, donde el único conocimiento que posee es que no debe intentar conocer. No puede contar con nada, sólo puede desear, y se pasa la vida deseando, suplicando a sus demonios que le otorguen sus deseos por el poder arbitrario de su voluntad, dándoles el crédito cuando logra lo que quiere y considerándose culpable cuando no, ofreciéndoles sacrificios de gratitud y sacrificios de culpa, arrastrándose con temor y adoración hacia el Sol, la Luna, el viento, la lluvia y hacia cualquier sinvergüenza que se declare a sí mismo su vocero, siempre que sus palabras sean incomprensibles y su máscara suficientemente aterradora; é1 desea, suplica, se arrastra, y muere, dejándonos como prueba de su visión de la vida la monstruosidad distorsionada de sus ídolos, parte hombre, parte animal, parte insecto: la materialización del mundo de no-A.
“El estado intelectual de este salvaje es el de tus maestros modernos, y su mundo es el mundo al cual ellos quieren llevarte.
“Si te preguntas de qué manera piensan hacerlo, entra en cualquier aula y escucharás a los profesores enseñándole a tus hijos que el hombre no puede estar seguro de nada, que su conciencia no tiene validez alguna, que no puede aprender los hechos ni las leyes de la existencia, que es incapaz de conocer una realidad objetiva. ¿Cuál es, entonces, su modelo de conocimiento y verdad? Cualquier cosa que crean los demás, será su respuesta. No hay conocimiento, enseñan, sólo hay fe: el conocimiento de que existimos es solamente un acto de fe, tan válido como la fe de cualquiera en su derecho a matarte; los axiomas de la ciencia son un acto de fe, no más legítimos que la fe de un místico en la revelación; la creencia de que la luz eléctrica puede ser producida por un generador es un acto de fe, igual de válido que la creencia de que puede ser producida por una pata de conejo besada debajo de una escalera en una noche de cuarto menguante; la verdad es lo que la gente quiere que sea, y la gente son todos menos tú; la realidad es lo que la gente decide que es, no hay hechos objetivos, sólo hay deseos arbitrarios de la gente: un hombre que busca el conocimiento en un laboratorio mediante tubos de ensayo y 1ógica es un tonto supersticioso y obsoleto; un verdadero científico es un hombre que anda por ahí realizando encuestas públicas y, si no fuera por la codicia egoísta de los fabricantes de vigas de acero que tienen un claro interés en obstruir el progreso de la ciencia, se sabría que la ciudad de Nueva York no existe, porque una encuesta a toda la población mundial revelaría, por abrumadora mayoría, que sus creencias prohíben su existencia.
“Durante siglos, los místicos del espíritu han proclamado que la fe es superior a la razón, pero no se han atrevido a negar la existencia de la razón. Sus herederos y su producto, los místicos del músculo, han completado su trabajo y alcanzado su sueño: proclaman que todo es fe, y lo llaman una revolución contra la credulidad. Como revolución contra afirmaciones sin demostración, proclaman que nada puede ser demostrado; como revolución contra el conocimiento sobrenatural, proclaman que ningún conocimiento es posible; como revolución contra los enemigos de la ciencia, proclaman que la ciencia es superstición; como revolución contra la esclavitud de la mente, proclaman que la mente no existe.
“Si renuncias a tu capacidad de percibir, si aceptas el cambio de tu paradigma de lo objetivo hacia lo colectivo y esperas que la humanidad te indique qué pensar, verás que hay otro cambio que también ocurre delante de los ojos al que has renunciado: verás que tus maestros se convierten en los gobernantes de lo colectivo, y si te niegas a obedecerlos, argumentando que ellos no son la totalidad de la humanidad, te responderán: ‘¿Por qué medio sabes que no lo somos? ¿Qué es eso de ser, hermano? ¿De dónde has sacado ese término arcaico?’.
“Si dudas de que ése es su propósito, observa con cuánta pasión los místicos del músculo luchan para que olvides que el concepto de ‘mente’ ha existido. Observa las contorsiones de verborragia indefinida; las palabras con significado ambiguo; los términos que quedan flotando y mediante los cuales intentan evadir el reconocimiento del concepto ‘pensar’. Tu conciencia, te dicen, consiste en ‘reflejos’, ‘reacciones’, ‘experiencias’, ‘estímulos’ y ‘tendencias’; y se niegan a identificar el modo en que ellos han adquirido ese conocimiento, rehúsan identificar el acto que están realizando cuando te lo comunican, o el acto que realizas cuando los escuchas. Las palabras tienen el poder de ‘condicionarte’, dicen, y se niegan a identificar la razón por la cual las palabras tienen el poder de alterar tú... nada. Un estudiante que lee un libro lo entiende por el proceso de... nada. Un científico que trabaja sobre un invento esta comprometido en la actividad de... nada. Un psicólogo que ayuda a un neurótico a resolver un problema y a desenmarañar un conflicto, lo hace por medio de... nada. Un industrial... es nada, no existe tal persona. Una fábrica es un ‘recurso natural’, como un árbol, una piedra o un lodazal.
“El problema de la producción, te dicen, ha sido resuelto y no merece estudio ni preocupación; el único problema que queda para que resuelvan tus ‘reflejos’ es el de la distribución. ¿Quién resolvió el problema de la producción? La humanidad, responden. ¿Cuál fue la solución? Los bienes están aquí. ¿Cómo llegaron hasta aquí? De alguna manera. ¿Qué lo causó? Nada tiene causas.
“Ellos proclaman que cada ser nace con el derecho a existir sin trabajar y, sin que importen las leyes de la realidad que indican lo contrario, tiene derecho a recibir su ‘sustento mínimo’ -su comida, su vestimenta, su techo- sin ningún esfuerzo de su parte, como su derecho de nacimiento. ¿Recibirlo de quién? No hay respuesta. Todo hombre, anuncian, es dueño de una misma porción de los beneficios tecnológicos creados en el mundo. ¿Creados por quién? No hay respuesta. Frenéticos cobardes que se postulan como defensores de los industriales, definen ahora el propósito de la economía como ‘un ajuste entre los deseos ilimitados de la gente y la limitada provisión de productos’. ¿Provistos por quién? No hay respuesta. Rufianes intelectuales que se presentan como profesores, desprecian a los pensadores del pasado, declarando que sus teorías sociales estaban basadas en la suposición poco práctica de que el hombre es un ser racional, pero como los hombres no son racionales, declaran, debería establecerse un sistema que hiciera posible existir siendo irracional, o sea: desafiando a la realidad. ¿Quién lo hará posible? No hay respuesta. Cualquier mediocridad extraviada acapara los titulares de los periódicos con planes para controlar la producción de la humanidad, y sin que importe quién está de acuerdo o en desacuerdo con sus estadísticas, nadie cuestiona su derecho a imponer sus planes por medio de un arma. ¿Imponer a quién? No hay respuesta.
“Mujeres con ingresos sin causa revolotean en viajes alrededor del mundo y regresan con el mensaje de que los pueblos atrasados de la Tierra demandan un mayor nivel de vida. ¿Lo demandan a quién? No hay respuesta.
“Y para evitar cualquier pregunta sobre la causa de la diferencia entre una aldea en la selva y la ciudad de Nueva York, recurren a la obscenidad absoluta de explicar el progreso industrial -rascacielos, puentes colgantes, motores, trenes- sosteniendo que el hombre es un animal que posee el ‘instinto de fabricar herramientas’.
“¿Te has preguntado qué está mal en el mundo? Lo que hoy estas viendo es el clímax del credo de lo no-causado y lo no-ganado. Todas tus bandas de místicos del espíritu y del músculo se están peleando entre ellas por el poder de gobernarte a ti, que has aceptado no tener mente, y gruñen que el amor es la solución para todos los problemas de tu espíritu y que un látigo es la solución para todos los problemas de tu cuerpo. Otorgando al hombre menos dignidad de la que otorgan al ganado, ignorando lo que les podría decir cualquier adiestrador de animales -que ningún animal puede ser entrenado mediante el temor, que un elefante torturado aplastará a su torturador, pero no aceptará trabajar para é1 ni transportar sus cargas- esperan que el hombre continué produciendo tubos electrónicos, aviones supersónicos, usinas atómicas y telescopios interestelares, con una ración de comida como recompensa y un latigazo en la espalda como incentivo.
“No te equivoques sobre la naturaleza de los místicos. Su cínico propósito a lo largo de los siglos ha sido eliminar tu conciencia. Y el poder, el poder de regirte por la fuerza, siempre ha sido su único deseo.
“Desde los ritos de los brujos de la selva, que distorsionaron la realidad en absurdos grotescos y paralizaron la mente de sus víctimas en perpetuo terror hacia lo sobrenatural durante siglos de atraso, hasta las doctrinas sobrenaturales de la Edad Media, que mantuvieron a los hombres encogidos en el suelo de barro de sus chozas, aterrorizados de que el diablo se robara la sopa que habían conseguido con dieciocho horas de trabajo, hasta el zaparrastroso y sonriente profesor que te asegura que tu cerebro carece de capacidad para pensar, que no tienes medios de percepción y que debes obedecer ciegamente la voluntad omnipotente de esa fuerza sobrenatural que es la Sociedad, todos representaron la misma comedia con un mismo y único fin: reducirte a una masa que ha renunciado a la validez de su conciencia.
“Pero nada de eso se te puede hacer sin tu consentimiento. Si lo has permitido, lo mereces.
“Cuando escuchas la arenga de un místico sobre la impotencia de la mente humana, comienzas a dudar de tu conciencia, no de la de é1; cuando permites que tu precario estado de semirracionalidad sea sacudido por cualquier afirmación y decides que es más seguro confiar en su certeza y conocimiento superiores, engañáis los dos: tu aceptación es la única fuente de certeza que é1 tiene. El poder sobrenatural al que un místico teme, el espíritu incognoscible que adora, la conciencia que considera omnipotente es... la tuya.
“Un místico es un hombre que ha rendido su mente en el primer encuentro con la mente de otros. En algún lejano momento de su infancia, cuando su comprensión de la realidad chocó con las afirmaciones de otros, con sus órdenes arbitrarias y exigencias contradictorias, se entregó al temor a la independencia y renunció a sus facultades racionales.
“Ante la elección entre ‘Yo sé’ y ‘Ellos dicen’, optó por la autoridad de los otros, escogió someterse antes que comprender, creer en lugar de pensar. La fe en lo sobrenatural comienza con la fe en la superioridad de otros. Su rendición tomó la forma del sentimiento de que é1 debía esconder su falta de comprensión, de que los demás poseían una especie de conocimiento misterioso del que solamente é1 estaba privado, de que la realidad era lo que ellos pretendían que fuera, a través de métodos que le estarían negados por siempre.
“Desde entonces, temeroso de pensar, quedó a merced de sentimientos inidentificables. Sus sentimientos se convirtieron en su única guía, su único resabio de identidad personal; se aferró a ellos con un feroz apego, y dedicó sus fuerzas a ocultarse a sí mismo que la naturaleza de sus sentimientos era el terror.
“Cuando un místico declara que siente la existencia de un poder superior a la razón, es cierto que lo siente, pero ese poder no es un espíritu omnisciente del universo, sino la mente de cualquier otra persona ante quien se ha rendido. Un místico está impulsado por la necesidad de impresionar, hacer trampa, engañar, adular, forzar esa conciencia omnipotente de los demás. ‘Ellos’ son su única llave hacia la realidad, y é1 siente que no puede existir salvo domando el misterioso poder de los otros y obteniendo su obediencia incondicional. ‘Ellos’ son su único medio de percepción y, como un ciego que depende de la vista de un perro, siente que debe ponerse la correa para poder vivir. Controlar la conciencia de los demás se convierte en su única pasión; la ambición de poder es una maleza que crece sólo en los terrenos baldíos de una mente abandonada.
“Todo dictador es un místico, y todo místico es un dictador en potencia. El místico anhela la obediencia de los hombres, no su acuerdo. Quiere que entreguen sus conciencias a sus afirmaciones, sus edictos, sus deseos, sus caprichos, al igual que é1 entrega su conciencia a la de ellos. Quiere relacionarse con los hombres mediante la fe y la fuerza; no encuentra satisfacción en su acuerdo si debe ganárselo mediante hechos y razón. La razón es el enemigo al que teme y, al mismo tiempo, considera precario: la razón, para é1, es un medio de engaño; siente que los hombres poseen algún poder más potente que la razón, y solo su creencia sin causa o su obediencia forzada le puede dar una sensación de seguridad, como prueba de que ha obtenido el control sobre ese don místico del que carecía. Su anhelo es mandar, no convencer: la convicción requiere un acto de independencia y de confianza en lo absoluto de la realidad objetiva. Lo que el místico busca es poder sobre la realidad y sobre los medios de los hombres para percibirla: su mente; busca el poder de interponer su voluntad entre la existencia y la conciencia, como si, al aceptar falsear la realidad tal como é1 les ordena que la falseen, los hombres pudieran, de hecho, crearla.
“Así como el místico es un parasito en esencia, que expropia la riqueza creada por otros, así también es un parásito en espíritu quien se apodera de las ideas creadas por otros y cae aun por debajo del nivel de un lunático que crea su propia distorsión de la realidad; así termina convirtiéndose en un lunático parásito que aspira a apoderarse de una distorsión creada por otros.
“Hay un solo estado que satisface el anhelo del místico por la infinitud, la no-causalidad, la no-identidad: la muerte. No importa qué causas ininteligibles él les asigne a sus oscuros sentimientos, quien rechaza la realidad rechaza la existencia, y los sentimientos que lo mueven en adelante son el odio hacia todos los valores de la vida humana, y la lujuria por todos los males que la destruyen. Un místico goza ante el espectáculo del sufrimiento, la pobreza, la sumisión y el terror, porque le da un sentimiento de triunfo, una prueba de la derrota de la realidad racional. Pero no existe otra realidad.
“No importa de quién sea el bienestar que profese servir, ya sea el de Dios o el de la gárgola sin cuerpo a la que llama ‘el Pueblo’; no importa qué ideal proclame en términos de alguna dimensión sobrenatural -en los hechos, en la realidad, en la Tierra-, su ideal es la muerte, su anhelo es matar, su única satisfacción es la tortura.
“La destrucción es la única meta que el credo de los místicos ha logrado alcanzar, como lo es el único final que están alcanzando ahora, y si las calamidades provocadas por sus actos no los han hecho cuestionar sus doctrinas, si juran estar motivados por amor, y sin embargo no se disuaden ante las pilas de cadáveres humanos, es porque la verdad acerca de sus almas es peor que la obscena excusa que tú les has aceptado: la excusa de que el fin justifica los medios y que los horrores que practican son medios para fines más nobles. La verdad es que esos horrores son sus fines.
“Tú, que eres lo suficientemente depravado como para creer que puedes adaptarte a la dictadura de un místico y complacerlo obedeciendo sus órdenes, debes saber que no hay forma de complacerlo; cuando obedezcas, cambiará sus instrucciones; é1 busca la obediencia en aras de la obediencia y la destrucción en aras de la destrucción. Tú, que eres lo suficientemente pusilánime como para creer que puedes llegar a un acuerdo con un místico cediendo a sus extorsiones, debes saber que no hay manera de satisfacerlo: el pago que pretende es tu vida, tan lenta o rápidamente como estás dispuesto a entregarla, y el monstruo al que busca sobornar es el vacío oculto en su propia mente, que lo lleva a matar para no darse cuenta de que la muerte que quiere es la suya.
“Tú, que eres lo suficientemente inocente como para creer que las fuerzas desatadas hoy en tu mundo están movidas por la codicia, por el saqueo material, debes saber que el revuelo podrido de los místicos es sólo una pantalla para esconder de su mente la naturaleza de los motivos que lo impulsan. La riqueza es un medio de vida humano, y los místicos claman por ella a imitación de los seres vivos, pretendiendo ante sí mismos que desean vivir. Pero su puerco consentimiento hacia el lujo arrebatado a otros no es placer, es fuga. No quieren adueñarse de tu fortuna; quieren que tú la pierdas; no quieren triunfar, quieren que tú fracases; no quieren vivir, quieren que tú mueras; no quieren nada; odian la existencia y continúan escapando, cada uno tratando de ignorar que el objeto de su odio es é1 mismo.
“Tú, que nunca comprendiste la naturaleza del mal; tú, que los describes como ‘idealistas desencaminados’ -¡que el Dios que inventaste te perdone!-, debes saber que ellos son la esencia del mal, ellos, esos antivida que procuran, devorando al mundo, llenar el cero deshumanizado de su alma. No es tu riqueza lo que buscan. La suya es una conspiración contra la mente, lo que significa contra la vida y el ser humano.
“Es una conspiración sin líder ni dirección, y los rufianes del momento que se aprovechan de la agonía de una nación o de otra son basura oportunista que nada en el torrente del dique roto de las cloacas de los siglos, de las reservas de odio hacia la razón, la 1ógica, la habilidad, los logros, la felicidad, almacenadas por cada infeliz antihumano que alguna vez haya predicado la superioridad del corazón sobre la mente.
“Es una conspiración de todos los que buscan, no vivir, sino subsistir, los que tratan de engañar a la realidad y se sienten atraídos sentimentalmente hacia todos los que están ocupados haciendo lo mismo; una conspiración que une en la evasión a todos los que persiguen al cero como valor: el profesor que, incapaz de pensar, encuentra placer arruinando las mentes de sus alumnos; el hombre de negocios que, para proteger su estancamiento, encuentra placer encadenando la habilidad de sus competidores; el neurótico que, para defender su autoodio, encuentra placer en quebrantar a los capaces de autoestima; el incompetente que encuentra placer derrotando al logro, el mediocre que encuentra placer demoliendo la grandeza; el eunuco que encuentra placer castrando todos los placeres, y todos sus proveedores de municiones intelectuales, todos aquellos que predican que la inmolación de la virtud transformando los vicios en virtudes. La muerte es la premisa que yace en la raíz de sus teorías, la muerte es el objetivo de sus acciones en la práctica y tú eres la víctima final.
“Nosotros, que somos los amortiguadores vivientes entre tú y la naturaleza de tu credo, ya no estamos allí para salvarte de los efectos de las creencias que has elegido. Ya no estamos dispuestos a pagar con nuestras vidas las deudas en las que incurriste en la tuya o el déficit moral acumulado por todas las generaciones anteriores a ti. Has estado viviendo a crédito, y te reclamo el pago del préstamo. “Yo soy el hombre cuya existencia tu amnesia apuntaba a ignorar. Yo soy el hombre que tú no querías que viviera ni que muriera. No querías que viviera, porque temías saber que yo cargaba con la responsabilidad que evadiste y que tu vida dependía de mí; no querías que muriera, porque lo sabías.
“Hace doce años, cuando trabaja en tu mundo, yo era inventor. Ejercía una profesión que apareció en la última fase de la historia de la humanidad y que será la primera en desaparecer en el camino de regreso hacia lo subhumano. Un inventor es un hombre que pregunta ‘¿Por qué?’ al universo, y no permite que nada se interponga entre la respuesta y su mente.
“Como el que descubrió el uso del vapor o el que descubrió el uso del petróleo, yo descubrí una fuente de energía que estaba disponible desde el nacimiento del planeta, pero que los hombres no habían sabido utilizar salvo como objeto de culto, de terror y de leyendas sobre un Dios estruendoso. Completé el modelo experimental de un motor que hubiera valido una fortuna para mí y para quienes me habían contratado, un motor que habría elevado la eficiencia de toda actividad humana que requiriera fuerza motriz y habría aumentado la productividad a cada hora que los hombres destinaran a ganarse la vida.
“Entonces, una noche en una reunión de trabajo, escuché cómo era sentenciado a muerte debido al logro. Escuché a tres parásitos decir que mi cerebro y vida les pertenecían, que mi derecho a la vida era condicional y dependía de la satisfacción de sus deseos. El propósito de la habilidad, decían, era servir las necesidades de los menos capaces. Yo no tenía derecho a vivir, decían, debido a mi competencia para la vida: su derecho a la vida era incondicional, debido a su incompetencia.
“Comprendí entonces qué estaba mal en el mundo, comprendí qué destruía a personas y naciones, y dónde había que dar la batalla por la vida. Comprendí que el enemigo era una moral invertida, y que mi consentimiento era su único poder. Comprendí que el mal es impotente; que residía en lo irracional, en la ceguera, en lo antirreal... y que la cínica arma de su triunfo era la voluntad de los buenos para servirlo. Así como los parásitos a mi alrededor proclamaban su inevitable dependencia de mi mente y esperaban que yo voluntariamente aceptara la esclavitud que no tenían ningún poder para imponerme, así como contaban con mi autoinmolación para proveerse de los medios para su plan, así, a través del mundo y de la historia humana, en cada versión y forma, desde las extorsiones de parientes holgazanes hasta las atrocidades de los países colectivistas, son los buenos, los capaces, los hombres de razón quienes actúan como sus propios destructores, que dan al mal transfusiones de la sangre de su virtud y dejan que les transmita el veneno de la destrucción; de esa manera le brindan al mal el poder de la supervivencia, y a sus propios valores... la impotencia de la muerte. Comprendí que llega un punto, en la derrota de todo ser virtuoso, en que su consentimiento es necesario para que el mal triunfe... y que ningún tipo de daño que le hagan los demos puede tener éxito Si é1 decide negar su consentimiento. Comprendí que podía poner fin a sus atropellos pronunciando una simple palabra en mi mente. La pronuncié. La palabra es: ‘No’.
“Renuncié a esa fábrica. Renuncié a tu mundo. Me asigné el trabajo de prevenir a tus víctimas y darles el método y el arma para luchar contra ti. El método fue protegerlas de las consecuencias de sus propias acciones. La arena fue la justicia.
“Si quieres saber qué perdiste cuando renuncié y cuando mis huelguistas abandonaron tu mundo, ubícate en el espacio desierto de cualquier paraje inexplorado, pregúntate qué forma de supervivencia podrías lograr y cuánto tiempo durarías Si te negaras a pensar, sin nadie cerca que te enseñe qué hacer, o, si decidieras pensar, cuánto sería capaz de descubrir tu mente; pregúntate a cuántas conclusiones independientes has arribado en el curso de tu vida y cuánto tiempo has dedicado a repetir las acciones que aprendiste de otros... pregúntate si serías capaz de descubrir cómo arar la tierra y cultivar tu alimento, si serías capaz de inventar una rueda, una palanca, una bobina de inducción, un generador o un tubo electrónico... y entonces decide si los hombres capaces son explotadores que viven del fruto de tu trabajo y te roban la riqueza que tú produces, y si te atreves a creer que tienes el poder para esclavizarlos. Deja que tu mujer eche un vistazo a una hembra de la jungla de rostro marchito y senos caídos, mientras sentada machaca cereal, hora tras hora, siglo tras siglo... y que se pregunte si su ‘instinto para fabricar herramientas’ le proporcionará refrigeradores, lavadoras y aspiradoras, y, si no es así, si está dispuesta a destruir a todos aquellos que fabricaron estos artefactos, mas no ‘por instinto’.
“Mira a tu alrededor, tú, salvaje que tartamudeas que las ideas son creadas por los medios de producción, que una máquina no es producto del pensamiento humano, sino de un poder místico que genera el pensamiento humano. No has descubierto la era industrial y te aferras a la moral de las eras bárbaras en las que una forma miserable de subsistencia era producida por el trabajo físico de los esclavos. Todo místico siempre ha añorado que los esclavos lo protejan de la realidad material a la que temen. Pero tú, tú, grotesco y místico amigo de lo atávico, fijas ciegamente tú vista en los rascacielos y las chimeneas que hay a tú alrededor y sueñas con esclavizar a tus proveedores materiales: los científicos, los inventores y los industriales. Cuando clamas por la propiedad pública de los medios de producción, estás clamando por la propiedad pública de la mente. Les he enseñado a mis huelguistas que la respuesta que te mereces es simplemente: ‘Trata de tomarla’.
“Te declaras incapaz de dominar las fuerzas de la materia inanimada, sin embargo propones dominar las mentes de los hombres que son capaces de hazañas que tú no puedes igualar. Proclamas que no puedes sobrevivir sin nosotros, sin embargo propones dictar los términos de nuestra supervivencia. Proclamas que nos necesitas, sin embargo caes en la impertinencia de afirmar tu derecho a gobernarnos por la fuerza... y esperas que nosotros, que no tenemos miedo a esa naturaleza física que te llena de terror, nos acobardemos a la vista del primer patán que te convenció de que lo votes dándole la oportunidad de comandamos.
“Propones establecer un orden social basado en los siguientes principios: que eres incompetente para manejar tu propia vida, pero competente para manejar las vidas de los demás; que eres inadecuado para vivir en libertad, pero adecuado para convertirte en gobernante omnipotente; que eres incapaz de ganarte la vida mediante el uso de tu inteligencia, pero eres capaz de juzgar a los políticos y elegirlos para puestos de poder absoluto sobre artes que nunca han visto, sobre ciencias que nunca han estudiado, sobre logros que no conocen, sobre las industrias gigantescas donde tú, por confesa definición de tus capacidades, no serías capaz de cubrir exitosamente el cargo de asistente de engrasador.
“Este ídolo de tu culto de adoración del cero, ese símbolo de la impotencia, el dependiente congénito, es tu imagen del hombre y tu paradigma de valor, a cuyo modelo te ajustas para darle una nueva forma a tu alma. ‘Es algo humano’, lloriqueas en defensa de cualquier depravación, alcanzando el nivel de autodegradación; intentas hacer que el concepto de ‘humano’ represente lo débil, lo insensato, lo corrompido, lo falso, lo fracasado, lo cobarde, lo fraudulento, y exiliar de la raza humana al héroe, al pensador, al productor, al inventor, al fuerte, al persistente, al puro, como si sentir fuese humano, pero pensar no; como si fracasar fuese humano, pero tener éxito no; como si la corrupción fuese humana, pero la virtud no; como si la premisa de la muerte fuese propicia al hombre, pero la premisa de la vida no.
“Con el fin de quitamos el honor, y luego también nuestra riqueza, siempre nos has visto como esclavos que no merecen ningún reconocimiento moral. Alabas cualquier emprendimiento que asegure no tener ‘fines de lucro’ y maldices a quienes lograron el lucro para hacer posible ese emprendimiento. Consideras ‘de interés público’ a cualquier proyecto que sirva a quienes no pagan; no es de interés público brindar servicio a quienes pagan.
“Crees que ‘beneficio público’ es cualquier cosa que se da como limosna; dedicarse al comercio es perjudicar al público. ‘Bienestar público’ es el bienestar de quienes no se lo han ganado; los que sí se lo han ganado, no tienen derecho a ningún bienestar. ‘El público’, para ti, es cualquiera que no haya podido alcanzar virtud o valor alguno; quienquiera que lo logre, quienquiera que pueda proveer los bienes que necesitas para sobrevivir, deja de ser visto como parte del público o parte de la raza humana.
‘¿Qué clase de locura te permitió soñar que podías salir victorioso con esta maraña de contradicciones y planearla como una sociedad ideal, cuando el simple ‘No’ de tus víctimas es suficiente para demoler toda tu estructura? ¿Qué permite a un mendigo insolente exhibir sus lacras ante el rostro de los mejores y solicitar ayuda en tono de amenaza? Gritas, al igual que é1, que cuentas con nuestra lástima, pero tu secreta esperanza es el código moral que te ha enseñado a contar con nuestra culpa. Esperas que nos sintamos culpables de nuestras virtudes en presencia de tus vicios, heridas y fracasos... culpables de tener éxito, culpables de disfrutar la vida que maldices... y sin embargo nos suplicas ayuda para vivir. ¿Querías saber quién es John Galt? El primer hombre capaz que se ha negado a verlo como culpa. El primero que no hará penitencia por sus virtudes ni dejará que sean utilizadas como herramientas en su propia destrucción. El primero que no sufrirá el martirio a manos de quien quiere que muera por el privilegio de mantenerlo con vida. El primero que te ha dicho que no te necesita. Hasta que no aprendas a tratar conmigo como comerciante, entregando valor por valor, deberás existir sin mí, como yo existiré sin ti; de esa manera permitiré que aprendas de quién es la necesidad y de quién es la habilidad... y, si el parámetro es la supervivencia humana, quién definirá los términos de cómo sobrevivir.
“He hecho, planeada e intencionalmente, lo que se ha venido haciendo por omisión silenciosa a lo largo de la historia. Siempre hubo hombres inteligentes que se declararon en huelga, en protesta y desesperación, pero sin comprender el significado de su acto. El que se retira de la vida pública para pensar, pero no comparte sus pensamientos; el que elige pasar sus años en la oscuridad de empleos menores, guardando sólo para sí mismo el fuego de su mente, sin darle nunca forma, expresión o realidad, negándose a entregarlo a un mundo que desprecia; el que es derrotado por el aborrecimiento, el que renuncia antes de haber empezado, el que abandona en vez de entregarse, el que funciona a una fracción de su capacidad, desarmado por su deseo de un ideal que no ha encontrado... todos ellos están en huelga, en huelga contra la sinrazón, en huelga contra tu mundo y tus valores. Los que carecen de valores propios, los que abandonan la búsqueda del saber en la oscuridad de su desesperanzada indignación, que es virtuosa sin conocimiento de la virtud, y apasionada sin conocimiento del deseo, te conceden el poder de la realidad, y te entregan los incentivos de sus mentes y perecen en amarga futilidad, como rebeldes que nunca han comprendido el objeto de su rebelión, como amantes que nunca descubrieron su amor. “La época infame a la que llamas Oscurantismo fue una era de inteligencia en huelga, cuando los hombres capaces pasaron a la clandestinidad y vivieron ocultos, estudiando en secreto, y al morir se llevaron con ellos los trabajos de sus mentes; cuando sólo unos pocos de los mártires más valientes quedaron para mantener a la raza humana con vida.
“Todo período regido por místicos fue una época de estancamiento y carencias, en que la mayoría de los hombres estuvieron en huelga contra la existencia, trabajando lo indispensable para sobrevivir, sin dejar más que migajas como botín para que sus gobernantes les robaran, rehusando pensar, aventurarse, producir, cuando el recaudador de sus ganancias y la autoridad sobre la verdad o el error era el capricho de algún degenerado ungido como superior a la razón por derecho divino y la gracia de un garrote. El camino de la historia humana ha sido una cadena de tramos estériles erosionados por la fe y la fuerza, con unas pocas y breves apariciones de un rayo de sol, cuando la energía liberada de los hombres de mente realizó las maravillas que admiraste e inmediatamente extinguiste.
“Pero esta vez no habrá extinción. El juego de los místicos se terminó. Perecerás en y por tu propia irrealidad. Nosotros, los hombres de la razón, sobreviviremos.
“He convocado a la huelga a los mártires que nunca antes te habían abandonado. Les he dado el arma que les faltaba: la conciencia de su propio valor moral. Les he enseñado que el mundo es nuestro, cuando queramos reclamarlo, por virtud y gracia de que es nuestra la Moral de la Vida. Ellos, las magníficas víctimas que produjeron todas las maravillas del breve verano de la humanidad; ellos, los industriales, los conquistadores de la materia no habían descubierto la naturaleza de su virtud. Sabían que el poder era suyo. Yo les enseñé que también lo era la gloria.
“Tú, que te atreves a consideramos moralmente inferiores a cualquier místico que dice tener visiones sobrenaturales; tú, que te abalanzas como buitre sobre centavos robados, y aún así valoras a un adivino de fortuna por encima de un hacedor de fortuna; tú, que desprecias a un hombre de negocios como innoble, pero exaltas a cualquier supuesto artista, debes saber que la raíz de tus parámetros es ese miasma místico proveniente de ciénagas primigenias, ese culto a la muerte que declara inmoral al hombre de negocios por el hecho de que te mantiene con vida. Tú, que proclamas que deseas elevarte por encima de las crudas preocupaciones del cuerpo, por encima de la rutina de cumplir meras necesidades físicas, piensa: ¿quién está esclavizado por las necesidades físicas, el hindú que trabaja desde el amanecer hasta la puesta del sol empujando un arado primitivo para ganarse un cuenco de arroz, o el estadounidense que conduce un tractor? ¿Quién es el conquistador de la realidad física, el que duerme sobre una cama de clavos o el que duerme sobre un colchón de resortes? ¿Cuál es el monumento del triunfo del espíritu humano sobre la material, los pobres diablos diezmados por los gérmenes en las orillas del Ganges, o la silueta de los rascacielos de Nueva York?
“A menos que aprendas las respuestas a estas preguntas y aprendas a honrar los logros de la mente humana no durarás mucho tiempo en esta Tierra a la que amamos, y no permitiremos que tú maldigas. No continuarás arrastrándote durante el resto de tu vida. He acortado el curso normal de la historia y te he permitido descubrir la naturaleza del pago que deseabas cargar sobre los hombros de otros. Ahora tu último hálito de vida será drenado para dar lo no ganado a los adoradores y acólitos de la muerte. No alegues que has sido derrotado por una realidad malévola: has sido derrotado por tus propias evasiones. No digas que vas a perecer por un noble ideal: perecerás como forraje de quienes odian al hombre. “Si posees un remanente de dignidad y voluntad de amar la vida, te ofrezco la oportunidad de elegir. Decide si deseas perecer por una moral en la que nunca creíste ni practicaste. Haz una pausa en el borde de la autodestrucción y examina tus valores y tu vida. Has sabido hacer un inventario de tus riquezas: ahora haz un inventario de tu mente.
“Desde la niñez, has venido escondiendo el secreto culposo de que no sentías ningún deseo de ser moral, ningún deseo de autoinmolarte, de que temes y odias a tu código, pero no te animas ni siquiera a decírtelo a ti mismo; de que careces de esos ‘instintos’ morales que otros profesan sentir. Cuanto menos sentías, con más fuerza proclamabas tu amor desinteresado y el servicio a los demás, con pánico de que alguna vez se descubriera tú verdadero ser, el ser que traicionaste, el que mantuviste escondido como un esqueleto en el armario de tu cuerpo. Y ellos, que eran al mismo tiempo engañados y engañadores, ellos escuchaban y exclamaban su estentórea aprobación, con miedo de que tú descubrieras que albergaban el mismo secreto. La existencia para ti es una gigantesca farsa, un acto que representas para los demás; cada uno siente que é1 es el único fracasado culpable, cada uno ubica su autoridad moral en el incognoscible que sólo los demás conocen, cada uno finge la realidad que siente que los demás esperan que finja, y Sólo algunos tienen el coraje de romper el círculo vicioso.
“No importa qué deshonroso compromiso hayas hecho con tu credo impracticable, sin que importe qué balance miserable -mitad cinismo, mitad superstición- intentas mantener, aún preserves la raíz, el dogma letal: la creencia en que lo moral y lo práctico son opuestos. Desde niño, has estado escapando del terror de una elección que nunca te has atrevido a identificar: Si lo que es práctico, lo que se debe practicar para existir, lo que funciona, triunfa, logra su objetivo, lo que te da comida y alegría, todo lo que te beneficia es el mal; y si el bien, lo moral, es lo impráctico, todo aquello que fracasa, destruye, frustra, lo que te lastima y te trae pérdidas y dolor, entonces la alterativa es ser moral o vivir.
“El único resultado de esa doctrina asesina fue remover la moral de la vida. Llegaste a creer que las leyes morales no tenían ninguna relación con la tarea de vivir, salvo como impedimento y amenaza; que la existencia del hombre es una jungla amoral donde cualquier cosa sirve por igual y todo está permitido. Y en esa niebla de definiciones cambiantes que caen sobre una mente congelada, has olvidado que los males atacados por tu credo son las virtudes requeridas para vivir, y has llegado a creer que las habilidades prácticas para la existencia son los verdaderos males. Al olvidar que el ‘bien’ impractico es el autosacrificio, crees que la autoestima es impráctica; al olvidar que el ‘mal’ práctico es la producción, crees que el robo es práctico.
“Agitándote como una rama inerme en el viento de un ignoto desierto moral, no te atreves a ser plenamente malvado o a vivir plenamente. Cuando eres honesto, experimentas el resentimiento de los ingenuos; cuando haces trampas, sientes terror y vergüenza, y tu dolor aumenta por el sentimiento de que el dolor es tu estado natural.
“Tienes lástima por los hombres a los que admiras: crees que están condenados a fracasar; envidias a los hombres que odias: crees que son los dueños y señores de la existencia. Te sientes inerme frente a un canalla: crees que el mal finalmente triunfará, ya que la moral representa lo impotente, lo impráctico.
“Para ti, la moral es un espantapájaros fantasma hecho de deber, aburrimiento, castigo, dolor, una cruza entre la primera maestra del colegio y el cobrador de impuestos; un espantapájaros de pie en un campo yermo, que agita un palo para ahuyentar los placeres... y placer, para ti, es un cerebro abogado en licor, el sexo sin sentido, el estupor de un imbécil que apuesta su dinero en una carrera de animales, ya que el placer no puede ser moral.
“Si identificas tus verdaderas creencias, encontrarás una triple condena: de ti mismo, de la vida y de la virtud. La grotesca conclusión a la que has arribado es que la moral es un mal necesario.
“¿Te preguntas por qué vives sin dignidad, amas sin pasión y mueres sin resistencia? ¿Te preguntas por qué, dondequiera que miras, no encuentras más que preguntas imposibles de responder? ¿Por qué tu vida está desgarrada por conflictos imposibles, por qué la agotas haciendo equilibrio sobre vallas irracionales para evitar opciones artificiales, tales como cuerpo o alma, mente o corazón, seguridad o libertad, beneficio privado o bien público?
“¿Lloras que no encuentras respuestas? ¿Cómo esperabas encontrarlas? Rechazas tu herramienta de percepción -tu mente-, y luego te quejas de que el universo es un misterio. Descartas tu llave, y luego aúllas que se te han cerrado todas las puertas. Te lanzas en pos de lo irracional, y luego maldices a la existencia porque no tiene sentido.
“La valla sobre la que has estado sentado dos horas, mientras escuchabas mis palabras e intentabas huir de ellas, es la fórmula del cobarde contenida en la frase: ‘¡Pero no tenemos que llegar a los extremos!’. El extremo que siempre has luchado por evitar es el reconocimiento de que la realidad es definitiva, de que A es A y de que la verdad es la verdad. Un código moral imposible de practicar, un código que exige imperfección o muerte, te ha enseñado a disolver todas las ideas en una niebla, a no permitir ninguna definición clara, a considerar todo concepto como aproximado y toda regla como elástica, a diluir cualquier principio, a bastardear cualquier valor, a tomar siempre el camino intermedio.
“Al arrancarte la aceptación de absolutos sobrenaturales, te han forzado a rechazar el absoluto de la naturaleza. Al hacer imposibles los juicios morales, te han hecho incapaz de tener juicios racionales. Un código que te prohíbe arrojar la primera piedra, te ha prohibido admitir la identidad de las piedras y reconocer cuando estabas siendo apedreado.
“El hombre que se niega a juzgar, que no acepta ni rechaza, que declara que no hay absolutos y cree que escapa de la responsabilidad es el responsable de toda la sangre que hoy se está derramando en el mundo. La realidad es un absoluto, la existencia es un absoluto, una partícula de polvo es un absoluto y también lo es la vida humana. La diferencia entre vivir o morir es un absoluto. Tener o no un pedazo de pan es un absoluto. La diferencia entre comer tu pan o verlo desaparecer en el estómago de un saqueador es un absoluto.
“En todas las cuestiones hay dos lados: uno es cierto y el otro es falso, pero el medio es siempre malvado.
“El hombre que está equivocado aún conserva cierto respeto por la verdad; aunque más no sea por aceptar la responsabilidad de su elección. Pero el que se sitúa en el medio es un bribón que se ciega a la verdad para pretender que no existe opción ni valores; quien evita participar en cualquier batalla, buscando aprovecharse de la sangre del inocente, o arrastrarse ante el culpable; quien administra justicia condenando a prisión al criminal y a su víctima; quien soluciona conflictos disponiendo que el pensador y el imbécil se encuentren a mitad de camino. En cualquier solución de compromiso entre el bien y el mal sólo el mal se beneficiará. En esa transfusión de sangre, que drena al bueno para alimentar al malo, el que adopta esas soluciones de compromiso es el tubo conector.
“Tú, que eres medio racional, medio cobarde, has estado estafando a la realidad; pero la víctima a la que has estafado has sido tú mismo. Cuando los hombres reducen sus virtudes a lo aproximado, el mal adquiere la fuerza de un absoluto; cuando la inflexible lealtad a un propósito es abandonada por los virtuosos, la recogen los malvados, y lo que resulta es el espectáculo indecente de un bien rastrero, regateador, traicionero, y un mal altanero, seguro y sin compromiso alguno.
“Así como te has rendido a los místicos del músculo cuando te dijeron que la ignorancia consiste en reclamar el conocimiento, ahora vuelves a rendirte a ellos cuando chillan que la inmoralidad consiste en pronunciar juicios morales. Cuando gritan que es egoísta estar seguro de que tienes razón, te apresuras a responderles que no estás seguro de nada. Cuando gritan que es inmoral defender tus convicciones, les aseguras que no tienes ninguna. Cuando los matones de los Estados Populares de Europa gruñen que eres culpable de intolerancia porque no tratas tu deseo de vivir y su deseo de matarte como una simple diferencia de opinión, te encoges de hombros y les aseguras que puedes tolerar cualquier horror. Cuando un vagabundo descalzo en algún agujero apestoso de Asia te grita: ‘¿Cómo te atreves a ser rico?’, le pides disculpas, le ruegas que sea paciente y le prometes que lo donarás todo.
“Has llegado al callejón sin salida de la traición que cometiste al aceptar que no tienes derecho a existir. Alguna vez creíste que era ‘sólo un compromiso’: admitiste que era malo vivir para tu propio bien, pero que era moral vivir para el bien de tus hijos. Luego, concediste que era egoísta vivir para el bien de tus hijos, pero que era moral vivir para el bien de tu comunidad. A continuación, reconociste que era egoísta vivir para el bien de tu comunidad pero que era moral vivir para el bien de tu país. Ahora estás permitiendo que éste, el más grandioso de los países, sea devorado por la escoria de cualquier rincón del mundo, mientras concedes que es egoísta vivir por tu país y que tu deber moral consiste en vivir para el bien de todo el planeta. Un hombre sin derecho a la vida no tiene derecho a los valores y no los sostendrá.
“Al final de tu camino de sucesivas traiciones, despojado de arenas, de certezas, de honor, cometes tu último acto de traición y firmas tu petición de bancarrota intelectual: mientras los místicos del músculo de los Estados Populares se proclaman campeones de la razón y de la ciencia, concuerdas y te apresuras a proclamar que la fe es tu principio cardinal y que la razón está del lado de tus destructores, que el tuyo es el lado de la fe.
“A los restos machacados de honestidad racional en las mentes torcidas y confundidas de tus niños les declaras que no puedes ofrecer ningún argumento racional para sostener las ideas que crearon este país; que no hay ninguna justificación racional para la libertad, la propiedad, la justicia, los derechos; que esos derechos se apoyan en una visión mística y sólo pueden ser aceptados en base a la fe; que, en materia de razón y 1ógica, el enemigo esta en lo cierto, pero que la fe es superior a la razón. Les dices a tus hijos que es racional robar, torturar, esclavizar, expropiar, asesinar, pero que deben resistir las tentaciones de la 1ógica y mantenerse disciplinadamente irracionales; les dices que los rascacielos, fábricas, radios, aviones son producto de la fe y de la intuición mística, mientras que las hambrunas, los campos de concentración y los pelotones de ejecución son productos de una forma de vivir razonable; les dices que la revolución industrial fue la rebelión de los hombres de fe contra esa era de razón y de 1ógica conocida como la Edad Media. Simultáneamente, sin tomar aliento, a los mismos niños, les dices que los saqueadores que gobiernan las repúblicas populares sobrepasarán a los Estados Unidos en producción material, y que son los representantes de la ciencia, pero que es malo preocuparse por la riqueza física y que se debe renunciar a la prosperidad material. Declaras que los ideales de esos saqueadores son nobles, pero que ellos no lo toman en serio, mientras que tú, sí; que tu propósito al luchar contra los saqueadores es sólo lograr los fines que ellos no pueden alcanzar, pero que tú sí; y que la forma de luchar contra ellos es ganándoles de mano y donando toda la riqueza que se posea. Luego te preguntas por qué tus hijos se unen a los matones populares o se convierten en delincuentes medio locos; te preguntas por qué las conquistas de los saqueadores se acercan cada vez más a tus puertas y culpas de ello a la estupidez humana, declarando que las masas son impermeables a la razón.
“Niegas el espectáculo abierto y público de la lucha de los saqueadores contra la mente y el hecho de que se perpetran los más sanguinarios horrores para castigar el crimen de pensar. Niegas el hecho de que la mayoría de los místicos del músculo comenzaron como místicos del espíritu, que se la pasan cambiando de uno al otro campo; que los hombres a los que llamas ‘materialistas’ y ‘espiritualistas’ son sólo dos mitades del mismo ser disociado que siempre buscan su parte faltante, pero lo hacen oscilando entre dos extremos, yendo de la destrucción de la carne a la destrucción del alma, y viceversa; que corren desde sus colegios hasta los campos de esclavos de Europa, o hasta un colapso total en el pantano místico de la India, buscando cualquier refugio contra la realidad, cualquier forma de escapar de la mente.
“Niegas todo esto y te aferras a tu hipocresía de la ‘fe’ para no darte cuenta de que los saqueadores te tienen por el cuello, que te estrangulan gracias a tu código moral; que los saqueadores son los practicantes perfectos y consistentes de la moral que tú obedeces a medias, y a medias evades; y que la practican de la única manera que puede ser practicada: convirtiendo al mundo en un horno de sacrificio; que tu moral te prohíbe oponerte a ellos de la única manera posible: rehusando convenirte en un animal de sacrificio y afirmando orgullosamente tu derecho a existir; que para combatirlos hasta el final y con plena rectitud es tu moral lo que tienes que rechazar.
“Lo niegas porque tu autoestima está ligada a ese místico ‘desinterés’ que nunca has poseído ni ejercido; pero has pasado tantos años pretendiendo que así era, que la idea de denunciarlo te llena de terror.
“No hay valor más alto que la autoestima, pero lo has invertido en bonos y acciones falsificados... y ahora tu moral te ha puesto una trampa que te obliga a proteger tu autoestima, luchando por el credo de la autodestrucción. Qué ironía: esa necesidad de autoestima que no puedes explicar ni definir pertenece a mi moral, no a la tuya; es el ejemplo efectivo de mi código; es mi prueba, dentro de tu propia alma.
“A través de un sentimiento que aún no ha aprendido a identificar, pero que deriva de su primera conciencia de la existencia, del descubrimiento de que debe elegir, el ser humano sabe que su desesperada necesidad de autoestima es un asunto de vida o muerte. Como ser de conciencia volitiva, sabe que debe reconocer su valor para mantenerse con vida. Él sabe que debe ser ‘correcto’; ser incorrecto en la acción significa poner su vida en peligro; ser incorrecto como persona, ser malvado, significa ser inadecuado para la existencia.
“Cada acto de la vida de un hombre debe ser voluntario; el simple hecho de obtener o consumir sus alimentos implica que la vida que preserva merece ser preservada; cada placer que procura disfrutar, implica que quien lo busca merece encontrarlo. No tiene elección acerca de su necesidad de autoestima: su única elección es el criterio según el cual medirla. Y comete un error fatal cuando cambia ese criterio que protege su vida por algo al servicio de su propia destrucción, cuando escoge un parámetro que contradice la existencia, y pone su autoestima en contra de la realidad.
“Toda forma de duda injustificada de sí mismo, todo sentimiento de inferioridad y toda devaluación secreta representan, en realidad, el temor oculto del hombre a lidiar con la existencia. Pero cuanto mayor es su terror, más ferozmente se aferra a las doctrinas criminales que lo asfixian. Nadie puede sobrevivir al momento en que se declara irremediablemente malvado; cuando así ocurre, su siguiente paso puede ser la demencia o el suicidio. Para escapar de ello -si ha elegido un parámetro irracional- desfigurará, evadirá, o ignorará la realidad; se engañará acerca de la existencia, la felicidad, la mente; y por fin llegará a mentirse también respecto de su autoestima, esforzándose por conservar su ilusión antes que arriesgarse a descubrir que carece de ella. Temer enfrentarse a un problema equivale a creer que lo peor es cierto.
“No es ningún crimen que hayas cometido lo que infecta tu alma con una culpa permanente; no son tus fracasos, errores o insuficiencias, sino el vacío mediante el que intentas evadirlos; no es ninguna clase de Pecado Original ni alguna ignota deficiencia prenatal, sino el conocimiento y el hecho de tu deserción básica, el hecho de suspender tu mente, de negarte a pensar. El miedo y la culpa constituyen tus emociones crónicas; son reales y las mereces, pero no proceden de las razones superficiales que inventas para disfrazar su causa, ni derivan de tu ‘egoísmo’, debilidad o ignorancia, sino de una amenaza real y fundamental a tu existencia: tienes miedo, porque has abandonado tu arma de supervivencia; sientes culpa, porque sabes que lo has hecho en forma voluntaria.
“El yo que has traicionado es tu mente; la autoestima es la confianza en la propia capacidad de pensar. El ego que buscas, ese yo esencial que no puedes expresar ni definir, no son tus emociones ni tus sueños inarticulados, sino tu intelecto, ese juez de tu tribunal supremo a quien has impugnado para quedar a la deriva, a merced de cualquier ilusión perdida a la que llamas tu ‘sentimiento’. “Entonces te arrastras a través de una noche que tú mismo has creado, buscando desesperadamente un fuego sin nombre, movido por una visión borrosa del amanecer que habías vislumbrado y has perdido.
“Observa la persistencia, en las mitologías de la humanidad de la leyenda acerca de un paraíso que alguna vez le perteneció al hombre: la Atlántida, el Jardín del Edén, o cualquier otro reino de perfección, siempre en el pasado. La raíz de esas leyendas reside no en el pasado de una raza, sino en el de todo ser humano. Aún conservas el sentido -no tan firme como un recuerdo, sino difuso como la añoranza desesperanzada- de algo que existió en los primeros años de tu infancia, antes que aprendieras a someterte, a absorber el terror de la sinrazón y a dudar del valor de tu mente; conociste entonces un estado radiante de existencia; conociste la independencia de una conciencia racional enfrentando un universo abierto. Ése es el paraíso que has perdido, que buscas y que sólo tú mismo puedes recuperar.
“Tal vez nunca sabrás quién es John Galt. Pero si has experimentado aunque sea un solo momento de amor por la existencia, o el orgullo de ser su merecido amante; si por un momento has contemplado la Tierra acariciándola con la mirada, has conocido lo que significa ser humano, comprenderás que... yo sólo soy el hombre que comprendió que ese reconocimiento no debe ser traicionado. Yo soy quien supo qué lo hace posible, y que escogió de un modo consistente practicar y ser lo que tú has practicado y sido en ese único instante.
“Esa elección está en tus manos. Esa elección, la dedicación al más alto potencial de lo que uno es capaz, se realiza aceptando el hecho de que el acto más noble que jamás hayas realizado es el acto de tu mente en el proceso de comprender que dos más dos son cuatro.
“Quienquiera que seas... tú que estás en este momento a solas con mis palabras, sin más que tu propia honestidad para ayudarte a asimilar lo que estoy diciendo, debes comprender que la opción de existir como un ser humano aún está abierta para ti, pero que el precio consiste en empezar desde cero; presentarte desnudo frente a la realidad y, revirtiendo un costoso error histórico, declarar: ‘Existo, por lo tanto, pensaré’.
“Acepta el hecho irrevocable de que tu vida depende de tu mente. Admite que todas tus luchas, tus dudas, tus falsificaciones y tus evasiones fueron un desesperado intento por escapar de la responsabilidad de una conciencia volitiva; una búsqueda del conocimiento automático, de la acción instintiva, de la certeza intuitiva; y que mientras considerabas un deseo de alcanzar un estado angelical, lo que en realidad estabas buscando era un estado animal. Acepta, como tu ideal moral, la tarea de convertirte en ser humano.
“No digas que temes confiar en tu mente porque sabes poco. ¿Acaso es más seguro entregarte a los místicos y descartar lo poco que sabes? Vive y actúa dentro de los límites de tu conocimiento y continúa expandiéndolo hasta el límite de tu vida. Libera tu mente del yugo de la autoridad. Acepta que no eres omnisapiente, pero que comportarte como zombi no te dará omnisapiencia alguna; que tu mente es falible, pero que convertirte en un descerebrado no te hará infalible; que un error cometido por ti mismo es más sano que diez verdades aceptadas por la fe, porque el primero te da las herramientas para corregirlo, mientras que lo segundo destruye tu capacidad para distinguir la verdad del error. En lugar de soñar con un automatismo omnisciente, acepta el hecho de que todo conocimiento es adquirido gracias a la voluntad y el esfuerzo y que ése es el rasgo distintivo de los humanos en el universo; ésa es su naturaleza, su moral, su gloria.
“Descarta la infinita licencia para el mal que consiste en proclamar que el hombre es imperfecto. ¿Qué modelo usas para afirmarlo? Acepta el hecho de que, en el campo de la moral, no sirve nada inferior a la perfección. Pero la perfección no debe ser evaluada por mandamientos místicos que inciten a practicar lo imposible; y tu estatura moral no debe ser evaluada por asuntos que estén fuera de tu elección. El hombre tiene una única opción básica: pensar o no pensar; y ésa es la medida de su virtud. La perfección moral es tener una racionalidad inquebrantable; no importa el grado de inteligencia, sino el uso pleno implacable de la mente; no la extensión del conocimiento, sino la aceptación de la razón como un absoluto.
“Aprende a distinguir la diferencia entre errores del conocimiento y quiebres de la moral. Un error del conocimiento no es una falta moral, siempre que tengas la voluntad de corregirlo; sólo un místico juzgaría a los seres humanos con el estándar de una imposible omnisapiencia automática. Pero un quiebre de la moral es la elección consciente de una acción que tú sabes de antemano que es depravada, o la evasión voluntaria del conocimiento, una suspensión de la vista y del pensamiento. Aquello que no sabes no es un cargo moral contra ti; pero lo que rehúsas saber es una cuenta de infamia que va creciendo en tu alma. Admite cualquier error de conocimiento; no perdones ni aceptes ninguna violación a la moral. Otorga el beneficio de la duda a quienes ansían saber; pero trata como potenciales asesinos a los especimenes de depravación insolente, que te demandan exigencias, proclamando que no poseen ni buscan razones, declarando como una licencia, que ‘simplemente lo sienten’, o a aquellos que rechazan un argumento irrefutable diciendo: ‘Es sólo 1ógica’, lo que significa: ‘Es sólo realidad’. El único campo que se opone a la realidad es el campo y la premisa de la muerte.
“Acepta el hecho de que el único propósito moral de tu vida es alcanzar tu felicidad, y que esa felicidad, no el sufrimiento ni la búsqueda inconsciente de placer, es la prueba de tu integridad moral, por ser prueba y resultado de tu lealtad al logro de tus valores. La felicidad fue la responsabilidad que rechazaste, ella te requería la clase de disciplina racional que no valoraste lo suficiente para asumir; y el estancamiento ansioso de tu vida es el monumento a tu evasión del conocimiento de que no existe ningún sustituto moral para la felicidad, de que no hay cobarde más despreciable que aquel que deserta de la batalla por su alegría, temiendo afirmar su derecho a existir, careciendo del valor y la lealtad a la vida que demuestra un pájaro o una flor al orientarse hacia el sol.
“Desecha los harapos protectores de ese vicio al que has llamado virtud: la humildad; aprende a valorarte, lo que significa: lucha por tu felicidad, y cuando asimiles que el orgullo es la suma de todas las virtudes, sabrás vivir como un hombre.
“Como medida básica de autoestima, asume que cualquier exigencia de ayuda es la señal de un caníbal. Con su demanda afirma que tu vida es su propiedad; y más despreciable aún es tu consentimiento. ¿Preguntas si es correcto ayudar siempre a otro hombre? No, si te reclama tu ayuda como su derecho y tú deber moral.
“Es correcto en cambio, si ése es tu deseo personal, basado en tu propio placer egoísta, teniendo en cuenta el valor de su persona y de su lucha. El sufrimiento como tal no es un valor; sólo lo es la lucha contra el sufrimiento. Si eliges ayudar a alguien que sufre, hazlo; pero sólo motivado por sus virtudes, por su lucha por recuperarse, por su racionalidad, o porque sufre injustamente; entonces tu acción será una transacción en la que su virtud es el pago por tu ayuda. Pero ayudar a alguien sin virtudes, sobre la base de su sufrimiento como tal, aceptar sus defectos, su necesidad como un reclamo, es aceptar una hipoteca nula sobre tus valores. Un hombre sin virtudes odia la existencia y actúa sobre la premisa de la muerte. Ayudarlo es consentir su mal y respaldar su carrera de destrucción. Aunque sólo se trate de un centavo, que no echarás de menos, o de una sonrisa amable que é1 no merece, un tributo al cero es una traición a la vida y a todos aquellos que luchan por mantenerla. La desolación de tu mundo se hizo de esa clase de centavos y sonrisas.
“No digas que mi moral es demasiado dura para que tú la practiques y que le temes tal como temes a lo ignoto. Los pocos momentos verdaderamente vitales que has conocido, los has vivido según los valores de mi código. Pero los has asfixiado, negado y traicionado; has sacrificado tus virtudes en provecho de tus vicios, y a los mejores hombres en provecho de los peores. Mira a tú alrededor: lo que le has hecho a la sociedad, lo has hecho primero dentro de tu alma; la una es la imagen de la otra. Esta lamentable ruina que es ahora tu mundo, es la forma física de la traición que cometiste con tus valores, tus amigos, tus defensores, tu futuro, tu país y contigo mismo.
“Nosotros, a quienes ahora llamas, pero que ya no contestaremos, hemos vivido a tu alrededor, pero no llegaste a conocemos, te negaste a pensar y ver lo que éramos. No llegaste a reconocer el motor que inventé y en tu mundo se convirtió en un montón de chatarra. No fuiste capaz de reconocer al héroe que se alberga en tu alma y no llegaste a reconocerme cuando pasaba a tu lado por la calle. Cuando buscabas desesperado ese espíritu inalcanzable, que sentías había desertado de tu mundo, le diste mi nombre, pero lo usaste para definir tu propia autoestima traicionada. No recuperarás el uno sin la otra.
“Al negarte a dar reconocimiento a la mente del hombre e intentar gobernar a los hombres por la fuerza, quienes se sometieron no tenían ninguna mente a la que renunciar; los que sí la poseían, por el contrario, son hombres que no se rinden. [..]. Ésta, la mayor de las naciones, fue construida sobre la base de mi moral; sobre la inviolable supremacía del derecho del hombre a la existencia; Pero tú aborrecías admitirlo e intentar vivir de esa manera.
“Has sido testigo de un logro sin precedentes en la historian saqueaste sus efectos y borraste sus causas. En presencia de esos monumentos a la moral humana que son una fábrica, una autopista o un puente, continuaste condenando al país como inmoral, y a sus progresos como ‘codicia materialista’; continuaste ofreciendo disculpas por la grandeza de este país al ídolo de una desnutrición esencial, al místico leproso y holgazán, ídolo de la Europa decadente.
“Este país, el producto de la razón, no podía sobrevivir en base a la moral del sacrificio. No ha sido construido por quienes pretendían autoinmolarse ni recibir limosnas. No podía vivir basándose en la separación mística que ha divorciado el alma del cuerpo; no podía vivir según la doctrina mística que maldice a esta tierra como demoníaca y a los que triunfan en ella como depravados. Desde sus comienzos, este país constituyó una amenaza para el antiguo gobierno de los místicos. En la brillante explosión de su juventud, los Estados Unidos mostraron a un mundo incrédulo qué grandeza es capaz de alcanzar la humanidad, qué felicidad es posible en la Tierra. Era lo uno o lo otro: los Estados Unidos o los místicos. Los místicos lo sabían, tú no. Les permitiste que te contaminaran con la adoración a la necesidad y la nación se convirtió en un cuerpo gigante con un enano llorón en lugar de alma, mientras ésta, representada por el industrial, era forzada a enterrarse para trabajar y alimentarte en silencio, sin nombre, sin honor, totalmente negado. [..]
“Ni é1 ni el resto de nosotros regresará hasta que el camino quede totalmente libre para reconstruir esta nación; hasta que los escombros de la moral del sacrificio hayan sido quitados de nuestro paso. El sistema político de un país se basa en su código moral. Reconstruiremos el sistema estadounidense sobre la premisa moral sobre la que se fundó, a la que tú trataste como una clandestinidad culposa en tu frenética evasión del conflicto entre dicha premisa y tu moral mística: la premisa de que el hombre es un fin en sí mismo, no un medio para alcanzar los fines de otros; de que la vida del hombre, su libertad y su felicidad son suyas por derecho inalienable.
“Tú, que has olvidado el concepto del derecho; tú, que vacilas en impotente evasión entre la noción de que los derechos son una gracia de Dios, un don sobrenatural que ha de ser aceptado por la fe, o la pretensión de que los derechos son un don de la sociedad, susceptibles de ser quebrantados a tu antojo, debes saber que el origen de los derechos del hombre no es la ley divina ni la ley parlamentaria, sino la ley de identidad. A es A y el Hombre es el Hombre.
“Los derechos son las condiciones de existencia requeridas por la propia naturaleza humana para su supervivencia como tal. Si el hombre ha de vivir en la Tierra como hombre, está en su derecho a usar su mente; esta en su derecho a actuar según su propio y libre albedrío; esta en su derecho a trabajar por sus valores y retener el producto de su trabajo. Si la vida en la Tierra es su propósito, tiene el derecho a vivir como un ser racional: la naturaleza le prohíbe la irracionalidad. Cualquier grupo, cualquier pandilla, cualquier nación que intente negar los derechos del hombre esta equivocado, lo que significa que es malvado, lo que significa que es antivida.
“Los derechos son un concepto moral, y la moral es una cuestión de elección. Los hombres son libres de no elegir la supervivencia como el estándar de su moral y de sus leyes, pero no son libres de escapar del hecho de que la alternativa es una sociedad caníbal, que sobrevive durante un tiempo devorando a los mejores, y luego colapsa como un cuerpo canceroso, cuando los sanos son devorados por los enfermos, cuando lo racional es consumido por lo irracional.
“Ésa ha sido la suerte de tus sociedades en la historia; pero has evadido el conocimiento de la causa. Y estoy aquí para denunciarlo: el agente de castigo fue la ley de identidad de la que no puedes escapar. Así como un hombre no puede vivir basándose en lo irracional, tampoco lo pueden hacer dos hombres, ni dos mil, ni dos billones. Así como un hombre no puede desafiar la realidad con éxito, tampoco puede hacerlo una nación, ni un país, ni el mundo. A es A. El resto es sólo cuestión del tiempo provisto por la generosidad de las víctimas.
“Así como el hombre no puede existir sin su cuerpo, ningún derecho puede existir sin el de transformar en realidades los propios derechos: pensar, trabajar y conservar los resultados, es decir, el derecho a la propiedad. Los modernos místicos del músculo, que ofrecen la alternativa fraudulenta de ‘derechos humanos’ versus ‘derechos de propiedad’, como si unos pudieran existir sin los otros, están haciendo un último y grotesco intento de revivir la doctrina del alma versus el cuerpo. Tan sólo un fantasma puede existir sin propiedades físicas; sólo un esclavo puede trabajar sin derecho al producto de su esfuerzo. El dogma de que los ‘derechos humanos’ son superiores a los ‘derechos de propiedad’ sólo significa que algunos seres humanos tienen derecho de hacer de otros su propiedad, y como el competente no tiene nada que ganar del incompetente, ello representa el derecho de este último a adueñarse de los mejores y a utilizarlos como ganado productivo. Quien considera esto como humano y justo no tiene derecho al título de ‘humano’.
“El origen de los derechos de propiedad es la ley de la causalidad. Toda propiedad y toda forma de riqueza son producidas por la mente y el trabajo del hombre. Así como no pueden existir efectos sin causas, tampoco puede existir la riqueza sin su fuente: la inteligencia. Pero no se puede obligar a la inteligencia a trabajar; quienes son capaces de pensar no trabajarán por compulsión, y, quienes lo hagan, no producirán mucho más que el valor del látigo necesario para mantenerlos en la esclavitud. No puedes conseguir los productos de una mente, excepto en los términos del dueño de esa mente, negociados con consentimiento voluntario. Cualquier otra política de los hombres con respecto a la propiedad de otros hombres es una política de criminales, no importa la cantidad de disposiciones o delincuentes involucrados. Los criminales son salvajes que se mueven con visión de corto plazo y que se mueren de hambre cuando su presa consigue escapar, del mismo modo en que tú estás muriéndote de hambre hoy. Tú, que creíste que el crimen podría ser ‘práctico’ si el gobierno decreta que robar es legal y resistirse ilegal.
“El único propósito que corresponde a un gobierno es el de proteger los derechos del hombre, es decir, protegerlo de la violencia física. Un gobierno apropiado es solamente un policía que actúa como agente de la autodefensa del hombre, y como tú, puede recurrir a la fuerza únicamente contra aquellos que inician el uso de la fuerza. Las únicas funciones apropiadas de un gobierno son: la policía, para protegerte de los criminales; el ejército, para protegerte de invasores extranjeros, y los tribunales, para proteger tu propiedad y tus contratos de las violaciones, incumplimientos o fraudes de los otros, y para dirimir las disputas apelando a reglas racionales y según la ley objetiva. Pero un gobierno que inicia el empleo de la fuerza contra quienes no han forzado a nadie, el uso de la coacción armada contra víctimas desarmadas, es una máquina infernal de pesadilla diseñada para aniquilar la moral; tal gobierno revierte su único propósito moral, y muta del papel de protector al del más mortal enemigo del hombre; del papel de policía al de un criminal investido del derecho a ejercer la violencia contra víctimas privadas del derecho a la autodefensa. Semejante gobierno sustituye la moral por la siguiente regla de conducta social: puedes hacerle a tu prójimo lo que quieras, siempre que tu pandilla sea más grande que la suya.
“Só1o un bruto, un tonto o un evasor puede aceptar vivir en esos términos o estar de acuerdo con dar a sus semejantes un cheque en blanco sobre su vida y su mente; aceptar la creencia de que los otros tienen derecho a disponer a su antojo de su persona; de que la voluntad de la mayoría es omnipotente; de que la fuerza física del músculo y del número puede sustituir a la justicia, la realidad y la verdad. Nosotros, los hombres de la mente, nosotros que somos comerciantes, ni amos ni esclavos, no operamos con cheques en blanco ni los otorgamos a nadie. No vivimos ni trabajamos bajo ninguna forma de lo no-objetivo.
“Mientras los salvajes no tenían el concepto de la realidad objetiva y creían que la naturaleza física estaba gobernada por el capricho de ignotos demonios, no fue posible ningún pensamiento, ni ciencia, ni producción. Só1o cuando el hombre descubrió que la naturaleza era algo firme, previsible y absoluto, pudo basarse en su conocimiento, escoger un curso, planear un futuro y, lentamente, salir de la caverna. Ahora tú has colocado a la industria moderna, con su inmensa complejidad de precisión científica, otra vez en las manos de demonios incognoscibles, bajo el poder imprevisible de los caprichos arbitrarios de pequeños y grotescos burócratas escondidos. Un campesino no realizará el esfuerzo de todo un verano si no puede calcular las posibilidades de su cosecha. Pero tú esperas que los gigantes industriales que planifican por plazos de décadas, inviertan en términos de generaciones y se comprometan a contratos de noventa y nueve años, continúen funcionando y produciendo, sin saber qué azaroso capricho en el cráneo de qué funcionario aleatorio se abatirá sobre ellos para demoler en un momento la totalidad de sus esfuerzos. Los vagabundos y los obreros viven y planifican con el plazo de un día. Cuanto mejor es una mente, más largo es el plazo de su pensamiento. Aquél cuya visión alcance tan sólo hasta una choza en un barrio pobre continuará construyendo sobre arenas movedizas para conseguir una rápida ganancia y marcharse. Quien proyecta rascacielos no obrará de ese modo. Ni destinará diez años de absoluta devoción a la tarea de inventar un nuevo producto, cuando sabe que pandillas de mediocres entronizados estarán manipulando las leyes en su contra para dejarlo atado de pies y manos, limitar sus acciones y obligarlo a fracasar. Cuando sabe que si lucha contra ellos y alcanza el éxito, ellos terminarán apoderándose de sus ganancias y de su invención.
“Mira más allá del momento actual, tú que gimes que temes competir con hombres de inteligencia superior; que argumentas que la mente de esos hombres constituye una amenaza a tu supervivencia y que los fuertes no dejan posibilidades a los débiles en el mercado de intercambio voluntario. ¿Qué determina el valor material de tu trabajo? Nada más que el esfuerzo productivo de tu mente. Si vivieras en una isla desierta, cuanto menos eficiente fuera tu pensamiento, menos obtendrías por tu labor física, y podrías pasarte la vida en una única rutina, recogiendo una cosecha precaria, o cazando con arco y flecha, incapaz de pensar más allá. Pero cuando vives en una sociedad racional, donde los hombres son libres para comerciar, recibes un beneficio incalculable: el valor material de tu trabajo es determinado no sólo por tu esfuerzo, sino por el esfuerzo de las mejores mentes productivas que existen en el mundo que te rodea.
“Cuando trabajas en una fábrica moderna, se te paga, no sólo por tu labor, sino por todo el genio productivo que ha hecho posible dicha fábrica: por el trabajo del industrial que la construyó, por el trabajo del inversor que ahorró el dinero y lo arriesgó después en lo nuevo y no probado; por el trabajo del ingeniero que diseñó las máquinas cuyas palancas tú mueves; el trabajo del inventor que creó el producto que fabricas; el trabajo del científico que descubrió las leyes que permiten elaborar dicho producto; el trabajo del filósofo que enseñó a los hombres a pensar y al que te pasas denunciando.

“La máquina, forma congelada de inteligencia viva, es el poder que expande el potencial de tu existencia, elevando la productividad de tu tiempo. Si hubieras trabajado como herrero en la mística Edad Media, el resultado de toda tu capacidad productiva habría sido una barra de hierro hecha a mano, tras días y días de esfuerzo. ¿Cuántas toneladas de rieles produces diariamente si trabajas para Hank Rearden? ¿Te atreves a afirmar que el monto de tu salario se debe sólo a tu esfuerzo físico y que esos rieles son producto de tus músculos? Todo lo que tus músculos valen es el nivel de vida de aquel herrero; el resto es un regalo de Hank Rearden.
“Cada hombre es libre de crecer tanto como pueda o quiera, pero sólo hasta el nivel determinado por su pensamiento. El trabajo físico como tal no puede ir más allá de lo que requiere el momento. El hombre que sólo realiza una labor física, consume el valor material equivalente a su propia contribución al proceso productivo, y no deja más valor remanente, para é1 ni para los demás. Pero el hombre que produce una idea en cualquier campo de la actividad racional, el que descubre nuevos conocimientos, es un benefactor constante de la humanidad. Los productos materiales no pueden ser compartidos; pertenecen al consumidor final; sólo el valor de una idea puede ser compartido con un número ilimitado de hombres, haciéndolos a todos más ricos, sin ningún sacrificio ni pérdida, y elevando la capacidad productiva de cualquier tarea que realicen. Es el valor de su propio tiempo lo que los fuertes de inteligencia transfieren a los débiles, permitiendo que ellos trabajen en los oficios que é1 descubrió, mientras dedica su tiempo a nuevos descubrimientos. Es un intercambio mutuo en beneficio mutuo; independientemente del grado de inteligencia que cada uno posea, los hombres que quieren trabajar y no buscan ni esperan recibir lo que no se han ganado, comparten un mismo interés.

“En proporción con la energía mental empleada, el que inventa algo sólo recibe un pequeño porcentaje de su valor en términos de pago material, más allá de la fortuna que obtenga, o los millones que gane. Pero el hombre que trabaja como limpiador en la fábrica que produce ese invento recibe un pago enorme en proporción al esfuerzo mental que su tarea requiere de él. Y sucede lo mismo para todos los estados intermedios en los diversos niveles de ambición y habilidad. El hombre que está situado en la cúspide de la pirámide intelectual aporta el máximo a todos los que están debajo de é1, Pero no recibe más que el pago material, no obtiene ningún beneficio intelectual de los demás que añada algo al valor de su tiempo. El hombre en la base, quien abandonado a su suerte moriría de hambre por su total ineptitud no contribuye con aquellos que están sobre é1, pero recibe el beneficio derivado de todas sus mentes.

“Tal es la naturaleza de la ‘competencia’ entre los fuertes y los débiles de intelecto. Tal es la forma de ‘explotación’ por la que has condenado a los fuertes.
“Ése fue el servicio que te habíamos dado, con ganas y alegría. ¿Qué pedimos a cambio? Nada más que libertad. Quisimos que nos dieras libertad para funcionar, libertad para pensar y trabajar a nuestra propia elección; libertad para asumir nuestros propios riesgos y soportar nuestras propias pérdidas; libertad para obtener nuestros propios beneficios y hacer nuestras propias fortunas; libertad para apostar a tu racionalidad; para someter nuestros productos a tu juicio, para un intercambio voluntario; para confiar en el valor objetivo de nuestro trabajo y en la habilidad de tu mente para evaluarlo; libertad para contar con tu inteligencia y honestidad para tratar únicamente con tu mente. Ése fue el precio que pedimos y que tú rechazaste por considerarlo demasiado alto. Para ti era injusto que nosotros, quienes te sacamos de tu choza y te dimos apartamentos modernos, radios, películas y automóviles, pudiéramos tener palacios y yates. Tú decidiste que tenías derecho a tu salario, pero nosotros no teníamos derecho a nuestras ganancias. Tú fuiste el que no quiso que tratáramos con tu mente, sino con tus armas de fuego. Nuestra respuesta a eso fue:
‘Maldito seas’. Nuestra respuesta se hizo realidad: maldito eres.

“No intentaste competir en base a tu inteligencia, y ahora lo haces en base a tu brutalidad. No quisiste permitir que las recompensas fueran ganadas por la producción y ahora estás corriendo una carrera en la que las recompensas se ganan a través del robo. Calificaste de egoísta y cruel el intercambio de valor por valor, y ahora has creado una sociedad en la que se intercambia extorsión por extorsión. Tu sistema es una guerra civil legalizada, donde los hombres se juntan en bandas que luchan unas contra otras por la posesión de la ley que utilizan luego como un garrote contra los rivales, hasta que otra banda se la arrebata por la fuerza, y la utiliza a su vez en su contra, mientras todos claman hallarse al servicio de un ignoto y nunca especificado bien común. Has dicho que no ves ninguna diferencia entre el poder económico y el político, entre el poder del dinero y el de las armas; que no ves diferencia entre la recompensa y el castigo, entre una compra y un saqueo, entre el placer y el dolor, entre la vida y la muerte. Ahora estás aprendiendo en qué consiste esa diferencia.

“Habrá quien pueda alegar ignorancia como excusa, una mente limitada de alcance limitado. Pero los más malditos y culpables son quienes tenían la capacidad de saber y, sin embargo, prefirieron ignorar la realidad; los hombres que eligieron subordinar Su inteligencia en cínica servidumbre de la fuerza: la despreciable raza de místicos de la ciencia que profesan su devoción al ‘conocimiento puro’, cuya pureza consiste en la pretensión de que tal conocimiento no tiene aplicación práctica en este mundo; aquellos que reservan su 1ógica para la materia inanimada, pero creen que las relaciones humanas no requieren ni merecen ninguna racionalidad; aquellos que desprecian el dinero y venden sus almas a cambio de un laboratorio conseguido mediante el saqueo. Y, dado que no existe tal cosa como el ‘conocimiento no práctico’, ni la acción ‘desinteresada’; dado que desprecian el uso de su ciencia para el propósito y aprovechamiento de la vida, entregan su ciencia al servicio de la muerte; para el único fin práctico que puede tener para los saqueadores: inventar armas de coerción y destrucción.

“Ellos, los intelectuales que tratan de escapar de los valores morales, ellos son los malditos en esta tierra, y suya es la culpa más allá del perdón. [..]
“Pero no es a é1 a quien quiero dirigirme. Te hablo a ti, que aún conservas un rincón soberano de tu alma, no enajenado ni estampado con un sello que dice: ‘A la orden de los demás’. Si, en el caos de los motivos que te impulsaron a escuchar la radio esta noche, hubo un deseo honesto y racional de averiguar qué está mal en el mundo, tú eres el hombre a quien quiero dirigirme. Según las reglas y términos de mi código, uno les debe un discurso racional a todos aquellos a quienes les preocupa y a quienes están haciendo algún esfuerzo por saber. Los que están haciendo un esfuerzo por no entenderme, no me interesan.

“Te hablo a ti, que deseas vivir y recapturar el honor de tu alma. Ahora que sabes la verdad acerca de tu mundo, deja de apoyar a tus destructores. La maldad del mundo sólo ha sido posible gracias a tu aprobación. Retira tu aprobación. Retira tu apoyo. No intentes vivir según los términos de tus enemigos, ni ganar en un juego en donde ellos hacen las reglas. No busques la condescendencia de quienes te han esclavizado; no pidas limosna a quienes te robaron, ya sea en forma de subsidios, de préstamos o de empleos; no te unas a su bando para recuperar lo que te han robado, ayudándolos a robar a tu prójimo. No es posible conservar la vida aceptando sobornos para condonar la propia destrucción. No te esfuerces en obtener beneficios, triunfos, ni seguridad, al precio de una hipoteca sobre tu derecho a la existencia. Esa hipoteca no debe ser pagada; cuanto más les pagues, más te exigirán; cuanto más grandes sean los valores que intentes alcanzar, más inerme y vulnerable serás. El suyo es un sistema de chantaje abierto, ideado para desangrarte, no por tus pecados, sino por tu amor a la existencia.

“No intentes ascender con las condiciones de los saqueadores ni subir por una escalera que ellos sostienen. No permitas que sus manos toquen el único poder que los mantiene en el poder: tu ambición de vivir. Declárate en huelga como yo lo hice. Utiliza tu mente y tu habilidad en privado; aumenta tu conocimiento, desarrolla tus habilidades, pero no compartas tus logros con otros. No intentes amasar una fortuna con un saqueador montado en tu espalda.

“Quédate en el peldaño más bajo de tu escalera; no ganes más que lo estrictamente necesario para tu supervivencia; no ganes un centavo extra que vaya a financiar el Estado de los saqueadores. Ya que eres un cautivo, actúa como cautivo; no los ayudes a simular que eres libre. Conviértete en ese silencioso e incorruptible enemigo al que ellos tanto temen. Cuando te fuercen, obedece, Pero no seas voluntario de su causa. Nunca ofrezcas dar un paso en su dirección, ni expreses un deseo, un ruego, o un propósito. No ayudes a un saqueador a afirmar que actúa como tu amigo y benefactor. No ayudes a tus carceleros a pretender que su cárcel es el estado natural de tu existencia. No los ayudes a falsear la realidad. Esa falsificación es el único dique que contiene su secreto terror, el de saber que no son aptos para la existencia; quítalo y deja que se ahoguen; tu aprobación es su único salvavidas.
“Si encuentras alguna oportunidad para desaparecer en algún paraje ignoto fuera de su alcance, hazlo; pero no para vivir como un bandido, o formar parte de una pandilla que compita con la de ellos; construye una vida productiva por tus propios medios, con aquellos que acepten tu código moral y están dispuestos a luchar por una existencia humana. No tienes posibilidad alguna de triunfar mediante la Moral de la Muerte, ni valiéndote del Código de la Fe y la Fuerza; establece un paradigma al que los honestos se acogerán: el paradigma de la Vida y la Razón.

“Actúa como un ser racional, intenta convertirte en punto de convocatoria para todos aquellos que están sedientos de una voz de integridad. Actúa basado en tus valores racionales, tanto si te encuentras solo, en medio de tus enemigos, como en compañía de unos cuantos amigos escogidos, o como fundadores de una modesta comunidad en la frontera del renacimiento de la humanidad.
“Cuando el Estado de los saqueadores colapse, privado de los mejores de sus esclavos; cuando caiga a un nivel de caos impotente, como las naciones asoladas por el misticismo del Oriente, y se disuelva en hordas de ladrones que luchan por robarse entre sí; cuando los defensores de la moral del sacrificio perezcan junto con su ideal, entonces, ese día, volveremos.

“Abriremos las puertas de nuestra ciudad a quienes merezcan entrar; una ciudad de chimeneas, tuberías, huertas, mercados y hogares inviolables. Seremos el centro de convocatoria para los refugios secretos como el que tú hayas construido. Con el signo del dólar como emblema, el signo del mercado libre y de las mentes libres, actuaremos para reclamar este país una vez más de las manos de los salvajes impotentes, que nunca descubrieron su naturaleza, su significado y su esplendor. Quienes opten por unirse a nosotros, se nos unirán; los que no, carecerán del poder para detenemos; las hordas de salvajes nunca fueron obstáculo para los hombres que enarbolaron la bandera de la mente.

“Entonces este país se convertirá una vez más en santuario para una especie humana bajo riesgo de extinción: el ser racional. El sistema político que construiremos está contenido en una única premisa moral: nadie podrá obtener ningún valor de los demás recurriendo a la fuerza física. Todo hombre se mantendrá o caerá, vivirá o morirá, según su juicio racional. Si no lo usa y cae, é1 será su única víctima. Si teme que su juicio resulte inadecuado, no se le dará un arma para mejorarlo. Si decide corregir sus errores a tiempo, tendrá el claro ejemplo de los mejores como guía para aprender a pensar, pero se pondrá fin a la infamia de pagar con una vida los errores de otra.

“En ese mundo podrás levantarte cada mañana con ese espíritu que conociste en tu niñez: ese espíritu de anhelo, aventura y certeza que deriva de tratar con un universo racional. Ningún niño le teme a la naturaleza. Es tu temor al hombre lo que desaparecerá; ese temor que ha paralizado tu alma; el temor que has adquirido en tus primeros encuentros con lo incomprensible, lo impredecible, lo contradictorio, lo arbitrario, lo oculto, lo falso y lo irracional del hombre.

“Vivirás en un mundo de seres responsables, que serán tan consistentes y confiables como los propios hechos; la garantía de su carácter será un sistema de existencia en el que la realidad objetiva es el parámetro y el juez. Tus virtudes gozarán de protección; tus vicios y debilidades, no. Se darán todas las oportunidades a tu bondad y ninguna a tu maldad. Lo que recibirás de los hombres no serán limosnas, ni lástima, ni piedad, ni perdón por los pecados, sino un único valor: justicia. Y cuando mires a los demás o a ti mismo, no sentirás desagrado, ni sospecha, ni culpa, sino una única constante: respeto.

“Tal es el futuro que eres capaz de construir. Requiere una lucha, como cualquier valor humano. Toda vida es una lucha con propósito, y tu única elección es la elección de la meta. ¿Quieres continuar la batalla por tu presente, o quieres luchar por mi mundo? ¿Quieres continuar una lucha que consiste en aferrarse a precarias salientes en un resbaloso descenso al abismo, una lucha en la que las privaciones que soportas son irreversibles y las victorias que obtienes te aproximan aún más a la destrucción? ¿O prefieres iniciar una lucha que consiste en escalar de saliente en saliente en un ascenso continuo hasta la cumbre, una lucha en la que las privaciones son inversiones en tu futuro y las victorias te acercan rreversiblemente al mundo de tu ideal moral, y en la que aún si murieras sin haber alcanzado la plena luz del sol, morirías en un nivel ya tocado por sus rayos? Tal es la opción que te ofrezco. Deja que tu mente y tu amor por la vida decidan.

“Mis palabras finales son para ti, el héroe que aún permanece escondido en el mundo; prisionero, no por culpa de tus evasiones, sino por tus virtudes y tu desesperada valentía. Mi hermano de espíritu: mira tus virtudes y la naturaleza del enemigo al que estás sirviendo. Tus destructores te dominan, basándose en tu fortaleza, tu generosidad, tu inocencia, tu amor; la fortaleza con que soportas sus cargas; la generosidad con que respondes a sus gritos de desesperación; la inocencia que te hace incapaz de concebir su maldad y les otorga el beneficio de cada duda, rehusando condenarlos sin comprender, pero incapaz de comprender los motivos que los impulsan; el amor, tu amor por la vida, que hace que pienses que ellos son humanos y que también aman a esta vida. Pero el mundo de hoy es el mundo que ellos quisieron; la vida es el objeto de su odio. Déjalos con esa muerte a la que tanto adoran. En nombre de tu magnifica devoción por esta Tierra, déjalos; no agotes la grandeza de tu alma en conseguir el triunfo del mal que ellos buscan. [..]

“En nombre de lo mejor que hay en ti, no sacrifiques este mundo a los peores. En nombre de los valores que te mantienen con vida, no permitas que tu visión del hombre sea distorsionada por lo feo, lo cobarde, lo inconsciente en aquellos que nunca han conseguido el título de humanos. No olvides que el estado natural del hombre es una postura erguida, una mente intransigente y un paso vivaz capaz de recorrer caminos ilimitados. No permitas que se extinga tu fuego, chispa a chispa, cada una de ellas irremplazable, en los pantanos sin esperanza de lo aproximado, lo casi, lo no aún, lo nunca jamás. No permitas que perezca el héroe que llevas en tu alma, en solitaria frustración por la vida que merecías pero que nunca pudiste alcanzar. Revisa tu ruta y la naturaleza de tu batalla. El mundo que deseas puede ser ganado, existe, es real y posible; es tuyo.

“Pero ganarlo requiere de una dedicación total y una ruptura total con el mundo de tu pasado, con la doctrina de que el hombre es un animal de sacrificio, que sólo existe para el placer de otros. Lucha por el valor de tu persona. Lucha por la virtud de tu orgullo. Lucha por la esencia del ser humano: su mente racional y soberana. Lucha con la radiante certeza y la absoluta rectitud de saber que tuya es la Moral de la Vida y que tuya es la batalla por cualquier logro, cualquier valor, cualquier grandeza, cualquier bondad, cualquier alegría que alguna vez haya existido en esta Tierra.

“Vencerás cuando estés listo para pronunciar el juramento que yo hice al comienzo de mi batalla. Y para aquellos que quieran conocer la fecha de mi retorno, voy a repetirlo ahora, para que lo escuche el mundo entero: ‘Juro por mi vida, y mi amor por ella, que jamás viviré para nadie, ni exigiré que nadie viva para mí’.”



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La rebelión de Atlas.
Ayn Rand.